PRIMERA PARTE
Hoy en día, cuando una se encuentra en Bruselas, ciudad cosmopolita por excelencia, capital de Bélgica y de la Comunidad Europea, y pasea por las avenidas de Belliard y Wenstrat, donde se encuentra la Comisión del Parlamento Europeo, la OTAN, el Consejo de la Unión… y entiende que desde los despachos de aquellos edificios de acero y hormigón, políticos y representantes comunitarios se afanan en construir una Europa que ha perdido su discurso, no deja de resultar sorprendente tanta infraestructura para conseguir unos objetivos tan pésimos. Y más cuando hemos leído y escuchado en los medios, que los padres del viejo continente, entiéndase como tales a Charles de Gaulle o Winston Churchill, no habrían actuado de la misma forma en las circunstancias actuales porque, obviamente, tenían un carisma político que los legisladores de ahora no han experimentado ni en sueños. Y es entonces cuando una recuerda, que como nadie en el mundo, tampoco estaban exentos de cometer errores.
En esta misma ciudad y en este mismo país un día se debatió la Cuestión Real[1], que se llevó a las urnas en marzo de 1950. La sociedad quedó marcada por aquellos acontecimientos reveladores de la profunda división ideológica del pueblo belga. Y a no ser porque al final imperó el sentido común, Bélgica se habría desangrado en una guerra fratricida, ante los ojos atónitos de los padres de Europa, cinco años después de que finalizara la II Guerra Mundial. Y en medio de odios y resentimientos, quién la Historia conoce como Leopoldo III, se convirtió en el rey non grato de los belgas.
Leopoldo con su padre el rey Alberto I
Nacido el 3 de noviembre de 1901 en el palacio real de Laeken; Léopold, Philippe, Charles, Albert, Meinrad, Hubertus, Marie, Miguel, era hijo de Alberto I y de su esposa la reina Elisabeth, y fue nombrado duque de Brabante en calidad de heredero del trono. Con solo 14 años se enroló en el Ejército como cabo de 12ª línea para combatir en la Gran Guerra, mientras que su padre dirigía la Armada en su condición de jefe supremo. Al terminar el conflicto bélico estudió en el Eton college, y después viajó por el mundo siendo sus destinos diversos: Estados Unidos 1919, Brasil 1921, Egipto y Sudán 1923, el Congo 1925... Subteniente del Ejército en 1922, tras haber pasado por la escuela militar; conoció en Estocolmo a la princesa Astrid de Suecia, hija del príncipe Carlos y nieta del rey Oscar II. Se enamoraron y se casaron el 10 de noviembre de 1926. Tuvieron
Astrid de Suecia
tres hijos: Josefina - Carlota, Balduino y Alberto. Y después de que a su padre, Alberto I, le sorprendiera la muerte mientras practicaba alpinismo en Marche-les-Dames, Leopoldo se convertía en rey el 23 de febrero de 1934.
El 29 agosto de 1935 su esposa Astrid perdió la vida en un accidente de coche en Küssnacht (Suiza) y Leopoldo, que era quien conducía, resultó herido. Los belgas vivieron la desaparición de la reina, muy querida por el pueblo, como algo propio. El rey sintió profundamente aquella pérdida y siempre se creyó responsable de la distracción que provocó el accidente, por lo que su duelo fue lento y largo.
Estado en que quedó el coche después del accidente
Si la princesa Josefina-Carlota tenía 8 años y el príncipe Balduino cinco cuando murió su madre, el príncipe Alberto no había cumplido el año de vida, pero Leopoldo abstraído en las complicaciones de la política nacional, especialmente agitada en los años treinta y en los peligros que se divisaban en el panorama internacional, no deseaba todavía volver a casarse.
En 1936, cuando la amenaza nazi se cernía sobre Europa, el Gobierno proclamó la neutralidad de Bélgica. El rey Leopoldo III apoyó aquella política de “manos libres”, que significó la vuelta a la imparcialidad, que hasta 1914 había sido una obligación, después de que la Conferencia de Londres de 1831 garantizara la independencia y neutralidad perpetua del territorio belga. Pero en octubre de 1939, cuando Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania, Bélgica creyó poder defenderse sola y empezó a rearmarse.
Y tal como se sospechaba, el 10 de mayo de 1940 Alemania invadió Bélgica para penetrar rápidamente en el frente francés flanqueando el río Mosa y avanzar hasta Sedán. Así dieron comienzo las hostilidades que los belgas conocerían como Campaña de los 18 Días.
Las tropas hitlerianas les atacaron en el Canal Albert, obligándoles a retroceder a causa del desplome de la Armada holandesa, que capituló el 15 de mayo, y el abandono del Ejército inglés, que combatía a su derecha, y que se retiró a Dumkerque. Los alemanes se apoderaron de la fortaleza de Eben Emael, situada entre Lieja y Maastricht, que se consideraba impenetrable, y tenía por misión defender la frontera germano-belga, pero la 85 Fallschirmjäger, integrada por paracaidistas del comando de Brandenburgo, aterrizaron en el techo del edificio utilizando planeadores, y mediante cargas huecas penetraron por las cúpulas en el interior, donde después de duros combates, la guarnición se rindió, y los mil doscientos soldados belgas que se encontraban dentro fueron hechos prisioneros.
La derrota llevaría a la Armada belga a replegarse prácticamente sin luchar hasta la línea de Amberes-Wavre, y de allí al río Lys. Y aunque el terreno era poco propicio para una batalla de contención , los soldados combatieron ferozmente entre los días 23 y 28 de mayo, no cediendo más que algunos kilómetros de terreno a las poderosas divisiones alemanas.
El frente se rompió el 27 de mayo. Las tropas estaban acorraladas. Leopoldo III envió un mensajero al enemigo para conocer sus exigencias y obtuvo como respuesta que aceptarían la capitulación incondicional de su Ejército el día 28 de mayo por la mañana, la entrega de todo el material militar y el libre acceso al mar. El rey decidió capitular y compartir la suerte de sus soldados y su pueblo. El coronel Dunkan, agregado militar de Estados Unidos en Bruselas, afirmó después de la rendición: La Armada belga luchó con tenacidad en las posiciones de retroceso continuo, hasta encontrarse completamente rodeada y de espaldas al mar. Su Ejército de tierra combatió hasta desfallecer, y su artillería pesada estaba muy bien dirigida. Capitulando el 28 de mayo, el Rey de los belgas ha hecho la única cosa que podía hacer. Los que hablan no han visto la batalla, ni la aviación alemana. Yo he visto las dos cosas.
Mientras tanto el Primer Ministro, Hubert Pierlot, quería seguir luchando con los Aliados.
El Gobierno de Pierlot, con todos sus poderes ya que no había dimitido, ni había sido revocado por Su Majestad, huyó al exilio. El 31 de julio, el Parlamento de Bélgica, entonces instalado en Limoges, votó una moción de censura condenando la capitulación, apoyada por dos tercios de la Cámara, pues muchos de los diputados estaban en el frente, y no prosperó, provocando una gran consternación. Cuando el Ejecutivo belga se trasladó desde su primer destierro en Poitiers (Francia) hasta Londres, mantenía su voluntad de continuar participando en la guerra y temía que si Leopoldo III permanecía en territorio ocupado favorecería la instalación de un régimen formado por nazis locales. Y, lógicamente, consideraban una autentica humillación que el monarca aceptase ejercer sus poderes bajo el control del ocupante extranjero. Pero gracias al Gobierno en el exilio, Bélgica siguió estando presente en la contienda, 28 pilotos participaron en la Batalla de Inglaterra, tres escuadrillas combatieron en la Royal Air Force y en la South African Air Force, la flota mercante al completo se puso a disposición de los Aliados y una unidad militar de la fuerza terrestre, la Brigada Piron, que fue restablecida en Gran Bretaña, participó en 1944 y en 1945 en los combates de liberación del Norte de la costa francesa y de la propia Bélgica. Pero aún así, el Gobierno quedaba debilitado por mantener una opinión diferente a la del Jefe del Estado.
En arresto domiciliario en el castillo de Laeken, el rey evitaba tener iniciativas políticas que pudieran ser consideradas como colaboracionistas. Con su presencia quería convertirse en obstáculo frente a las intenciones del enemigo de barrer al reino de Bélgica del mapa de Europa, pero una cuestión personal enturbió, más si cabe, la delicada situación que estaba viviendo.
Era Leopoldo un rey viudo cuando encontró a Liliana Baels. Dónde se conocieron es uno de los enigmas de su biografía, aunque se cree que mademoiselle Baels, que además de poseer una belleza indiscutible era una gran deportista, le conquistó en las pistas de tenis o en los campos de golf de la buena sociedad de la costa.
Liliana Baels
En aquel entonces, había enviado a sus hijos al extranjero para evitarles los peligros de la ocupación, aunque regresaron a Bruselas seis semanas más tarde debido al avance de las tropas alemanas. Al verle solo, deprimido, sin oficio y prisionero del enemigo, la reina madre, Elisabeth, corrió en busca de Liliana para que le consolara. Y el 11 de septiembre de 1941 se casaban, aunque no se comunicó a sus súbditos hasta el 7 de diciembre del mismo año.
La boda religiosa se celebró en la más estricta intimidad en la capilla de palacio, y había sido impuesta por el cardenal Van Roey, que hizo saber al soberano que un rey católico no podía vivir en concubinato con su amante Y el matrimonio civil, el único con validez constitucional, tuvo que esperar tres meses más. Después de los esponsales, Liliana recibió el título de princesa de Réthy. Entonces las autoridades alemanas jugaron con los sentimientos del pueblo, la materia más sutil de los humanos ya sean belgas o japoneses, y anunciaron a diestro y siniestro que el Führer, con motivo de la boda, había mandado flores y una felicitación personal a la novia, que el soberano agradeció. Rápidamente creció el rumor de que la nueva esposa de Leopoldo era pro germana.
El 19 de noviembre de 1941, Leopoldo III se entrevistó con Hitler en Berchtesgaden a fin de discutir la posición de Bélgica después de la guerra, y para defender la causa de los prisioneros todavía retenidos en Alemania. Gracias a la gestión personal del soberano ante el Führer se consiguió la liberación de 50.000 soldados prisioneros y la mejora de las condiciones de abastecimiento de alimentos a los civiles. Pero también terminó siendo reprochada en vista que Hitler pretendía la germanización del país y su sumisión absoluta al III Reich, en un proyecto nazi europeo donde no había espacio para la soberanía nacional belga.
El 18 de julio de 1942, la princesa de Réthy daba luz a su primer hijo Alexandre, exento de derechos sucesorios. Los belgas empezaron a echar cuentas y si el enlace se había celebrado en septiembre nada que decir, pero ¿y si no había sido hasta noviembre o primeros de diciembre?
En un contexto político difícil, después de la derrota y en plena ocupación alemana, las críticas a la pareja real se multiplicaron. El amor podía ser una cuestión privada, el matrimonio de un rey era un asunto de Estado, y Bélgica estaba demasiado ligada al recuerdo de la difunta reina Astrid, para tolerar aquella boda morganática que no había sido aprobada ni por el Gobierno, ni por el Parlamento, condición necesaria para un casamiento real, aunque los partidarios del rey alegaron la desaparición de la Cámara para justificarlo. Y por si tal embrollo no era suficiente, venía acompañado de un embarazo dudoso, tal vez mademoiselle Baels todavía no era la esposa de Su Majestad cuando, voluntariamente, olvidó el pudor en brazos del rey. Sé que muchos de ustedes pensarán que tales premisas parecen surrealistas en nuestros tiempos, pero campañas de prensa, inimaginables hoy en día, por su increíble virulencia así como por la utilización de argumentos de marcado cariz sexual, fueron empleadas para vilipendiar a Leopoldo III. Era como si los belgas hubieran olvidado la relación entre mito, la desaparecida reina Astrid, y la razón propia del pensamiento lógico.
El 7 de junio de 1944 la pareja real y sus hijos fueron deportados a Hirschtein (Alemania) y después a Strobl (Austria), de donde fueron libertados el 7 de mayo de 1945 por el Ejército americano. Bélgica fue liberada en septiembre de 1944. Como su soberano seguía cautivo el Parlamento escogió de regente del reino al príncipe Carlos, hermano de Leopoldo. Después de su liberación el rey no quiso regresar inmediatamente a su país y pidió a Carlos que continuara con la regencia. Entonces Leopoldo y Liliana se instalaron en Prégny (Suiza) donde residieron hasta su vuelta a Bélgica el 22 de julio de 1950, unos meses después de que tuviera lugar el Referéndum por la Cuestión Real. La imposibilidad de reinar de Leopoldo llegó a su fin cuando 57,68% de
los belgas se mostraran a favor de su regreso, y el 42,32% en contra. Se dio el caso que los antileopoldistas eran mayoría en Bruselas y en Valonia Pero no había pasado un año de aquello y Leopoldo III se vio obligado a renunciar al trono a causa de la violencia suscitada por sus oponentes, que se manifestó con huelgas generales, insurrecciones en Valonia, escenario de enfrentamientos sangrientos y sucesivos atentados entre los días 20 y 26 de julio de 1950.
Entonces, cediendo a los consejos de sus ministros, transmitió sus poderes a su hijo mayor, el príncipe heredero Balduino, que el 17 de julio de 1951 juró la Constitución.
Leopoldo III abdica en su hijo Balduino
Pero el Testamento Político del Rey de los belgas, publicado en el año 2001 bajo el título Pour l’Histoire, ha sido considerado por muchos una inconveniencia monumental en dos puntos: Primero en lo relativo a la actuación del Gobierno de 1940, y segundo al manifestarse en contra de las decisiones de ámbito internacional tomadas por el Ejecutivo durante el conflicto bélico, tales como la Carta de las Naciones Unidas, el Acuerdo Monetario del Benelux, y en particular por su oposición a los pactos secretos que ligaban a Bélgica con Estados Unidos y Gran Bretaña a causa de las minas de Uranio de Katanga (Congo Belga). Al tener conocimiento de la existencia de este documento, ni americanos ni británicos, quisieron volver a ver a Leopoldo en el trono de Bélgica.
Llegados a este punto, el monarca cometió el error de enfrentarse a los poderes establecidos, que no dudaron en ventilarle los trapos sucios, si los había, manipular a sus súbditos, y de ser necesario enfrentarlos en una guerra civil, para que nunca le perdonaran su matrimonio con Liliana Baels. Y estoy segura de que de haber llegado al conflicto bélico los padres de Europa, de los que tanto se habla hoy en día, como quien no quiere la cosa, habrían puesto cara de espanto y exigido explicaciones. Señores les invito a la reflexión. Buenos noches.
MARÍA BASTITZ
MARÍA BASTITZ
Bibliografía: Atlas Histórico Mundial, Hermann Kinder y Werner Hilgemann.
Grandes Batallas de la II Guerra Mundial, John Macdonald
La Guerra de Churchill, Max Hastings
Führer, Allan Prior.
Prensa en general y hemeroteca del diario Le Soir.
[1] Nombre que determina los acontecimientos que se dieron en Bélgica entre el 7 de mayo de 1945 y el 17 de julio de 1951, a causa del regreso al país del rey Leopoldo III después de la II Guerra Mundial.