sábado, 9 de julio de 2011

* * * LA SOLUCIÓN A LA CRISIS ECONÓMICA ESPAÑOLA * * *

En los  años  posteriores  a  la  II Guerra  Mundial,  se fue  instaurando  en  la  Europa  occidental  el  estado del bienestar, que supuso importantes logros en términos de redistribución y reducción de las desigualdades de renta  per  cápita,  lo  que  llevó al  viejo  continente  a  la formación de una clase media dominante que garantizaba su estabilidad económica. Pero al  igual  que  en cualquier estructura  que tiende a la expansión, en los  últimos  tiempos se registraron permanentes aumentos de los sistemas de protección social que dispararon  el gasto público.  Antes  de  la  crisis,  gracias  a  la  voluntad  política  de  querer  expandir  semejante  dispendio  sin  tener  que  subir  los   impuestos,  ya  se  generaron importantes déficits presupuestarios,  además  de  una  significativa acumulación de deuda, que  obligó a  los  gobiernos  a buscar financiación en los mercados exteriores;  lo  que en  el  futuro condenaría  al sector privado  a  un excesivo  endeudamiento para hacer frente a más cargas impositivas. Por  tanto,  la  política anticíclica es  el  único mecanismo de viabilidad económica   para  el crecimiento de un país a largo plazo.
                   
                  John Maynard Keynes[1],  padre  de  dicha  doctrina, propuso  que  durante  los  periodos  de  economía expansiva  de  un  país, el Estado debía actuar manteniendo bajo control la inflación,  a través de lo que se denominan políticas restrictivas,  que  consisten  en  un aumento de los impuestos y  una reducción del gasto público, junto  con  una  subida  de los tipos de interés  para  que,  llegada  la  fase  de  decrecimiento económico  puedan  adoptarse  políticas expansivas,  tales  como  el  incremento del consumo, la reducción  de   la  presión impositiva, y  una  disminución  de las tasas de interés. Porque, según  sus  teorías, los dos grandes problemas macroeconómicos a  los  que  tiene  que  enfrentarse  un  gobierno  son  el control de la inflación y el desempleo. 

                 Estas serían, en esencia, las medidas anticíclicas propuestas por Keynes y que una  gran mayoría de economistas defienden, a  fin  de suavizar los efectos extremos de los ciclos económicos y  favorecer la riqueza de una  nación  manteniendo  los niveles de crecimiento moderados  para  poder  reactivar  su  economía. Por esa  razón, no es de  vital  importancia que haya un equilibrio presupuestario estricto en cada ejercicio  político. En  cambio,  en épocas de crecimiento económico,  si  hay  que  procurar  que  los  presupuestos  del  Estado registren superávit,  para  compensar  el  déficit propio  de  las épocas  de recesión.
          Llegados  a  este  punto podemos  empezar  a  analizar  lo  que  ha  sucedido en España, después  del  espectacular crecimiento económico vivido entre  los  años 1996 y 2006 , fase  de  bonanza  anormalmente larga debido al increíble aumento de  la  rentabilidad  en el sector de la construcción y las facilidades para  acceder  al  crédito.
          En  el 2008 con la crisis financiera iniciada  en  Estados  Unidos a  causa  de  la suspensión de pagos de LehmanBrothers,  el  ejecutivo  de  Rodríguez  Zapatero  no  supo,  o  no  quiso  ver  la  que  se  nos  venía  encima,  mientras  que empresas y  familias  descubrieron  como  su  endeudamiento  crecía  y  su  economía  se  derrumbaba.
          Pero  ¿qué debería haber hecho el Gobierno  en  tal  situación? De  lo  analizado  hasta  ahora  se  deduce,  que  durante el largo período de crecimiento previo a la crisis,  se  hubiera  tenido  que  controlar la inflación,   contrarrestándola con una política monetaria y fiscal restrictiva. España necesitaba subir los tipos de interés para detener la política de crédito  tan fácilmente desarrollada por las  entidades  financieras.
          Pero  como  el  Banco   Central  Europeo,  es  quién  determina  los  tipos  de  interés  desde la formación de la Unión Económica y Monetaria,  y  en  aquel entonces los mantenía reducidos para ayudar  a  Alemania a  atravesar una situación de crecimiento cero, la única política de la que podía valerse el gobierno español para controlar  la  inflación   era  la fiscal, y es aquí donde, a mi entender,  radica el kit  de  la  cuestión. Si  se  seguía  la  disciplina  de  Keynes,  habría  sido  necesaria una subida de impuestos y una disminución del gasto  público; pero como  en  nuestro  país no hay un solo político dispuesto  a aumentar  gravámenes  y  a reducir bienes y servicios a  la  ciudadanía durante una época de bonanza económica, porque  correría  el  riesgo  de  perder  las siguientes elecciones,  se  da  la  paradoja  de  que  se  asocia un mayor gasto a  la  obtención  de mejores réditos electorales. Por lo tanto, durante los  períodos analizados,  incluyendo  el 2010, cuando Europa  hizo  que  nos ajustáramos el cinturón, el Estado  siguió gastando en proyectos de dudosa  eficiencia, como  sufragar  la  compra  de ordenadores  a  los  escolares,  establecer líneas de  trenes  de  alta  velocidad  que  jamás  serán  amortizadas, crear aeropuertos donde  nunca  aterrizará  un  solo  avión, o  bien incrementar la cantidad de prestaciones sanitarias  públicas.
            A todo ello cabe recordar que el artículo 31.2 de la Constitución española dice textualmente que “el gasto público será  equitativo  a  los recursos públicos y su programación y ejecución responderán a los criterios de eficiencia y economía” pero  a la vista de los hechos,  sobran  los  comentarios.
           Así  las  cosas,  ante la imposibilidad de realizar políticas restrictivas en la fase expansiva del ciclo económico, para  que  el  Gobierno  pueda  mantener  los incentivos electorales,  la  única  solución  posible sería  una reforma  constitucional  para  alargar la  vida  de  la  legislatura.  Es  decir,  sustituir  los  cuatro  años  de  mandato  establecidos  hasta  ahora  en  España, por  siete, tal  como ocurre en la República Francesa. Esta medida permitiría que  el  Ejecutivo legislara  durante  un período  lo suficientemente largo para poder establecer sus políticas económicas, que deberían ir acompañadas de una mayor transparencia en  relación  con  la financiación de los partidos políticos  para evitar su excesiva dependencia de las entidades de crédito, y  garantizar la formación de ciudadanos capaces de razonar por sí mismos sin  que  se  dejen  influenciar  por  la constante demagogia,  a  la  que  nuestros  líderes  nos  tienen  acostumbrados, en torno al estado del bienestar.
       
Ciudadano  Global


[1] Cambridge  5  de  junio  de  1883-Firle  21  de  abril  de  1946.  Economista  británico  cuya  ideología  tuvo  una  gran  influencia  en  las  teorías  económicas  y  políticas  modernas,  y  también  en  las  políticas  fiscales  de  muchos  gobiernos.



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