Estimados lectores y amigos:
Si los Habsburgo cuentan, a lo largo de su historia con numerosos personajes romanescos, muchos de vosotros quizá no hayáis descubierto todavía la singular figura de Elisabeth Maria Henriette Stéphanie Gisèle de Habsburgo-Lorena, que primero fue archiduquesa de Austria y después princesa de Windisch Graetz, nacida el 2 de septiembre de 1883 en el castillo de Laxenburg y fallecida el 16 de marzo de 1963 en Hütteldorf. Hija única del archiduque Rudolf, kronprinz del Imperio Austrohúngaro, y de la archiduquesa Stéphanie, de soltera princesa de Bélgica. En su familia era conocida como « Erszi ».
Días después de su nacimiento, mientras Su Majestad hacía donaciones y se rezaba más de un Tedeum a fin de dar gracias a Dios por la llegada de la criatura, los poetas afines a la Corte escribían sonetos cursis, con los mejores deseos de felicidad para la recién nacida, mientras que en Viena se repartían octavillas, que reflejaban el malestar de los obreros, que a pesar de la buena nueva clamaban: “Las prácticas que acompañan a este “feliz acontecimiento” son odiosas. ¿Quién si no los poderosos, los ladrones que visten frac y uniforme podrán aprovecharse de la caridad imperial? Seguro que el pueblo no. De nuevo nos costará muchos millones de florines, y las clases trabajadoras, solo tienen , en el mejor de los casos, un poco de pan seco para dar a sus hijos…”[1]
Pero las miserias de los pobres, no afectaban a la pequeña archiduquesa que crecía hermosa. Aunque cuando solo contaba cinco años, su padre fue asesinado en el pabellón de caza de Mayerling en compañía de Mary Vetsera.
Después de esta desgracia, su abuelo, el emperador Franz Josef, ejerció de tutor, siempre estuvo pendiente de ella, y llegó a convertirla en su nieta preferida. Creció, entre algodones, en el palacio imperial. Pero si Su Majestad creía, que una archiduquesa de Austria debía ser moderada, conciliadora y no crear conflictos familiares, virtudes absolutamente necesarias también, hoy en día, para desenvolverse en sociedad, que algunos nacen con ellas, otros adquieren con la edad, y muchos no llegan a alcanzar nunca, su nieta se encontraba a años luz de tal precepto.
En enero de 1900, el soberano le autorizó a participar en el baile de la Corte, y según el diario Freie Presse, todos los asistentes quedaron sorprendidos por su belleza. El rotativo se expresaba en estos términos:
“La princesa Stéphanie, viuda del heredero del trono y su hija la archiduquesa Elisabeth de dieciséis años, fueron el centro de todas las miradas de la concurrencia, la joven destacaba de manera deslumbrante por su tez de porcelana y su soberbia cabellera rubia. Sin embargo la viuda del príncipe heredero, de una belleza radiante, se preocupaba más del bienestar de su hija, que del efecto que pudiera producir. Según las órdenes dadas por el emperador, que también coincidían con los deseos de Stéphanie, la archiduquesa vestía con la simplicidad propia de una joven de su edad. Todos contuvieron la respiración en el momento en que apareció. Había crecido mucho, llegando incluso a sobrepasar a su madre, de su persona emanaba la gracia de una princesa de cuento de hadas, y al igual que Blanca Nieves, exhibía un extraordinario candor acentuado por una sonrisa absolutamente deliciosa e irresistible”
Aunque según Friedrich Weissensteiner.:”La hija de Rudolf estaba lejos de poseer la modestia y la simplicidad evocadas en esta crónica. Perfectamente consciente de su rango, sabiendo con exactitud lo que quería y de qué manera podía conseguirlo, la archiduquesa representaba todo lo contrario de las dulces princesas de los cuentos para niños”
En aquella velada conoció a un lugarteniente de veintiséis años, y empezó a dar rienda suelta
a sus sueños de adolescente, hasta el punto de querer casarse con él. Pero, ¿quién era en realidad aquel joven que acababa de cruzarse en la vida de Erzsi? Un hombre apuesto, de 26 años, un metro ochenta de estatura, cabellos rubios, ojos claros y rostro de trazos regulares, llamado Otto, príncipe de Windisch-Greatz, hijo pequeño del consejero de Estado Ernest Ferdinand de Windisch-Greatz. Nacido en 1873, había pasado su infancia en el palacio de su padre en la Strohgasse de Viena, recibido una educación estrictamente católica y en 1891 se había incorporado a la Escuela de Cadetes de Märisch-Weisskirchen en Moravia, donde había seguido, sin especial brillantez, el curso habitual de dos años para después completar su formación en la escuela de Oficiales de Olmütz, de la que salía en 1895 con el grado de lugarteniente. Se incorporó a la guarnición de Brünn durante dos años, para acabar en la Escuela de Guerra, y en 1901, obtener buenos resultados. Aunque sus conocimientos teóricos no eran brillantes, destacaba en deportes como la natación, la gimnasia y la esgrima.
Meses más tarde, a raíz de los esponsales de su madre, la viuda de Rudolf, con el conde húngaro Elemér Lónyay, Elisabeth manifestó : “Yo también me voy a casar con un hombre al que quiero de verdad y lo he elegido libremente”
El escogido, era sin duda el príncipe de Windisch-Graetz, que según el historiador serbio Spiridion Gopcevic, al ser reclamado en audiencia por el imperial abuelo, para hablarle de los amoríos de su nieta, este le informó de que ya estaba comprometido con otra mujer y no podía aceptar casarse con ella. Pero Franz Josef le recordó que como lugarteniente le correspondía acatar las órdenes de sus superiores, y desarmado, el joven contestó: ”Si Vuestra Majestad me habla en calidad de Jefe del Ejercito debo obedeceros”
Y accedió a casarse con la archiduquesa. Pero el emperador solo consintió la celebración de aquellos esponsales morganáticos, previa firma de un contrato matrimonial peculiar. En él, se exponía que el soberano otorgaba a su querida Erzsi una dote de 420.000 coronas, además de obsequiarle con joyas, vestidos y todos los objetos requeridos por sus nobles orígenes y le autorizaba a conservar el título de Alteza Real e Imperial. Pero llamaba poderosamente la atención el artículo tercero de dicho documento, que dicía textualmente: “En virtud de las reglas dinásticas en vigor, la archiduquesa Elisabeth, se compromete bajo juramento solemne y definitivo, a renunciar a todos sus derechos de sucesión y a toda pretensión al trono, en la rama principal y en las colaterales de la dinastía, en la totalidad de reinos, provincias y territorios actualmente gobernados por Su Majestad Imperial y Real, y en aquellos que el emperador pueda obtener en el futuro.”
La hija del difunto kronprinz, estampó su firma en el acta y con ello renunció a sus derechos y a los de sus descendientes. En cambio, si Elisabeth se hubiera casado con un hombre de su rango, gracias a la Pragmática Sanción de 1713, que en su día permitió a la archiduquesa María Teresa suceder a su padre Carlos IV, hubiera podido, a la muerte de su abuelo Franz Josef, ceñir la corona del imperio Austrohúngaro.
Años más tarde, Elemér de Lónyay, padrastro de la archiduquesa, confiaba al conde Gatterburg: “Si el emperador hubiera querido que su nieta accediera al trono, solo hubiera tenido que casarla con un archiduque, pero no era lo que deseaba. Cuando la archiduquesa estuvo en edad de comprender mejor los entresijos del poder y las consecuencias de un acto de renunciación, estaba ya casada con Windisch-Greatz”
¿Por qué el emperador adoptó semejante actitud? La respuesta está en el aire, aunque yo tenga mis sospechas.
Al margen de las cuestiones sucesorias, de los cuatro hijos habidos de aquella unión, Franz Josef (1904-1981), Ernest (1905-1952), Rudolf (1907-1939) y Stéphanie (1909-2005) de vivir en el
castillo de Ploschkowitz en Bohemia…y de otros privilegios de los que no gozaban los pobres, la rutina pronto se instaló en la vida de la pareja. Llegaron las disputas y el odio, en parte debidas al mal carácter de la archiduquesa, a la ausencia de amor que Windisch-Greatz le profesaba y a los intereses económicos que determinaban su comportamiento. El matrimonio se convirtió en un mal sueño, para Elisabeth, hasta el punto que tanto el príncipe como la princesa tuvieron relaciones adúlteras.
Después de la muerte de su abuelo, y por mediación de su abogado, Erwin Bell, Erzsi hizo saber a su esposo que tenía la intención de obtener la separación matrimonial. Informó de su decisión al nuevo emperador Carlos I, sobrino nieto de su abuelo Franz Josef, en una carta fechada el 30 de noviembre de 1917, explicándole hasta que punto su unión le era perjudicial, tanto en el plano físico como psíquico, le expuso su intención de evitar los tribunales para obtener sus deseos, a condición de que su marido se mostrara razonable. Del castillo de Laxenburg, donde residía el monarca en tiempos de guerra, la respuesta, distante y fría, no llegó hasta el 21 de diciembre:
“Querida prima –le decía el soberano,
no te esconderé que he leído tu carta con mucha atención, pero tal como recuerdas oportunamente, ya no formas parte de nuestra Casa después de tu matrimonio, lo que establece que en el presente, como jefe de la familia Habsburgo, no tenga autoridad para dirigir tu vida. Y solo a ti te corresponde gestionarla.
No obstante, puedo asegurarte que la emperatriz (Zita) y yo mismo, estamos contigo de todo corazón.
Sinceramente,
Tu primo”
Como no podía ser de otra manera, a pesar de los deseos de Erzsi, en la batalla jurídica que a partir de entonces enfrentó a los príncipes de Windisch-Greatz, Stéphanie, madre de la archiduquesa, apoyó a su yerno, al igual que toda la familia imperial y la aristocracia austriaca. En varias ocasiones, Erszi, pidió a la viuda de Rudolf que no la juzgara: “Me condenas sin entenderme –le decía– sin saber qué es lo justo. Quiera Dios que podamos llegar a comprendernos”
Con la caída de la monarquía, Elisabeth, que seguía manteniendo su fortuna personal intacta, y continuaba viviendo en Austria, se comportaría con su parentela en el exilio con la misma indiferencia con que le habían tratado a ella, y no se desprendería de una sola corona para socorrerles.
En 1919, Elisabeth Windisch-Graetz[] conoció a un profesor y político socialdemócrata llamado Leopold Petznek (1881-1956), que a partir de 1921 se convirtió en diputado al Parlamento. De origen humilde, pero intelectualmente muy preparado, estaba casado y tenía un hijo, [] aunque su esposa se encontraba ingresada en el hospital psiquiátrico de Mauer-Öhling, donde murió el 9 de junio de 1935. La princesa consiguió la separación legal de su esposo en 1924, a lo largo de un procedimiento judicial de gran resonancia mediática para la época, debido a las lamentables circunstancias que acompañaron al proceso, aunque el divorcio no sería posible hasta 1938, cuando se impuso el derecho alemán después del Anschluss[2]. Interrogada por la policía vienesa en 1934 a raíz de la detención de Leopold a finales de 1933, cuándo la República hacía dieciséis años que se había instaurado en Austria y Su Majestad llevaba otros tantos lustros sepultado en la Cripta de los Capuchinos, fue invitada a identificarse y contestó:
–“Soy la nieta del emperador Franz Josef y la hija del príncipe heredero Rudolf. ¿Le parece a usted suficiente?”
Se convirtió en compañera de Leopold Petznek, y su ex marido y sus hijos le acusaron de dilapidar su fortuna en beneficio de los socialdemocracia, partido al que se había incorporado,
alegato que a la vista de los hechos sería rechazado pero que le distanciaría para siempre de sus descendientes. Y fue entonces cuando el pueblo la obsequió con el apodo de la Archiduquesa Roja Su madre la desheredó. Y Erzsi optó por alejarse completamente de la sociedad aristocrática. Durante la II Guerra Mundial, en septiembre de 1944 Leopold Petznek fue deportado a Dachau, hasta marzo del año siguiente, cuando los soviéticos liberaron el campo. El 4 de mayo de 1948 se casó con la archiduquesa. Y el 27 de julio de 1956, los socialistas estaban de luto, el político moría de una crisis cardíaca y era enterrado en el cementerio Hütteldorf.
Tras la desaparición de su esposo, Erszi desolada, fue abrazando poco a poco la muerte, achacaba a las crisis de gota y a los dolores que le torturaban los huesos, el no levantarse de la cama, pero únicamente se debía a que había perdido las ganas de vivir en soledad, añoraba la compañía de Leopold, y su trato con los que le rodeaban se hacía más difícil cada día que pasaba. La archiduquesa se había vuelto huraña y desconfiada. Y el 16 de marzo de 1963 a las 14:30 horas moría en su villa de Hütteldorf.
Las disposiciones testamentarias, establecidas en 1956 por la hija del kronprinz, que tanto han interesado a unos y mucho han confundido a otros, fueron las siguientes:
Todas las obras de arte, objetos valiosos y libros que provenían de la Casa Imperial los cedió a la República de Austria y, según sus deseos, se distribuyeron en los diferentes museos de Viena y en la Biblioteca Nacional. Consideraba que el legado de los Habsburgo nunca debía de ir a parar a manos de especuladores, ni mucho menos abandonar el país.
En un anexo añadido el 1 de agosto de 1957 a sus últimas voluntades, la nieta del emperador, prohibía a su hija Stéphanie, a su yerno Carl Axel Björklund, y a sus dos nueras Ghislaine y Eva Windisch-Greatz, entrar en su casa después de su muerte, para que los objetos que legaba a la República se encontraran en su sitio cuando vinieran a buscarlos.
El resto del testamento estipulaba que hacía heredero universal de todos sus bienes a su hijo Franz Josef, mientras que los nietos de la archiduquesa y su hija Stéphanie no tendrían más derechos que los previstos por la ley. La villa de Hütteldorf, y seis mil metros cuadrados de terreno, no figuraban en sus disposiciones testamentarias, ya que había vendido la nuda propiedad al Ayuntamiento de Vienna por el precio de 3.100.000 chelines, por lo que Franz Josef de Windisch-Greatz solo heredó dos hectáreas.
Se estimaba que después de la deducción del pasivo y el legado cedido a la República de Austria, los bienes de Elisabeth de Habsburgo ascendían a la suma de 15.188.416 chelines.
De su testamento también se beneficiaron cuatro órdenes religiosas:
Las Sirvientas del Sagrado Corazón de Jesús, con 10.000 chelines, por haberla acogido mientras Leopold estaba en Dachau.
Los Capuchinos, con 50.000 chelines, destinados al cuidado de la Cripta donde reposan los restos mortales de su padre y sus abuelos.
Las Carmelitas descalzas de Mayerling también recibieron 20.000 chelines, para que sus oraciones ayudaran al alma de su padre en el Más Allá.
Y los Salesianos se beneficiaron de la misma suma en memoria de Elisabeth, condesa de Coudenhove, a la que Erszi quería como a una madre.
El servicio doméstico de la villa, y los abogados de la archiduquesa recibieron cantidades que oscilaban entre los 10.000 y los 300.000 chelines.
Así las cosas, el sábado 16 de julio de 2011, Austria se reconciliaba con su pasado monárquico. Otto de Habsburgo Lorena, hijo del último soberano, que va camino de la santidad gracias a los dudosos milagros que se le atribuyen y a los buenos oficios del papa Juan Pablo II, era enterrado en la Cripta de los Capuchinos de Viena con honores de emperador, y su hijo Karl, que se convirtió en heredero de los derechos dinásticos de su padre en el 2007, encabezaba el luto, después de que aunara riqueza con realeza al contraer matrimonio con Francesca Thyssen, que le sirvió para apartarse del concurso de la televisión austriaca ¿Quién es quién?, donde ejercía de animador, y presidir el Comité Internacional de Escudos Azules para la preservación de monumentos y patrimonio cultural. Mientras tanto la tumba de la Archiduquesa Roja, la legítima emperatriz de Austria, continua en la parte más antigua del cementerio de Hütteldorf, cerca de la de su esposo Leopold, y está decorada con una gran cruz de piedra blanca, sin nombre ni inscripción que revelen la identidad de la difunta.
Estamos ante otra gran injusticia de la Historia. Hay que ver lo que tiene emparentar con la aristocracia del dinero, o mantenerse como una auténtica dama de la realeza.
Señores, como siempre les invito a la reflexión. Buenas noches.
María Bastitz
Nota de Autora: Toda la información expuesta en este artículo está sacada de los libros Die Rote Erzherzogin de Friedrich Weissensteiner y El Genio Austrohúngaro de William M. Jhonston, y en lo relativo a los acontecimientos de julio del 2011, de la prensa en general.
María,
ResponderEliminarComo siempre, es un placer leer el blog. Luego de los hechos ocurridos por el fallecimiento del Archiduque Otto y lo que he leído en otro lado que frecuentamos ambas en la red, pues me ha quedado la duda de lo que se plantea aquí. Tendré que leer más al respecto, para pronunciarme sobre la pregunta que planteas.
Un abrazo,
Estimada Rosángela:
ResponderEliminarSiempre es importante consultar todas las versiones. Un abrazo
María Bastitz
Sumamente interesante este artículo. Excelente trabajo, querida María. No sabía que las mujeres podían acceder al trono en Austria, siempre pensé que regía la ley sálica, pues este principio es puramente germano. Por otro lado, no me parece a mí que la renuncia de Erzi traía consigo la no pertenencia a la familia imperial. Ahora bien, si el Emperador reinante le expresó eso en la mencionada carta, pues por algo debe ser.
ResponderEliminarQuedo con ganas de saber más. Muchas gracias de nuevo, María.
Estimado Fabián:
ResponderEliminarEfectivamente, en Austria existía la Ley Sálica, pero un matrimonio con alguién de su clase y la aplicación de La Pragmática Sanción, que era una ley compleja, que además de preocuparse por el asunto de la sucesión, regulaba otros temas como la indivisibilidad de los territorios del Imperio, permitieron, en su día, que la emperatriz Mª Teresa sucediera a su padre. ¿Por qué, en este caso, no se aplicó? Solo nos queda seguir investigando.
Saludos cordiales.
María Bastitz
Si es cierto que la trataron de esa manera, me parece que sus disposiciones testamentarias fueron muy justas. Yo hubiera hecho lo mismo.
ResponderEliminarSaludos.
Aliado
Tal vez el emperador simplemente no quiso contradecir los deseos de su nieta (no es que el imperio estuviera en su época más boyante, ¿Para qué condenarla a un matrimonio sin amor cuando ya había hecho su elección, si el imperio se desmoronaría a la muerte de Francisco José con o sin guerra?). Por otro lado el emperador también se mostró benevolente a la hora de aceptar el escandaloso matrimonio de su nieta mayor... A lo mejor a las mujeres sí las permitía enamorarse...
ResponderEliminarInteresante punto de vista. Un saludo
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