Finalizada la visita, nos juntamos de nuevo en el patio de entrada del Fort Amber. Mariola había regresado junto a mi padre, mientras Paloma se hallaba otra vez al lado de Alberto, aunque era fácil adivinar que ambos estaban discutiendo.
Antes de abandonar la fortaleza, tropezamos con varios encantadores de serpientes. Para llamar la atención Mariola se acercó a uno de ellos, y papá no paró de hacerle fotos, mientras tanto yo me decía a mi misma: Es una lástima que esta bestia ya no disponga de veneno, porque una picadura certera…
Y justo cuando me encontraba en estas cavilaciones sonó mi móvil. Era la esposa de mi padre, que quería hablar con su marido y se quejaba de que, a pesar de su insistencia, nunca contestaba a sus llamadas, poco debía de imaginarse lo ocupado que estaba papá durante aquel viaje. Me acerqué a él y de manera que todo el mundo lo oyera, le dije:
–Es tu mujer.
Mi padre cogió el teléfono de mala gana y se alejó unos cuantos pasos a fin de preservar su intimidad.
Para bajar de la colina sustituimos los elefantes por Jeeps, y antes de regresar al bus, nos detuvimos frente al lago Maotha para hacer fotografías.
Paloma y Alberto continuaban con su disputa, y hubo un momento en que pude oír como ella le soltaba abruptamente:
–Tus explicaciones no me convencen.
De nuevo, subimos a aquel vehículo escacharrado que nos trasladaba a todas partes, y después de una parada mecánica, donde fue necesario reponer líquido de frenos, llegamos a la residencia del marajá de Jaipur.
Aunque estaba segura de que los ánimos seguían exaltados, todos nos mostrábamos más contenidos, y la visita se inició con normalidad
El palacio real, al igual que el resto de la ciudad está construido en piedra rosada típica de la zona, es una mezcla de arquitectura mogol y rajpur, de extraordinarias dimensiones, erigido por Jai Singh II, y consta de varias edificaciones rodeadas de jardines. Después de que Indira Ghandi[1] recortara los privilegios de la realeza, la residencia del marajá quedo reducida a un ala del
Chandra Mahal, y Bhawani Singh, el actual soberano vive la mayor parte del tiempo en Londres pero, a pesar de su ausencia, el palacete solo puede admirarse desde el exterior. Llama la atención su entrada decorada con pinturas policromadas de figuras femeninas y de cinco pavos reales con las plumas de la cola extendidas, y está custodiado por la guardia del marajá, vestida de blanco inmaculado, turbante rojo y zapatos negros y donde todos los soldados deben cumplir con el requisito de llevar un bigote de extraordinarias dimensiones. De repente Martínez preguntó a Ram:
–¿Qué tenía que ver el actual marajá con Gayatri Devi?
–Era su madrastra.
–¡Ah! –contestó Arístides, y pasándose la mano por el pelo que desprendía un inconfundible aroma a colonia Floid, insistió:– ¿Sólo esto?
–Bueno, era una mujer de gran belleza, que a los diecinueve años se enamoró del marajá de Jaipur, a pesar de la oposición de sus padres, ya que Man Singh II tenía otras dos esposas hijas del marajá de Jodjpur.
–Lo sé, lo sé, era verdaderamente hermosa. La conocí en 1965 cuando su marido se convirtió en el primer embajador de la India en España, pero decían las malas lenguas…
El guía bajo la cabeza, como si quisiera indicar que lo que Martínez iba a contarnos era demasiado fuerte para que su conciencia hinduista pudiera soportarlo, pero Aristides no se cortó:
–En los mentideros de la buena sociedad madrileña de entonces, todo el mundo sabía que Gayatra Devi, a quien los íntimos llamaban Ayesha, se entendía con su hijastro, o sea con el actual marajá, doce años más joven que ella.
Ram hizo un leve gesto afirmativo.
Bien había llegado el primer sobresalto y yo no sabría decir exactamente cuál fue el motivo que más nos impacto, si los amoríos del futuro marajá con su madrastra, el hecho de que Martínez alternara con el Cuerpo Diplomático establecido en Madrid, o la leve tos de Mariola, que igual que si de una dama de alta cuna se tratara, pareció escandalizarse por los devaneos del príncipe, como si a aquella lagarta le pareciera correcto ir coqueteando con los maridos de las demás, pero juzgara poco decoroso que otras pudieran tener amantes. Y por si no había sido suficiente, Arístides dio un par de palmadas en la espalda del guía y añadió:
–¡Ay Ram! Amigo mío, la vida está llena de sorpresas, y eso que todavía faltan unos cuantos días para que acabe el viaje.
Mientras visitábamos el resto de construcciones del recinto palaciego, que albergan varios museos, estuve meditando largo rato las palabras de Martínez, pero finalmente dejé de lado aquellos pensamientos y me concentré en las explicaciones de Ram.
Acabábamos de entrar en el Maburak Mahal donde se conserva la indumentaria de los marajás, así como una colección de saris de seda y las vestimentas de Madho Singh I, monarca de más de dos metros de altura y 200 kg de peso. La sala también exhibe una recopilación de objetos de la vida cotidiana de los soberanos, como enseres, muebles o instrumentos de música. Después fuimos hasta el palacio de la Maharani que acoge una de las más bellas colecciones de armas hindúes y mogoles, como puñales de mango de jade con incrustaciones de rubíes y esmeraldas engastadas en oro. En las paredes están colgadas fotografías, que en su día hizo el mismo marajá, y que reflejan el Jaipur de finales del siglo XIX.
En el patio nos llamaron la atención unas enormes tinajas de plata maciza, y el guía nos contó que en tiempos del imperio británico invitaron a una princesa de la familia real a pasar una temporada en Londres, y la joven preocupada por su alma, si se daba el caso de que no consiguiera vencer los estímulos que la vida de la Corte de Su Graciosa Majestad pudiera ofrecerle, se llevó aquellos recipientes llenos de agua del Ganges, para lavar sus pecados y purificarse si, irremediablemente, caía en alguna tentación.
Acabado el recorrido por las dependencias de palacio, cruzamos una calle y fuimos a parar al Jantar Mantar un curioso observatorio astronómico, que fue construido a principios del siglo XVIII, por el marajá Jai Singh II, amante de la Astronomía, las Matemáticas y la Arquitectura, y que cuenta, aproximadamente con veinte complejos instrumentales, realizados en obra de albañilería, uno de los cuales está inacabado, seis necesitan de luz solar, y once funcionan con el reflejo de la luz lunar o estelar. Más de veinte astrónomos participaron en el desarrollo de los proyectos y las
investigaciones que allí se realizaban, y que se iniciaron antes de que terminara la obra. Las estructuras independientes de las que consta el observatorio permitían llevar a cabo un estudio
sistemática del cielo. Ram nos explicó que cuando las inclemencias meteorológicas impedían el uso de los relojes de sol, se empleaba la clepsidra, reloj de agua, para medir el tiempo.
Había llegado la hora de regresar al Samode Palace para cenar y despedir el año, y fuimos en busca del bus. El viaje por aquellas carreteras era largo y con semejante tartana, nos costaría mucho más llegar que a los del Club de los Impares, que viajaban en un autocar mucho más moderno que el nuestro. De nuevo, la circulación caótica nos engulló, y de repente el vehículo se
vio custodiado por varios camellos que avanzaban en la misma dirección.
Como ya venía siendo habitual, Mariola se colocó junto a papá, pero con los ojos fijos en Alberto, lo que provocaba la indignación de Paloma, que cada vez evidenciaba más su malestar. Yo me senté al lado de Arístides, y pensativa alargue todo lo que pude el cuello para aposentar bien la cabeza en el respaldo del asiento. Sentía que mi mente bullía, y no alcanzaba la lucidez necesaria para reflexionar serenamente en todo lo que le había oído decir a mi padre a lo largo del viaje, relativo a la Nochevieja. Martínez parecía que me leía el pensamiento, cuando me dijo:
–No debes preocuparte, Nora, aunque el río te parezca revuelto, de regreso a España las aguas volverán a su cauce. ¡Ya lo verás!
–Mi padre me ha decepcionado –contesté–, yo no me llevo mal con su mujer y me da pena que…
–Estas cosas suceden, y más en los viajes, pero luego no son más que una simple aventura que enseguida se olvida. Y no hay que darle mayor importancia Además ella vive en Madrid y él en Barcelona. Me apuesto lo que quieras a que nunca más se volverán a ver.
–No conoces a mi padre, Arístides, sería capaz de mentir todas las semanas a mi madrastra con tal de viajar a Madrid para echar un buen…
Entonces sentí que me ruborizaba y únicamente añadí:
–Bueno, tú ya me entiendes.
Martínez soltó una carcajada y respondió:
–Te comprendo perfectamente, Nora.
Y fue en aquel momento cuando me armé de valor y le pedí que me aclarara lo que también venía barruntando en mi cabeza desde hacía un par de horas:
–Perdona mi curiosidad, Arístides –empecé diciéndole–, pero me gustaría saber ¿Cómo conociste a…? ¡Ay! Ahora no recuerdo su nombre.
A pesar de exprimir mis neuronas durante unos segundos y provocar varios chasquidos con los dedos, no conseguí que regresara a mi memoria el patronímico de aquella dama, y terminé por concluir:
–Bueno, la mujer del marajá.
Pero Arístides, impasible, se limitó a contestar:
–¿A Gayatra Devi?
–Así es –respondí al escuchar de nuevo aquel nombre.
–Es una larga historia, amiga mía.
Esta vez, sin necesidad de ninguna parada por avería mecánica, el bus llegó al Samode Palace, y todos nos marchamos rápidamente a nuestras habitaciones, porque solo faltaban dos horas para que empezara la cena de Fin de Año y había que prepararse.
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A las nueve y media en punto nos encontramos en el hall del hotel, con nuestras mejores galas,
Mariola llevaba un pantalón negro muy ancho, que si no te fijabas bien parecía una falda, y un blusón de seda blanca, ceñido a la cintura con un fajín blanco y negro, Gloria se había puesto un vestido de satén rojo con escote palabra de honor y unos guantes largos del mismo color que le llegaban hasta el codo, María se presentó con un pantalón azul marino, también ancho y una blusa a juego con escote halter y gran lazada en el cuello. Paloma, en mi opinión la más elegante, apareció del brazo de Alberto con una falda larga negra, una blusa a juego con un escote rarísimo pero muy favorecedor, y salpicada de pequeños brillantitos, y un chal de seda negro. Yo me coloqué un vestido de gasa color maquillaje, línea évasé, adornado con unas margaritas superpuestas de la misma tela y un echarpe a juego, que mamá me había comprado para la boda de una prima. Los caballeros vestían Smoking, incluido Arístides, que no había olvidado perfumarse con su colonia de siempre.
El guía nos sugirió que aprovechando la calidez de la noche, antes de entrar en el comedor diéramos un paseo por los jardines bellamente iluminados y adornados con abalorios navideños. Y
mientras caminábamos por el mullido césped, Mariola explicó:
–Cuenta la Historia, que el palacio de Samode, fue un obsequio del Marajá de Jaipur a su Primer Ministro, al que quería alejar de la Corte porque pretendía a su esposa, y el monarca no tenía intención de castigarlo ya que a lo largo de los años le había prestado valiosos servicios, y puso fin a aquella situación enviándole a este exilio dorado. ¿Es eso cierto Ram?
–Así es.
Entonces Mariola susurró al oído de mi padre:
–Ya ves, cariño, que el lugar no podía ser más adecuado.
Continuará…
[1] Fue Primer ministro de la India desde enero de 1966 hasta marzo de 1977, y desde enero de 1980 hasta su asesinato el 31 de octubre de 1984, en manos de dos de sus guardaespaldas sijs.
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