Mucho se ha dicho de Londres. Como que es una falsa megalópolis hecha de los retazos de pequeñas aldeas. Es cierto que muchos de los nobles monumentos de esta eminente capital tienen orígenes oscuros.
Dichos accidentes genealógicos prácticamente determinan su esencia, como si ese toque de impureza le insuflase la vitalidad necesaria a esta ciudad íntimamente puritana. No hay que olvidar que Londres prosperó gracias a los corsarios, que el pop nació en sus garajes, que el barrio del Soho se identificaba con los bajos fondos de la ciudad antes de ser símbolo de su formidable energía y que el edificio del prestigioso museo de arte contemporáneo de la Tate Modern albergó en su día una central eléctrica. En cuanto a la ilustre Lloyd's de Londres, comenzó su carrera como mercado de seguros más grande y antiguo ce1 mundo en el interior de un cafetín. Hace más de dos siglos, esta institución propició el surgimiento de la potencia financiera y comercial del reino, convirtiéndose en su piedra angular. En aquella época se llamaba Lloyd's Coffee House y no era más que un establecimiento popular dedicado a la venta de café, un producto tan a la moda en el Londres de la época que logró echar por tierra la prohibición de establecimientos dedicados a su venta ordenada por el rey Carlos II de Inglaterra en 1676. Esta prohibición prematura pretendía erradicar no tanto la bebida en sí como los lugares donde se consumía, en los que se fomentaba una opinión liberal hostil a las intrigas absolutistas de la corona.
Un día, hacia finales de 1680, Edward Lloyd cayó en la cuenta de que los negociantes, los armadores, los capitanes de navíos mercantes y los actores más importantes del comercio internacional tenían por costumbre reunirse en su establecido de Tower Street para intercambiar información de "era mano sobre el tráfico marítimo y cerrar contratos de seguros. Se le ocurrió entonces la idea de poner tizas y una pizarra negra a disposición de sus clientes, que empezaron a apuntar en ella los datos relativos a los tipos de cargamento y a los buques que las compañías comerciales querían asegurar. Bastaba con que las personas adineradas que aceptaban cubrir los «riesgos fortuitos de un navío» o expedición escribiesen su nombre bajo los datos del barco por el que respondían. De ahí viene el término «subscripción», que sigue empleándose en el mundo de los seguros. La iniciativa cobró tanto éxito que Lloyd's tuvo que buscar un local más grande; lo encontró en Lom-bard Street, lugar en el que su negocio se convirtió en la institución que conocemos. Incluso comenzó a publicar noticias marítimas en las columnas de su propio periódico, bautizado con el nombre de Lloyd's News, que sería el primer diario editado en Londres.
En la actualidad, el antiguo café donde se valoraban los riesgos más insólitos se ha trasladado a un imponente edificio futurista en pleno centro de la City. Richard Rogers, uno de los dos arquitectos que junto con Renzo Piano concibió el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, retoma aquí el concepto del edificio parisino. Las escaleras, los ascensores y las canalizaciones eléctricas, de agua y ventilación se han sacado hacia fuera, a la fachada, para aprovechar el espacio interior, como si la Lloyd's quisiera conjurar el antiguo temor de sentirse apretada. ■
Texto Julien Bouré
Publicado en la revista Nespresso de invierno de 2010-2011
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