Buenas noches, me llamo Gregorio Barba, no me confundan ustedes con uno de los padres de la Constitución, el que murió hace poco, un tal Gregorio Peces Barba, porque yo los peces los perdí hace tiempo en el río y si me descuido pronto me quedaré sin panes.
Soy pensionista, cobro 763.60 euros al mes, después de haber cotizado 47 años a la Seguridad Social. María, mi mujer, también recibe una retribución ridícula del SOVI, y hasta hace poco, junto con el alquiler de un piso en la Verneda, vivíamos los dos. Nos daba para ir tirando, pero la crisis se llevó por delante nuestro escaso bienestar.
Resulta que en aquella época en que España iba bien y todo el mundo era rico, Roberto, nuestro hijo, se enamoró de una chica de Nou Barris que quería prosperar y albergaba la esperanza de dar con un buen partido, casarse e iniciar su ascenso social. Mi hijo, enchochado como el que más, le hizo creer que él era el hombre de sus sueños, y bien mirado hasta podía colar. Después de haber dado a mi mujer el disgusto de su vida cuando, años atrás, nos dijo que quería independizarse. Se largó de casa y alquiló un piso en el Ensanche. Tenía una empresa propia, Transportes Barba S.L, pues, con mucho esfuerzo, había conseguido reunir una flotilla de camiones que transportaban automóviles por España y por Europa.
Así las cosas, el anillo de pedida, era la primera premisa a cumplir. Una alianza de diamantes de una de las mejores joyerías del Paseo de Gracia, comme il faut, aunque casi nos da un pasmo cuando nos dijeron el precio. María y yo dudábamos, la joya se escapaba de nuestras posibilidades, pero nuestro hijo, no sé si por amor, o por aquello de que tiran más dos tetas que dos carretas, abrió la cartera y pagó sin rechistar. Luego tuvimos que ir a casa de la niña y cumplir con todas las formalidades de la petición de mano.
¡Ah! pero esto no fue todo, mi futura nuera, con un sueldo que no podía mantenerse ni de pie, quiso vivir en Sant Cugat, y Roberto como no tenía un no para la moza, se hipotecó hasta las cejas. María y yo tuvimos que presentar en el banco, como garantía, las escrituras del piso de Sans, donde vivíamos, y del de la Verneda. ¡Y venga! a comprar el chalecito, de lo mejorcito de la zona; dos plantas, salón comedor, seis habitaciones, tres cuartos de baño, dos terrazas, jardín y piscina. Tampoco se conformó con amueblarlo en Ikea, y pronto llegaron a la propiedad decoradores y especialistas en otras artes, que lo dejaron hecho un primor. ¿Para qué reparar en gastos si la financiación bancaria lo cubría todo? La muchacha no cabía en sí de gozo y no paraba de decir: –¡Ay Robertito! Eres mi príncipe azul.
Un día soleado de mayo, nos vestimos con nuestras mejores galas y casamos al niño y a la de Nou Barris como aristócratas, en un castillo de renombre, de esos que utilizan artistas y futbolistas para dar el sí quiero a aquella con la que dicen haber encontrado el amor, antes de que la aborrezcan y tropiecen con otra que les guste más. Como los padres de ella no soltaron prenda, María y yo, tuvimos que sacar los ahorrillos y pagar hasta el vestido de novia, que, por supuesto, había tenido que ser de Rosa Clará. Y como mi mujer me decía: No reniegues más, Gregorio, que es nuestro único hijo. ¿Por quién lo haremos si no por él? Pues adelante con el gasto ¡todo por el nene! La niña no se lo creía, de pronto debió de pensar que le había ocurrido lo mismo que a aquel adefesio de Moratalaz, que presentaba el Telediario, que se casó con un príncipe. Claro que entonces el bodorrio, como tantas otras cosas, lo pagamos todos los españoles, y este solo mi mujer y yo.
Luego vino el asunto de la luna de miel, y como ya no estaba bien visto viajar a La Coruña o a las Canarias tuvieron que irse, en business class y maletas de Louis Vuitton, a Tanzania, al Ngorongoro Crater Lodge, ubicado en un cráter. Sí, sí, tal como lo oyen, claro que no debía de escupir lava porque les instalaron en una suite con mayordomo privado. Regresaron exultantes de felicidad. Contaba la de Nou Barris, que el atardecer era el momento perfecto para contemplar la belleza del paisaje y escuchar los sonidos nocturnos de la selva, en aquel rincón mágico de África. Y yo me preguntaba ¿qué debía saber ella de rincones mágicos si no había ido nunca más lejos de Parets del Vallès?
Después hubo que cambiar de coche porque la esposa de Robertito no paraba de hincharle los oídos con consideraciones como estas: Cariño, ese Wolsvagen Passat, que te empeñas en seguir usando es demasiado vulgar, deberías comprarte otro coche más acorde con nuestra posición. Y mi hijo no tardó en ir al banco a buscar más financiación y un buen día apareció con las llaves de un Jaguar de más de cuarenta mil euros. Cada vez que la de Nou Barris conducía el XF, debía tener la sensación de encontrarse en una especie de versión moderna de la carroza de Cenicienta.
Después hubo que cambiar de coche porque la esposa de Robertito no paraba de hincharle los oídos con consideraciones como estas: Cariño, ese Wolsvagen Passat, que te empeñas en seguir usando es demasiado vulgar, deberías comprarte otro coche más acorde con nuestra posición. Y mi hijo no tardó en ir al banco a buscar más financiación y un buen día apareció con las llaves de un Jaguar de más de cuarenta mil euros. Cada vez que la de Nou Barris conducía el XF, debía tener la sensación de encontrarse en una especie de versión moderna de la carroza de Cenicienta.
La vida les iba viento en popa. La empresa crecía y mi hijo compró un par de camiones más. Mi nuera dejó de trabajar, no estaba dispuesta a partirse la espalda por la miseria que le pagaban y decidió dedicarse al dolce far niente, a viajar y a gastar. Con los primeros fríos ya sacaba las pieles del armario, como si Barcelona fuera Estocolmo y, por la rigidez del clima, precisara de aquellas prendas con asiduidad.
Se sometió a varias intervenciones de cirugía plástica como si se tratara de la cosa más natural del mundo. Una para aumentar el pecho, otra para rebajar la nariz, después hubo que resaltarle los pómulos …Y no acababa de decidirse a quedarse embarazada para que no se le estropeara la figura.
Se sometió a varias intervenciones de cirugía plástica como si se tratara de la cosa más natural del mundo. Una para aumentar el pecho, otra para rebajar la nariz, después hubo que resaltarle los pómulos …Y no acababa de decidirse a quedarse embarazada para que no se le estropeara la figura.
En uno de esos días en que Robertito y su mujer parecían vivir una felicidad intensa, igualita a la de las películas de Hollywood, María y yo fuimos a la caja de ahorros y nos convencieron para que invirtiéramos el poco dinero que todavía nos quedaba en primas preferentes. El director llegó a decirnos que recuperaríamos todo lo gastado en la boda del niño, y mucho más: A fin de cuentas –añadió–, unos padres hacen cualquier cosa, incluido perder sus ahorros, para ver a su hijo feliz, pero poder recuperarlos con un producto financiero tan innovador no tendrán que agradecérmelo a mí si no a la Divina Providencia. No estábamos muy convencidos, había un montón de hojas que firmar, repletas de letra muy pequeña, pero Don Sebastián había sido nuestro asesor financiero toda la vida y era imposible que no nos orientara debidamente ¿para qué entretenerse en leer tanta palabrería económica? Así que nos entregamos a la labor de estampar firmas y más firmas en los papeles, sin que nadie nos advirtiera de los riesgos.
Pero sucedió que un día una fuerte crisis sacudió a Europa y al mundo. España, como siempre, fue uno de los países que corrió con la peor parte. Los inversores empezaron a inquietarse cuando el Gobierno no encontraba soluciones y, encima negaba el conflicto. Zapatero y sus sucesores no daban pie con bola…mientras la prima de riesgo aumentaba y la banca se encontraba a un paso de la quiebra. La burbuja inmobiliaria estalló, los millones del tocho se esfumaron, se inició una progresiva evasión de capital y las ventas de coches empezaron a caer en picado. Las empresas alemanas ya no precisaban de los camiones de mi hijo para trasladar sus automóviles desde Alemania, o desde Hungría, hasta aquí, sino que los transportaban en tren. Directamente llegaban a Irún desde la factoría húngara, y de allí Barba Transportes S.L los distribuía por toda España. Europa le había cerrado definitivamente las puertas.
La de Nou Barris vivía ajena a la situación y un día se presentó en casa con un bolso, que a mí me pareció de lo más ordinario, debe ser porque no entiendo nada de moda. Se trataba de una especie de saco de lona con asas de cadenas, me dijo que era el Cabas de Chanel: La última creación del Atelier para esta primavera - verano, ideal para ir de shopping –insistió. Y como le había costado menos de mil quinientos euros, que tanto a María, como a mí, nos parecía una barbaridad, ella lo veía como una ganga y había decidido, que de ahora en adelante, solo llevaría diseños de esta firma. Cuando se marchó no pude evitar protestar: A esta chica le falta un hervor ¿no se da cuenta de que los tiempos han cambiado? A su marido las cosas no le van como antes. – Sí –respondió mi mujer–, pero hace feliz a Robertito, que es lo que verdaderamente importa.
Unos días más tarde mi hijo también vino a visitarnos. Lo encontramos muy cambiado, había adelgazado varios kilos, estaba nervioso. Nos contó, que debido al descenso de las ventas, los alemanes habían rescindido todos los contratos con Barba Transportes. Que desde entonces trabajaba con empresas menos serias, que los impagados se le comían el negocio, que llevaba dos meses sin poder hacer frente a la hipoteca y el director del banco le había llamado la atención. Le sugerí que vendiera el chalet, y se mudara a un pisito más sencillo, pero me respondió que aquel era un sueño de su mujer, hecho realidad, y con sus deseos no jugaba. Bien sabía que era caprichosa, que vestía en las tiendas más caras de Barcelona, pero él sin ella no podía vivir y aunque tuviera que romperse el espinazo trabajando, nunca le negaría nada.
Unos días más tarde mi hijo también vino a visitarnos. Lo encontramos muy cambiado, había adelgazado varios kilos, estaba nervioso. Nos contó, que debido al descenso de las ventas, los alemanes habían rescindido todos los contratos con Barba Transportes. Que desde entonces trabajaba con empresas menos serias, que los impagados se le comían el negocio, que llevaba dos meses sin poder hacer frente a la hipoteca y el director del banco le había llamado la atención. Le sugerí que vendiera el chalet, y se mudara a un pisito más sencillo, pero me respondió que aquel era un sueño de su mujer, hecho realidad, y con sus deseos no jugaba. Bien sabía que era caprichosa, que vestía en las tiendas más caras de Barcelona, pero él sin ella no podía vivir y aunque tuviera que romperse el espinazo trabajando, nunca le negaría nada.
La crisis se recrudecía más y más, y Robertito llevaba medio año sin hacer frente a sus deudas. Y como había pedido a la de Nou Barris que controlara el dispendio, ella sufrió un ataque de cólera y enfadada le dio con la puerta en las narices y se largó con una amiga a Dubai, porque conocer los Emiratos, aunque no distinguiera a un árabe de un chino, era un signo de esnobismo que solo los de su clase se podían permitir. Y así se libraba unos días de su marido, que se había puesto muy pesado con eso de dejarle solo la calderilla para sus gastos: No te enfades, pichurri –le dijo–, ya sé que me echarás de menos, pero enseguida estaré de vuelta, y te prometo que a mi regreso no te arrepentirás de haberme dejado marchar.
Llegados a este punto, un día recibí una llamada del director del banco de la agencia de Sant Cugat con el que trabajaba mi hijo, que no escatimó detalles a fin de dejarme bien clara la cruda situación de sus finanzas, para terminar soltándome que como no podía pagar iban a embargarle la empresa: –Pero con eso no basta para cubrir toda la deuda –me aclaró–, y dado que usted es el avalista tendrá que responder por él.–¿Yo? –le pregunté exaltado. –Sí, usted –contestó sin miramientos–, avaló la hipoteca de su hijo, Roberto, con dos propiedades.
No entendía bien lo que me decía, la cabeza me daba vueltas. Yo solo les había traído las escrituras de nuestro piso de Sans y del de la Verneda, y ahora resultaba que esos buitres querían quedarse con la casa, donde vivíamos, mi mujer y yo, desde hacía más de cuarenta años. ¡Ah! y como con eso tampoco bastaba, porque la de Nou Barris no escatimó ni en lujo ni en metros cuadrados, también nos embargarían parte del de la Verneda, aunque como comprendían lo triste de nuestra situación, tendrían a bien el dejarnos vivir allí. Le dije que me diera un tiempo para solucionarlo y no se negó.
Al día siguiente me fui a la caja de ahorros para que Don Sebastián me ayudara a resolver aquel entuerto, pero ¡Oh, sorpresa! Le habían trasladado a otra oficina. Le conté lo que nos sucedía a quien estaba en su lugar, y le pregunté si el dinerillo que Don Sebastián me había recomendado que invirtiera en aquel producto prodigioso que tantos dividendos daba, bastaría para rescatar a mi hijo del naufragio económico y dejar mis propiedades libres de cargos. Entonces, el joven flacucho que hacía las veces de Don Sebastián, me contó que no podía disponer de mis ahorros porque los había invertido en primas preferentes a veinte años, es decir deuda perpetua, y como en aquellos momentos tan críticos la entidad no tenía beneficios, no estaba obligada a pagar intereses. Aunque, dadas las circunstancias, y por gentileza de la caja, en el mes de junio podría recuperar quince mil euros. Le dije que no me lo habían vendido de esta manera, que me habían garantizado disponibilidad absoluta. En fin, de todo menos guapo, a lo que el hombre respondió con un lacónico: Lo siento, señor, las normas son así y nos las marca Europa. Definitivamente estaba sin blanca. Mi hijo perdió el negocio y el chalet, y yo mi casa de toda la vida.
Mientras tanto, la de Nou Barris, parecía no querer regresar de aquellas tierras lejanas, a pesar de las súplicas constantes de mi hijo. Debía de ser por aquello de que cuando la miseria entra por la puerta el amor sale por la ventana, el caso es que un buen día volvió de Dubai acompañada de su estilista y de dos guardaespaldas. Y pensar que yo la creía tonta. Pues de eso nada. Resulta que cuando su marido empezó a aplicarle recortes presupuestarios intuyó el hundimiento de sus finanzas y se fue a los Emiratos a solucionar su futuro. Y tal como correspondía a su estilo le echó el ojo a un buen mozo, que resultó ser el hijo del emir, y como en un cuento de Las Mil y una Noches, se enamoró perdidamente de ella. No sé que le debió ver el pimpollo real, pero nos aseguró que si había regresado a Barcelona, solo era para pedirle a mi hijo el divorcio, a fin de acelerar su matrimonio con el príncipe, y recoger sus pertenencias, que con las prisas del desahucio olvidamos en San Cugat, pero gracias a las gestiones de Dubai, el banco le permitió sacar del chalet pieles y bolsos de Chanel.
Y yo, Gregorio Barba, de 73 años, que nunca había debido un duro a nadie, estoy sin piso y sin ahorros, todo se nos lo ha quedado el banco, y con un hijo a mi cargo, ya que no cobra el subsidio de paro por haber sido autónomo. Y puedo dar gracias a Dios por vivir en un cuchitril de cincuenta metros cuadrados, que cuando lo alquilaba lo anunciaba como piso soleado en la zona Forum pero, en realidad, no es más que un entresuelo sin luz, cargado de humedades.
MARÍA BASTITZ
Nota: La Verneda, Nou Barris y Sans, son barrios de Barcelona.