Martínez se percató de mi presencia, y yo fingí que nada había oído y le pregunté:
–¿Ha comido usted bien, Arístides?
–¡Bah! Me estoy dando cuenta de que en éste país todo sabe mal, lo aparentemente suave es picante de narices y lo que parece más elaborado resulta tener un sabor inadmisible para nuestro paladar.
–Tiene usted razón.
–No sabes cuánto me alegra escuchar tu voz, Nora, porque durante todo el viaje apenas te he oído hablar.
Bajé la cabeza, ya que en estas ocasiones era cuando acostumbraba a ruborizarme. Martínez me preguntó:
–¿Y tu madre, se ha quedado en Barcelona?
–Mis padres están separados, pero papá a su vez, volvió a casarse hace unos años.
–¡Ah…! –asintió mi interlocutor con un lento movimiento de cabeza.
En aquel momento el guía apareció detrás de un seto y soltó:
–¡Pero bueno! ¿Dónde se habían metido?
–Ya ve usted, Ram, de paseo por el jardín con una buena moza.
–¡Ay Arístides! –exclamó–, ¿No se da usted cuenta de qué podía ser su nieta?
–Por eso mismo, Ram –le contestó sonriendo–, a mi edad estas ocasiones no se presentan todos los días y hay que saber aprovecharlas.
Fuimos hasta el bus, y al subir papá me hizo saber:
–No entiendo porque has tenido que retrasarte. Me tenías preocupado.
No le contesté porque bastante bien sabía yo cuál era el verdadero motivo de sus preocupaciones.
Con un estrepitoso estruendo, el bus se puso en marcha de nuevo, esta vez íbamos al templo Sikh, cerca de la plaza Connaught. Al subir los primeros peldaños de la entrada observamos que la suciedad, que a aquellas alturas del viaje ya se había convertido en cotidiana para nosotros, también enturbiaba aquel recinto. Para acabarlo de arreglar, hacía escasos minutos que había empezado a llover y el suelo estaba cubierto de agua sospechosamente amarillenta, y el guía nos dijo que teníamos que entrar con los pies completamente desnudos.
Mientras nos descalzábamos en una sala habilitada para tal fin, Ram nos contó que este templo se había construido en el siglo XVII como palacio del rajá Jai Suigh, quién tuvo como huésped al gurú Har Krishan cuando llegó a Nueva Delhi con sólo cinco años. En aquel entonces, la ciudad se vio sacudida por una violenta epidemia de viruela, y Har Krishan, a pesar de su corta edad, se dedicó a cuidar a los enfermos dándoles comida y bebida. Para solucionar la escasez de agua mandó perforar un pozo dentro del actual recinto Sikh, y empezó a correr la voz de que quién padecía la enfermedad se curaba lavándose con aquella agua. Pero el gurú también enfermó y murió a los ocho años.
Desde entonces, los hindúes consideran que el agua de los pozos de los Sikh es curativa, y lo convirtieron en un importante centro de peregrinación.
Estuve a punto de negarme a entrar en el templo, pues tener que pisar semejante suelo con los pies desnudos, podía favorecer la aparición de un resfriado, ya que la temperatura era baja, además de convertirse en un festín para los hongos, que intuía debían de campar a sus anchas por el lugar.
Paloma nos dijo que, debido a sus dolores reumáticos, no estaba dispuesta a descalzarse y a andar sin calcetines por un pavimento tan húmedo. Mariola, consciente de que había llegado su oportunidad, afirmó:
–No te preocupes que cuidaremos bien de tu marido.
Pero no contaba con la opinión de Alberto que acto seguido le anunció:
–Te lo agradezco pero me quedo con mi mujer.
Herida en su orgullo, le faltó tiempo para colocarse detrás de Ram y agarrarse al brazo de papá, el resto del grupo les seguimos dispuestos a iniciar el recorrido. En realidad la conducta de aquella mujer me desconcertaba, por un lado devoraba a Alberto con la mirada, y por el otro no paraba de coquetear con mi padre. Llegué a la conclusión de que su comportamiento era extraño, pero dejé de pensar en ello por temor a que me estropeara el viaje.
En el interior del recinto, además de la sala dedicada al culto de los fieles, se encontraba la escuela, y una cocina donde se servía comida a los más pobres de Delhi. En el exterior había una inmensa piscina, envuelta en una columnata, que de madrugada se llenaba de gente que acudía hasta allí en busca de un baño purificador.
Nuestra próxima visita era el Raj Ghat, lugar donde fue incinerado Ghandi[9] , y en aquella ocasión todos regresamos silenciosamente al bus para cubrir el desplazamiento.
Antes de entrar en el memorial en recuerdo al líder hindú Mahatma Gandhi, tuvimos que repetir lo que ya venía siendo habitual aquel día: Descalzarnos. Pero esta vez nos permitieron conservar los calcetines. Al monumento, que se encontraba a cielo abierto, a orillas del río Yamuna, accedimos por un camino empedrado, y al llegar a la zona vallada que lo protegía vimos una simple losa de mármol negro que indicaba el lugar en que Gandhi fue incinerado, decorada con una llama eterna en uno de sus extremos, donde se podía leer el epitafio: "Hey Ram", que significa "Oh Señor", y que fueron las últimas palabras que pronunció Mahatma Gandhi antes de morir.
Acabado el recorrido por el memorial, Ram nos indicó que debíamos regresar al hotel, y aunque el trayecto no era muy largo, tardaríamos un poco en llegar por culpa del tráfico, que dicho sea de paso estaba imposible a aquellas horas de la tarde, y todo el mundo hacía sonar el claxon de sus coches y demás artilugios de fabricación casera, que solo eran capaces de circular en aquel país, con la esperanza de ganar tiempo, ofreciendo como resultado un concierto en distintos tonos estridentes.
Por fin el bus paró frente al Hilton Garden, después de tener que aguantar estoicamente una hora de caos circulatorio, y ya en recepción, Martínez le hizo saber al guía:
–Verás, Ram, voy a necesitar un taxi.
–¿Cuándo? –preguntó sorprendido.
–Ahora mismo.
–¿Por qué? –insistió ante la estupefacción de todos.
–Es un asunto personal.
–Lo comprendo –respondió–, pero tengo la obligación de advertirle que Nueva Delhi no es París, y a menudo a los turistas les surgen complicaciones, y usted ya tiene unos años…
–No se preocupe, Ram –le interrumpió–, agradezco sus buenas intenciones, pero siempre he sabido cuidar de mi mismo.
–¿Está seguro de dónde va? –preguntó Gloría.
–Por supuesto, amiga mía.
–¿Quiere que le acompañe? –me ofrecí–, a lo mejor le puedo ser útil.
Entonces intervino papá airado:
–Ni lo sueñes.
Hice caso omiso de su advertencia, pues la perspectiva de quedarme con él en el hotel contemplándole beber los vientos por Mariola, se me antojaba aburrida, en cambio al lado de Arístides podía suceder algo interesante:
–Pero si usted no habla inglés –intenté persuadirle–, y yo…
Entonces, Martínez, haciendo alarde de un dominio absoluto de la lengua de Shakespeare, respondió:
–I know more things than you think, lady . [10]
Nos dejó a todos con tres palmos de nariz, al darnos cuenta que habíamos infravalorado a nuestro compañero de viaje, aquel viejecito entrañable que olía a colonia Floid y que nos inspiraba cierta compasión por querer resistirse a aceptar el paso del tiempo y arrastrarse, por esos mundos de Dios, a tan avanzada edad.
Al poco rato apareció el taxi que le habían facilitado desde recepción, y a Arístides la faltó tiempo para abordarlo. Le acompañé hasta la portezuela y gracias a que la ventanilla estaba abierta pude oír lo que le indicaba al taxista:
–12 Prithviraj Road.
Entonces vi como a través del cristal trasero del coche Martínez se volvía hacia mí, que me había quedado inmóvil en la entrada del hotel, observando como el vehículo arrancaba, y apoyaba en sus labios el dedo índice en posición vertical para recomendarme silencio.
Mientras tanto, en el vestíbulo del Hilton Garden, el guía y el resto del grupo estaban muy preocupados por las andanzas del imprevisible Arístides, y Ram nos facilitó su número de móvil para que le llamáramos si se daba el caso de que no hubiera regresado a la hora de la cena.
Continuará…
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[9] Mohandas Karamchand Gandhi: (Porbandar, 2 de octubre de 1869-Nueva Dheli, 30 de enero de 1948) Abogado, pensador y político hindú. Recibió de Tagore el nombre honorífico de Mahatma, que en hindú significa alma grande.[] Se enfrentó al dominio británico a través del Movimiento Nacionalista de la India , y rechazó la lucha armada contra el imperialismo inglés, mientras predicaba una fidelidad absoluta a los dictados de la conciencia. Encarcelado en varias ocasiones, tardó poco en convertirse en héroe nacional. En 1931 participó en la Conferencia de Londres donde reclamó la independencia de la India , y una vez conseguida trató de reformar la sociedad, apostando por la integración de las castas más bajas, y por el desarrollo de las zonas rurales. Desaprobó los conflictos religiosos que tuvieron lugar tras la marcha de los ingleses, defendiendo a los musulmanes en territorio hindú, y por tal causa fue asesinado por Nathuram Godse, un fanático integrista, el 30 de enero de 1948 a la edad de 78 años. Sus cenizas fueron arrojadas al río Ganges.
[10] Sé más cosas de las que piensas, señorita.
excelente! Estoy enganchadísimo. Si todos los tours fueran como éste, me dejaría de viajar por libre.
ResponderEliminarGracias P.!
¡Y lo que te queda por leer Filippos!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo