Érase una
vez un hermoso
país neptuniano en
los confines del
universo, llamado Septria.
Su capital Nadilia,
era una hermosa ciudad
situada en un
frondoso valle bañado
por un río
caudaloso. Cerca se
encontraba el majestuoso
castillo del rey
Khomol, que gobernaba
aquel territorio, y
donde también vivían
su esposa la
reina Sira y
sus hijas, las
encantadoras princesas Mar
y Jana.
Una
mañana lluviosa, mientras
Mar veía caer
el agua a
través del cristal
de una ventana,
oyó que alguien
le decía:
–Princesa
Mar…
Miró
a su alrededor
y no vio
a nadie. La
voz insistió:
–Princesa
Mar…
Pero
Mar seguía sin
descubrir de donde
procedían aquellas palabras.
Su
hermana Jana, que
era una niña
muy mona, y
rondaba por el
lugar, jugando con
su perrita Ámbar,
se le acercó
para averiguar el
origen de la voz, pero
tampoco lo consiguió,
y cuál fue
su sorpresa cuando
escuchó:
–Princesa
Mar…princesa Jana.
–¿Dónde
estás? –quiso saber Jana–,
y ¿cómo sabes
nuestros nombres?
–¿Quién
no conoce a
las princesas de
Septria? –respondió la
desconocida voz.
–Sí,
pero ¿dónde estás? –insistieron Mar
y Jana.
–¡Aquí!
¡Aquí! –les decía
aunque las niñas
seguían sin ver
nada.
Entonces Mar
quiso saber si
aquellas palabras provenían
del exterior, abrió
la ventana, y vio que
era una gota
de agua, de
ojos transparentes, quien
le hablaba:
–¿Qué
quieres? –preguntó la niña.
–Que
me escuches, princesa –contestó la
gota.
–¿A
ver gota, por
qué tenemos que
escucharte? –intervino Jana que
acababa de acercarse
a la ventana.
–Estoy
triste y lloro
de dolor, princesas.
–¿Qué
te pasa? –preguntaron las
niñas al unísono.
–Todos
vamos a enfermar.
–¿Todos? –las niñas
no salían de
su asombro.
–Sí,
dentro de nada
en las aguas
del río ya
no habrá peces,
ni crecerán plantas
en la rivera,
ni…
–¿Cómo
qué no? –se
extrañó Mar–, si
nuestros mejores amigos
son dos pececitos
de colores que
viven allí.
–¡Claro! –era Jana
quien hablaba– Tonelete y
Bidoncete –y añadió furiosa–,
¡Jugamos con ellos
todas las mañanas!
¿Cómo te atreves
a decir que
enfermaran?
–Os
aseguro, princesas, que
ya no volveréis
a verlos más –afirmó
la gota.
Luego
empezó a llorar
desesperadamente y a decir:
–Nuestra
felicidad se ha
terminado.
Entonces,
Jana, muy intrigada,
le tendió un
pañuelo y le
ordenó:
–Gotita,
sécate las lágrimas
y cuéntanos todo
esto.
La
gota se froto
los ojos con
el pañuelo y
susurró:
–La
culpa es de
vuestro padre, el Rey, que
es quien manda
en este país..
–¿De
papá? –se sorprendieron–, pero
si es…
–Es
él –les interrumpió la gota–,
quién ha dado
permiso para construir
una fábrica.
–¿De
qué fábrica hablas?
Si no hay
ninguna en los
alrededores –contestaron.
–De
una fábrica donde
se elaborará aluminio,
que es una
sustancia que ensuciará
el agua del
río. Dicen que
la van a
construir dentro de
poco.
–¿Y
dónde la construirán?
La
gota se volvió,
y señaló un
lugar lejano a la derecha
del río, y
añadió:
–Allá
arriba.
–Esto
está muy lejos,
gota –respondió Mar.
–¡Eso!
¡Eso! –gritó Jana, más
aliviada– además, Tonelete
y Bidoncete nadan
mucho más abajo.
–¿Es
qué no lo
entendéis? Si se
construye la fábrica,
los que trabajen
ahí dentro verterán residuos
y ensuciarán el
río. Los peces
enfermaran Las aguas
dejarán de ser
transparentes y se
convertirán en lechosas
y pardas, nunca
más volveréis a
bañaros en ellas.
Ni tampoco os
podréis sentar en
la hierba que
crece en la
rivera, porque se
secará y en
su lugar habrá
barro, Tonelete y
Bidoncete desaparecerán para
siempre. Yo me
transformaré en una
gota oscura, espesa
y pegajosa que
dejaré suciedad por
donde pase. Y
vosotras, las princesas
de Septria, nunca
más podréis volver
a contemplar este
maravilloso paisaje.
Las
niñas se quedaron
pensativas y preocupadas,
y después de
reflexionar sobre todo
aquello que la
gota les acababa
de contar, Jana, pregunto:
–¿Y
qué podemos hacer
nosotras?
–Hablar
con vuestro padre,
el Rey –respondió
la gota con
los ojos abiertos
de par en
par–, debéis convencedle de qué no
autorice la construcción
de la fábrica
de aluminio, si
quiere evitar un
desastre ecológico sin
precedentes.
–Pero
esto no es
tan fácil, gotita –contestaron las
niñas–, papá es
muy testarudo y
puede que no
nos haga caso.
–Pensad
en vuestros amigos.
En Tonelete, en
Bidoncete y en
mí –insistió mientras
hacia graciosas muecas
con sus labios
húmedos.
–No
te preocupes, gotita –le
advirtieron–, que haremos
todo lo que
esté en nuestras
manos.
Mar
y Jana, dejaron
a la gota
en el alfeizar
de la ventana,
y acompañadas de
la perrita Ámbar,
se fueron en
busca de su
padre.
Muy
deprisa, atravesaron todo el castillo
hasta llegar a la cámara
real, donde Su
Majestad despachaba con
Roth, el consejero
del reino, y
antes de que
pudieran entrar el
chambelán, que era
el hombre de
confianza del Rey,
les interceptó el
paso:
–¿A
dónde vais, princesas?
–les preguntó.
–A
ver a nuestro
padre, el rey
–contestó Mar.
Entonces
el perrito ladró
y Jana añadió:
–Ámbar también
quiere ver a Su Majestad.
Finalmente
el chambelán les
dejó pasar, y
entraron con gran
estruendo en la
sala. Al verlas
el rey se
sorprendió, y les
preguntó:
–¡Hijas!
¿Qué hacéis aquí?
No podéis interrumpirme
mientras trabajo.
Pero,
Mar, sin dar
más explicaciones contestó:
–¡Papá!
¡Papá! ¡No puedes
hacer esto!
–¡Claro
que no, papá!
–añadió Jana.
Mientras
tanto Ámbar ladraba.
–¿Qué es lo que no puedo hacer?
–Dejar
que construyan la
fábrica, si no
el río se ensuciará, todos
nuestros amigos peces
morirán, la hierba
de las laderas
se secará y
las flores se
marchitarán.
–Hijas,
la fábrica es
necesaria para que
Nadilia sea una
ciudad rica y
próspera.
Entonces
llegó la reina
Sira, pero las
niñas estaban tan
preocupadas en salvar
el río del
desastre, que no
se dieron cuenta
de su presencia
hasta que les
preguntó:
–Y
vosotras ¿por qué
habéis venido? Ya
sabéis que a
estas horas no
se puede molestar
a papá:
–Para
defender a nuestros
amigos, mamá.
–¿De
qué? –preguntó la
reina extrañada.
–No
queremos que papá
dé su permiso
para que se
construya la fábrica
–respondió Jana.
–¿Y
por qué os
preocupa esto, hijas?
–Verás,
mamá –dijo Mar–,
si la fábrica
se hace, el
río se ensuciará
con los residuos
que le echarán,
las aguas se
volverán malas para
la salud, los peces
desaparecerán, y la
naturaleza de su
alrededor poco a
poco se morirá.
–Ya
les he dicho
que la fábrica
era necesaria para
la prosperidad de
Nadilia y del país entero –afirmó el
rey.
–Por
supuesto, Majestad –intervino
el consejero, que
escuchaba la conversación
con mucho interés.
–Pero
–era la Reina quien
hablaba– si el
río está contaminado,
los campesinos perderán
sus cosechas, la
tierra se volverá
estéril y se
extenderá la pobreza
por toda la
ciudad.
El
Rey, preocupado por
lo que le
acababa de decir
la reina, preguntó
a su consejero:
–Roth
¿sabemos como
piensan tratar los
residuos?
–Prometieron
poner una depuradora,
Majestad.
–No
es suficiente, Roth.
Habla con ellos,
porque no autorizaré
la construcción de
la fábrica sin
la depuradora.
El
consejero se fue, y
Mar preguntó:
–¿Para
qué sirve una
depuradora?
–Para
limpiar el agua –le
contestó la Reina.
Entonces
el Rey dijo
a sus hijas:
–La fábrica debe
construirse porque dará
trabajo a mucha
gente pero los
residuos no se
verterán en el
río, las aguas
contaminadas se filtrarán
a través de
una depuradora y se volverán
transparentes y cristalinas
como siempre.
–¿Y
los peces podrán
vivir en ellas?
–quiso saber Mar.
–¡Pues
claro!
–¿Y
podremos seguir corriendo
por la hierba
verde del prado?
–Naturalmente.
Mar
y Jana, dieron
un beso a
sus padres, y
se fueron corriendo
a contárselo todo
a su amiga
la gota, que
les esperaba en el alfeizar
de la ventana,
que se alegró
muchísimo de la
noticia, que las
tres festejaron durante
días y días.
FIN
MARÍA BASTITZ, con la colaboración de mis sobrinas MAR Y JANA