La primera
vez que escuché
este proverbio no
lo comprendí. Claro
que no tendría
más de diez
años y la
capacidad de entendimiento
propia de una
niña. En mi
adolescencia, cuando la
mente despierta a los sinsabores
de la vida,
lo juzgué egoísta, y
a día de
hoy una verdad
indiscutible de la
sabiduría popular que
demuestra la ingratitud
del hombre.
Porque
llega un día
en la existencia
de cada uno
de nosotros, que
el refrán se
hace realidad y
provoca ultrajes a
indefensos. Una herencia,
una amante, la lucha
por el prestigio
social, el poder, la imagen…etcétera, son
algunas de las
causas que pueden
desencadenar tales consecuencias, y a quien
le toca sufrirlas
siente como la hoja de
un puñal, bien afilado,
se le hunde
en la espalda
y le provoca
un dolor indescriptible. De los
agravios mencionados con
anterioridad, es la
muerte de un
familiar cercano y
la aceptación de
sus últimas voluntades,
la que se lleva la
palma con diferencia. Dado que,
en este momento,
el hombre saca
lo peor de
sí mismo, manipula
la situación y
luego echa mano
del proverbio para justificar
su actitud, y aquellos
herederos, que confiaban
con los ojos
cerrados en el
buen hacer de sus parientes
cercanos, porque nunca,
hasta entonces, les
habían defraudado, se
quedan transpuestos y
obnubilados cuando sufren
las consecuencias. Y si les dicen: Alto ahí,
que nos hacéis
daño. Ellos, que
se creen en
posesión de la
verdad absoluta, intentan
dar una explicación
a su ilógica
conducta, y dicho
sea de paso,
imponer su voluntad,
utilizando el mismo
lenguaje que un
loro, y con
voz entrecortada, juran
y perjuran que
solo lo han
hecho por su
bien, y responden
a las protestas
de los agredidos
como si nada
hubiera pasado: Mira
que sois tercos,
ya estáis otra
vez con la
misma historia.
En
los demás contextos
mencionados, quienes cometen semejantes
abusos suelen ser amigos
del alma o
personas cercanas al
entorno de la
víctima, que son
capaces de traicionarle
a cambio de
un plato de garbanzos.
Créanme,
tanta bondad ajena,
deja a las
personas desarmadas y sin derecho
al pataleo, mientras
que los culpables
se convencen de
que la caridad
bien entendida empieza
por uno mismo, aunque
en realidad, solo sea una
excusa para matar
sus remordimientos.
A este
surtido tan prolifero
del bestiario humano, predispuesto
a llevar a cabo una
maldad, hay que
añadir a los políticos,
y a su
corte de colaboradores, que
debido a su
escasa talla intelectual
se creen que
desempeñan tareas difíciles
y arriesgadas por
el bien del
país, cuando en
realidad un alumno
de EGB lo
haría mejor que
ellos, y en
los debates parlamentarios, el
Congreso se convierte
en lo más
parecido a un
circo romano donde se
echan a las
fieras los unos
a los otros. Y
al margen de
lo que prometieran
antes de las
elecciones, son capaces de
mentir, prevaricar, extorsionar y
hasta matar para
conseguir sus fines,
que no van
más allá de
llenarse los bolsillos
y dejar en
buena situación a
los suyos. Y
es que la caridad
bien entendida empieza
por uno mismo,
debían de pensar
Rajoy y sus compañeros
de partido cuando
aceptaban los sobres
de Bárcenas.
Pero
no solo el
Gobierno central es fácilmente
corruptible, las autonomías
tampoco se quedan
a la zaga
a la hora
de meter mano
al erario. En
Andalucía que se
lo pregunten a
Chávez y a
sus compinches. En
Valencia, entre otros
muchos, a papá
Fabra y su
hija Andreíta, autora
de la tristemente
famosa frase: Que se
jodan. Mientras que
aquí, en Cataluña,
los hijos querubines
de Pujol, en
otro tiempo muy honorable,
hacen de las
suyas con las
I.T.V y los
hoteles en Méjico.
Y las amantes
despechadas airean a
los cuatro vientos
el asunto de la evasión
de capital. Eso
sí, con bandera
independentista colgada del
balcón de su casa.
Claro
que el proverbio
no está pensado
para limpiar las
conciencias de los
que pretenden salirse
siempre con la
suya, o de
los que nadan
en la abundancia,
tal como parecen interpretarlo
políticos y mangantes sino
que nos sugiere
que, cuando nuestras necesidades
estén dignamente cubiertas,
nos dediquemos a
ayudar al prójimo.
De no ser
así tendremos que
limitar el alcance
de nuestros actos
caritativos, o incluso
eliminarlos. Solo eso.
Señores, como
siempre, les invito
a la reflexión.
Buenas noches.
MARÍA BASTITZ