Amigos lectores:
Bien mirado,
como en este país la
prensa nunca dice
nada en contra
del Gobierno, sea Central o
Autonómico, es
necesario dar a
conocer que en
Catalunya recibimos a
diario desde los
medios de comunicación tanto
públicos como privados,
adoctrinamiento independentista, hasta
el punto de
que yo, que
siempre les he dicho que
no manifestaría mi
opinión sobre este
punto, y que
escuchaba la radio
al levantarme, he
decidido una de
las pocas cosas
que todavía puedo
decidir, que de
buena mañana, las
ondas no contaminarían mis neuronas.
Así
las cosas, voy
a contarles lo que
vi y oí
sobre quién se supone que debe conducirnos
en esta aventura,
Don Artur Más
que, como ustedes saben, me resulta un
personaje recurrente, puesto
que ya ocupó
en otra ocasión
las páginas de
este blog.
Todo
sucedió una fría noche
de febrero. Había
quedado con una
amiga en el
Paseo de Gracia, justo en el
chaflán con la
calle Provenza, delante
de la Casa
Milá (la Pedrera), edificio emblemático
de la ciudad,
obra del arquitecto
universal Antonio Gaudí.
Íbamos a ir
a cualquier cafetería
para hablar de
lo humano y
lo divino, pero
Artur tuvo que estropearnos los planes y acabamos
charlando de política.
Pues
bien, aquella esquina
que siempre parece un
enjambre de turistas,
a mi llegada
la encontré desierta,
a excepción de
cinco bomberos, vestidos
de calle, pero
con la chaqueta
del uniforme encima,
dos efectivos de
la Guardia Urbana,
unos cuantos periodistas,
que se protegían
del viento en
la entrada del
edificio, algunos hombres
fornidos con abrigo
negro y pinganillo en
la oreja, unos
cuantos transeúntes que iban
y venían, y
una servidora de
ustedes.
De
repente, todos parecían
poseídos por un
frenesí extraño, a excepción
de quien escribe
y de los
ignorantes ciudadanos que
se les antojó
pasar por ahí, los
del abrigo negro
se precipitaron hacia
la calle Provenza,
los periodistas fueron
invitados a pasar
el interior del
vestíbulo de la
Pedrera, así no
iban a oír las protestas
de las gentes
y ninguno se
pasaría con la pluma. La Guardia
Urbana ordenó a los bomberos,
que se alinearan
el uno al
lado del otro,
y todo porque
Don Artur Más
acababa de salir
del Círculo de
Economía, que se
encuentra en frente
de la obra
de Gaudí, y
esperaba que el semáforo
le diera
paso para cruzar. Vestido con
un traje gris oscuro
y corbata granate,
me pareció que
tantas trifulcas independentistas habían
acabado por menguarle
la estatura, pero
no por despeinarle
el tupé, que
parecía como si lo llevara
pegado con Loctite.
¡Atención señoras, no más
lacas, ni fijadores!
Ya que todas
las allí presentes
llevábamos el pelo revuelto por
efecto del aire
gélido, excepto Don
Artur, que tenía
todos los cabellos
en su sitio,
habrá que pedirle
el nombre de
la pócima que
utiliza a cambio
de embarcarnos rumbo
a Ítaca.
Los
bomberos, airados, se
despacharon a gusto
con el figurín
y empezaron a
preguntarle: ¿Hasta cuándo,
señor Más, Hasta cuándo
tendremos que pagar
de nuestro bolsillo
los equipamientos? ¿Hasta
cuándo no nos
devolverás nuestro sueldo? Somos padres de familia
¿lo sabes, Más? Y tenemos
que dar de
comer a nuestros
hijos.
Don
Artur no se
atrevía a mirarlos
de frente, y cruzó la
calle apresurado y
cabizbajo. La gente solo
le manifestaba indiferencia
y desprecio. Entró en
el vestíbulo de la Casa
Milá y los
periodistas le abordaron,
aunque ignoro lo
que le preguntaron,
porque ningún medio
se hizo eco
de lo que realmente ocurrió fuera
del edificio. Menudo
papelón.
Y digo yo,
los catalanes estaremos
locos de atar
si confiamos nuestro
futuro al susodicho molt
honorable, que alega
falta de presupuesto
para combatir el
riesgo laboral y
menguar el sueldo
de los funcionarios,
sin embargo le sobran
millones para untar a los medios
afines, a la
Assemblea Nacional Catalana,
a Ómnium Cultural y
a todo el
que esté dispuesto a
participar en su
peculiar cruzada. Señores,
como siempre, les
invito a la
reflexión.
MARÍA BASTITZ