-Capítulo Decimoquinto-
Al oír aquellas palabras me sobresalté. ¿Estaría mi padre implicado en un asunto de semejantes características? Arístides le miró, y vi como papá, muy nervioso, se agitaba en su asiento, hasta que el ex inspector se le acercó y le preguntó:
–Sr. Bosch ¿Qué sucedió entre usted y Mariola la noche del crimen?
–Ella misma se lo ha dicho –contestó papá–, me utilizó para tener la coartada perfecta.
Pero después de tan escueta respuesta se calló, aunque por poco tiempo, ya que Martínez le animó a ser más explicito y continuó:
–Acabada la cena de Fin de Año, cuando subíamos a su habitación, Mariola me comentó que había intentado besar a Alberto para provocarme, ya que deseaba desesperadamente acostarse conmigo aquella noche. Al entrar en la suite, todo transcurrió muy rápido, enseguida nos encontramos desnudos y acariciándonos para terminar retozando de placer en un butacón. Después de hacer el amor nos estiramos encima de la cama y permanecimos en silencio durante largo rato. Había disfrutado mucho, y transcurrido un tiempo prudente le pedí que repitiéramos la experiencia pero ella se negó…
Entonces Arístides le interrumpió para preguntarle:
–¿Por qué razón?
–Alegó que estaba muy cansada, que necesitaba tomar un poco de aire fresco y se puso un salto de cama y salió a la terraza, mientras tanto me quedé dormido. Más tarde me desperté, la encontré a mi lado y la empecé a acariciar con la esperanza de que acabaría en mis brazos, pero entonces me rechazó furiosa diciéndome que estaba enamorada de otro hombre, y que a pesar de quererle con locura, de vez en cuando le gustaba variar. Me hizo saber que aquello no había sido más que un pasatiempo, y que estuvo bien mientras duró. Enseguida me di cuenta de que me había manejado a su antojo, y me levanté de la cama, me vestí y me fui. Eran las cuatro de la mañana cuando regresaba a mi habitación.
Papá terminó de hablar y Martínez, llamó al camarero para que le sirviera un agua mineral Perrier. Entonces clavó su mirada escudriñadora en el rostro del viudo, se pasó la mano por el pelo con el mismo resultado de siempre, y le hizo notar:
–Bien mirado, a Mariola debió de resultarle sorprendente que le pidiera que asesinara a su esposa y después autorizara la autopsia del cadáver, sabiendo que era la única forma de evidenciar como se había llevado a cabo el crimen, sin oponer la más mínima resistencia.
Arístides, igual que anteriormente lo hiciera con Mariola, también había dejado de tutear a Alberto, entonces supuse que el objetivo era dar a sus preguntas una mayor seriedad, y adoptó un tono mucho más grave que durante la madrugada del día de Año Nuevo, cuando los tres mantuvimos una agradable conversación mientras paseábamos por el jardín. Después de aquellas afirmaciones, Alberto gritó sofocado:
–Oiga ¡¿Qué está insinuando?! ¡Esta mujer está loca de atar! Le cuenta unas cuantas mentiras para justificarse por haber asesinado a mi esposa, y usted la cree a pies juntillas.
–En ningún momento he dicho que la creyera, Sr Camps, pero tendrá que reconocer conmigo, que Mariola ha confesado algo que era cierto.
–Ah sí. ¿Qué?
–Que ustedes dos se conocían y…
–Usted nunca me lo preguntó –le interrumpió el viudo–, pero esto no significa que tuviera deseos de acabar con la vida de mi mujer.
–¡Claro! ¡Claro! Aunque si me gustaría que me aclarara un pequeño detalle que ayer me llamó muchísimo la atención.
–Por supuesto –entonces Alberto ya se expresaba con más tranquilidad–, ¿usted dirá?
–Verá, el día de nuestra llegada al Samode nos dieron, como en todos los hoteles, un cartoncito doblado que contenía la tarjeta de acceso a nuestras respectivas habitaciones, dentro de cada carpetita había una o dos unidades, dependiendo de si la pieza era individual o doble. Media hora más tarde, cuando me encontraba cerca del mostrador de recepción, hablando con el director del establecimiento, usted se acercó a una recepcionista y le explicó que, debido a una confusión involuntaria por parte de algún empleado, le habían entregado una sola llave magnética, y su esposa precisaba tener la otra. La joven, sin preguntar, le ofreció un duplicado de la que usted ya tenía, es decir una tarjeta totalmente blanca, que carecía del logo del Palace.
Martínez dejó de hablar unos momentos para beber un sorbo de agua, mientras que Alberto se recolocaba en el sillón. Finalmente continuó:
–Hasta aquí nada anormal, pero ayer por la mañana cuando Nora y yo le acompañamos a la suite para que nos mostrara donde había encontrado el cuerpo sin vida de Paloma, le pedí la llave magnética para entrar, y la suya era idéntica a las nuestras. Después, la policía de Jaipur registró los objetos personales de su esposa, y en su bolso encontró la misma tarjeta de acceso a la habitación que tenemos todos, decorada con un maravilloso logotipo del Samode Palace. Desde entonces que no paro de preguntarme ¿dónde estará la llave magnética de plástico blanco que le dieron poco después de nuestra llegada?
Mariola que todavía se encontraba en el salón, custodiada por dos agentes, puso la mano en uno de los bolsillos delanteros de sus jeans. Y en medio de gran expectación por nuestra parte, sacó la mencionada tarjeta y se la entregó a Arístides, que con satisfacción se la mostró al viudo:
–Et voilà!
Y después añadió:
–Creo, Sr Camps, que nos debe más de una explicación –y entregó la llave magnética al inspector Takur como prueba del caso.
Aquello superaba todo lo que me había podido imaginar hasta entonces. Mariola asesinó a Paloma y Alberto estaba implicado. Y encima, la muy zorra, se aprovechó de que mi padre se queda embobado con cualquier esperpento del sexo opuesto aunque no tenga ninguna gracia, para que formara parte de su plan.
Martínez miró al viudo con dureza y pensativo continuó:
–Lo que ocurre, Sr. Camps, es que usted pensó que podría evitar el peso de la ley. Prometió a Mariola amor eterno a cambio de que finiquitara a su esposa y ella no se hizo rogar y siguió sus instrucciones. Primero le buscó una coartada, cosa que no presentó dificultades, porque ha quedado claro que a Carlos se le seduce con facilidad. Después ustedes dos nos representaron el numerito del beso, para que la desgraciada de Paloma, al límite de sus nervios, se viera obligada a tomarse un calmante y durmiera profundamente cuando habría tenido que estar más despierta que nunca. Mientras tanto, usted se paseaba por el jardín con Nora y conmigo para que todo el mundo le viera. Y Mariola, aprovechando que el señor Bosch dormía, y con la llave magnética que usted mismo le había proporcionado, se colaba en la suite y suministraba a su mujer, entregada al más profundo de los sueños por efecto del calmante, una dosis letal de insulina. Finalmente, no puso ninguna clase de impedimento a la policía para que se pudiera practicar la autopsia al cadáver de su esposa, a fin de liberarse para siempre de Mariola. La jugada era perfecta. Pero ¿Por qué?
Arístides bebió de nuevo y prosiguió:
– Aunque usted se crea muy listo, su destino se ha cruzado con el de Arístides Martínez, que por obra del azar, había coincidido en el avión con la mujer más buscada por la policía de Madrid, y estaba dispuesto a averiguar todo lo que le fuera posible. Así las cosas llegó una nueva sorpresa, el primer día de estancia en el hotel Hilton Garden de Nueva Delhi, cuando iba a bajar a recepción, oí desde el pasillo de habitaciones la voz del Sr Camps. Sin ser visto, me acerqué todo lo que pude al cuadrante donde se encontraban los ascensores, y vi que en aquel momento iba sin su mujer, y frente a uno de los elevadores le decía a alguien que estaba dentro: “Pronto seremos libres para vivir nuestro amor como mejor nos plazca”. Seguí atrincherado donde estaba para ver si descubría quién recibía el cumplido, y cuál fue mi sobresalto cuando me di cuenta que la señora en cuestión era de nuestro grupo y también iba sin su marido. Entonces, al ver que Alberto se dirigía hacia el lugar donde yo me encontraba, me escondí en un cuarto de servicio, hasta que pasara el peligro de ser descubierto.
Justo en aquel momento la policía de Jaipur se llevó a Mariola de la sala, pero ni semejante suceso fue suficiente para distraer nuestra atención. Nos mirábamos los unos a los otros tratando de identificar a la aludida, pero en mi caso no advertí en los presentes, ningún detalle que pudiera parecer sospechoso, y continué totalmente concentrada en las palabras de Martínez:
–A partir de entonces, empecé a atar cabos –comentó.
–¿Qué está diciendo? –protestó el viudo–, primero he tenido que aguantar las acusaciones de la loca de Mariola. Y ahora no estoy dispuesto a escucharle mientras...
–Permítame que le recuerde –le interrumpió el ex inspector–, que ella no le ha acusado en vano, fue usted quien le pidió que llevara a cabo el crimen y le facilitó el acceso a la suite, y mi experiencia me dice que Mariola no ha mentido en este punto.
–¡¿Con qué clase de gente estoy?! –gritó Alberto en su defensa–. ¡¿Es qué el mundo se ha vuelto loco?!
–Esto, Sr Camps, nos lo deberíamos de preguntar nosotros que estamos perfectamente cuerdos, y es usted quién ha perdido la razón. Primero por haber seducido a Mariola a fin de encargarle el asesinato de su esposa con falsas promesas de amor y así poder adueñarse del patrimonio de su mujer, ya que según los informes de la policía española es usted el único beneficiario de su herencia. Paloma era propietaria de la empresa familiar Bodegas Planellas y Hermanos de Sant Sadurní d’Anoia[1] pero existía una cláusula testamentaría donde se dejaba claro algo que usted no estaba dispuesto a tolerar, que en caso de disolución del matrimonio no recibiría ni un céntimo. Y luego está un asunto, que todavía no puedo probar, su idilio amoroso con la señora María Hurtado.
Por poco se me para el corazón, por fin comprendía porque había visto a María abrazar tiernamente a Alberto la noche pasada en el jardín. Paco, el marido ultrajado, perdió el aliento. Fruto del sobresalto, a Gloría y Antonio les quedaron los ojos abiertos como platos, y papá movía la cabeza, de un lado para otro, completamente desconcertado.
En un arrebato de ira, Paco le gritó a Arístides:
–¿Cómo se atreve a involucrar a mi esposa en esto?
Pero no obtuvo respuesta porque en aquel momento, el director del Samode Palace, entró en el salón, se acercó al inspector Takur con un papel en la mano, pero este le indicó que se lo entregara a Martínez. El ex inspector de la Brigada Criminal le echó un vistazo y nos anunció:
–Este fax acaba de llegar de Madrid y explica que el Sr. Camps, había reservado dos pasajes, uno a su nombre y el otro al de la señora María Hurtado, para el día 10 de febrero en el vuelo C4016 de la compañía Lufthansa con destino a Nueva York, y allí tenían previsto embarcarse en el Queen Mary II, para iniciar un recorrido por América, Las Barbados, Salvador de Bahía, Río
de Janeiro, Montevideo, Ushuaia, Punta Arenas, Valparaíso, Esmeralda, Acapulco y los Ángeles. Alrededor de dos meses surcando los mares. Supongo que esta es prueba suficiente de que María era su amante.
Entonces Paco se levantó con la intención de partirle la cara a Alberto, pero dos agentes de la policía de Jaipur se encargaron de retenerle y devolverle a su asiento. Aunque sin salir de su asombro, y entre sollozos, requirió a su mujer que le aclarara ciertos aspectos de aquella relación extramatrimonial de la que acababa de enterarse:
–¿Cuándo le conociste?
–Hace dos años. Debido a mi trabajo, coincidimos en el mismo hotel en San Sebastián. Éramos vecinos de habitación y como los dos pasábamos allí varios días y viajábamos solos…
–No hace falta que sigas –le interrumpió abruptamente–, puedo imaginarme el resto.
Y elevando el tono de voz añadió:
–Escúchame bien, no sé si la policía te implicará en este asunto, aunque lo tendrías bien merecido. Pero lo que sí es seguro es que, en el mejor de los casos, tu amante pasará el resto de sus días en una cárcel de la India. Así que, quiero que te quede claro que jamás te perdonaré lo que me has hecho, y cuando regrese a España pediré el divorcio.
María bajó la cabeza y empezó a llorar mientras se lamentaba:
–Yo le quería, pero nunca pensé que cometiera semejante disparate. No sabía que estaba dispuesto a matarla, creía que solo se divorciaría…
Todos nos quedamos sin palabras y contemplamos atónitos como el inspector Takur no le dejó terminar su diatriba y ordenó su detención y la del viudo, que rápidamente fueron conducidos a un furgón de policía que esperaba delante de la entrada de servicio del Samode Palace.
Paco regresó de inmediato a España. Más tarde supimos, que por orden del juez, a María la dejaron en libertad a los dos días, al no poder probar que estuviera implicada en el asesinato de Paloma, y también se fue precipitadamente a casa de su hermana en Alicante.
Mientras tanto, Antonio, Gloría, papá y yo, acompañados de Ram viajamos a Agra para cumplir uno de nuestros objetivos: Visitar el Taj Mahal, y mientras distinguí a varios compañeros
de viaje, todos miembros del Club de los Impares, que ya llevaban dos días allí, paseando por los jardines que rodean al mausoleo, empecé a reflexionar en relación a lo ocurrido y a preguntarme:¿De verdad existe el amor, o es una utopía que el ser humano siempre persigue y nunca logra alcanzar?
FIN
FIN
María, he quedado gratamente sorprendida del final de la historia. Sin duda, quedé atrapada en la trama. La última reflexión es interesante: a veces el fin no es lo que nos llama la atención, son los caminos que nos llevan a él, los que son interesantes en nuestras vidas.
ResponderEliminarGracias por la historia. Espero ya sentada, la próxima y las próximas por venir.
Un abrazo.
Estimada Rosángela:
ResponderEliminarPrometo seguir manteniendo el blog tan ameno como sea posible, y pronto os anunciaré, lo que se irá publicando en letra impresa. Aunque lo más inminente es un cuento infantil que he escrito con la colaboración de mis sobrinas, dos niñas encantadoras. Un abrazo
Pues si es tan grato como el libro del Emperador y la historia ambientada en la India, pues bienvenido sea !!!
ResponderEliminarGracias :D