Capítulo Octavo
Aquel día, después de que regresáramos del paseo por Samaode, el ambiente estaba enrarecido, y se manifestó notablemente durante la cena, donde todo el mundo comía sin apenas intercambiar alguna que otra palabra. Pero Mariola no cesó en su empeño de provocar al personal, y para desconcierto de mi padre y enojo de Paloma, continuó con la mirada fija en el rostro de Alberto.
A la mañana siguiente, víspera de Año Nuevo, a las siete y media en punto, todos estábamos en el vestíbulo del hotel esperando a Ram, incluido Martínez, que ya se había repuesto del cansancio de la víspera. El guía vino enseguida en aquel bus infernal al que nos hizo subir a toda prisa:
–Vamos, vamos –dijo–, que si no llegamos pronto encontraremos demasiados turistas.
Después de un viaje fatigoso, a causa de las pésimas condiciones del vehículo en el que circulábamos, llegamos a la capital del estado de Rajastán, conocida también como ciudad rosa. Según nos contó Ram, aquello era debido a que en su construcción emplearon estuco rosado para imitar la arenisca. En 1905 se decidió pintarla de nuevo del mismo color para dar la bienvenida al príncipe de Gales, que visitó oficialmente la ciudad, pero al ver las malas condiciones en que se encontraba la pintura, y los desconchados que abundaban en paredes y marquesinas, Arístides me
susurrró al oido:
susurrró al oido:
–Y seguro que desde entonces no han vuelto a pintarla.
Jaipur era una ciudad caótica, de circulación densa, a menudo enlentecida por el tránsito de animales, que a su paso por la calzada arrancaban un concierto de cláxones por parte de muchos conductores impacientes.
Entramos en el casco antiguo y pasamos por delante del Palacio de los Vientos, el Hawe ka Mahal, un edificio de cinco pisos; los dos superiores, más estrechos que dibujaban la cola de un pavo real, uno de los animales de mayor valor simbólico de la India, y cuya majestuosa fachada de color rosa y blanco, como no podía ser de otro modo, representaba una especie de colmena de ventanas y celosías construidas a fin de que concubinas y demás damas de la Corte del Marajá Jai Sing II pudieran observar el exterior sin ser vistas.
Entramos en el casco antiguo y pasamos por delante del Palacio de los Vientos, el Hawe ka Mahal, un edificio de cinco pisos; los dos superiores, más estrechos que dibujaban la cola de un pavo real, uno de los animales de mayor valor simbólico de la India, y cuya majestuosa fachada de color rosa y blanco, como no podía ser de otro modo, representaba una especie de colmena de ventanas y celosías construidas a fin de que concubinas y demás damas de la Corte del Marajá Jai Sing II pudieran observar el exterior sin ser vistas.
Atravesamos el mercado de la leche, y después de continuar sumergidos en aquel tráfico anárquico llegamos al Fort Amber, residencia del marajá antes de que Jaipur se convirtiera en capital del Rajastán, situado encima de una colina con vistas al lago Maotha, y que en su interior esconde un complejo palaciego que se conoce como Jaigarh Fort, levantado sobre los restos de una estructura anterior, y conectado al fuerte a través de pasadizos fortificados. Su construcción, a base de piedra arenisca roja y mármol blanco, se inició durante el reinado del Raja Man Singh, y a lo largo de los 150 años siguientes estuvo expuesto a distintas modificaciones.
Cuando bajamos del bus tuvimos que hacer cola pacientemente para subir a los elefantes que trasladaban a los turistas hasta la cima de la colina. Mariola preguntó al guía:
–¿Con los elefantes ocurre lo mismo que con los dromedarios?
–No sé a lo que se refiere –contestó Ram.
–Lo digo por si hay que equilibrar el peso, porque una mujerona como yo, no puede subir con Martínez que…
Entonces se calló porque Arístides le había oído y la miraba con sarcasmo. Por extraño que pueda parecer, Mariola se ruborizó, y Martínez con la sutileza característica de un hombre de su experiencia, contesto:
–Naturalmente, amiga mía –de sus labios se escapaba una extraña sonrisa que he de reconocer que me intrigaba–, será mejor que Carlos sea su partenaire en esta aventura zoológica, a mi edad siempre es gratificante vivir semejante episodio junto a una muchachita tan encantadora como Nora.
–¡Oh! Discúlpame Arístides, no era mi intención ofenderte…
–Ya me lo imagino, querida…
Y entonces se produjo lo que nadie esperaba, Mariola, con la desfachatez a la que ya nos tenía acostumbrados, soltó:
–No es en Carlos en quién pienso, Martinez. Dada mi estatura solo se podría igualar un poco el peso si viajara junto a Alberto.
Al oírlo, todos nos quedamos petrificados, Gloría y María, agarraron del brazo a sus maridos y Paloma se despachó a gusto con ella:
–Mira bonita –le dijo–, además de necesitar a un especialista que te amueble bien la cabeza porque parece que en tu cerebro se haya producido una mudanza…
–¿Qué quieres decir con esto? –le interrumpió ella–, yo solo constato una evidencia.
–¡Que estás loca! ¡No haces otra cosa que fastidiarnos el viaje! Y necesitas que de urgencia te visite un oftalmólogo, porque si abrieras bien los ojos, verías que cuando la gente sube a los elefantes se sienta de lado.
Alberto no abrió la boca. Papá la miró enojado y Ram intentó apaciguar los ánimos añadiendo:
–No hace falta preocuparse por este asunto, cada uno puede ir con su pareja.
–Ya lo has oído –insistió Paloma– y si no te gusta les pides a los del Club de los Impares que te acojan en su grupo, a lo mejor así encuentras a tu alma gemela para que te libere de tus pasiones reprimidas y nos dejas a todos en paz.
En medio de la discusión, nos tocó el turno para iniciar la subida, y Martínez sugirió a Mariola:
–Vamos, amiga mía, que el Elepbas máximus indicus nos espera.
–¿Y eso qué quiere decir?
–Es el tipo de paquidermo asiático que habita la zona –respondió tranquilamente Arístides.
Todos fuimos subiendo a los animales y se inició la caravana. A ritmo lente una hilera de elefantes ascendía por el ondulante camino que conducía al fuerte
La sensación de ir a lomos de aquella bestia era extraña, y se acompañaba de balanceos laterales y de alguna que otra sacudida que te hacía pensar que en el momento más inesperado te escurrirías por debajo del hierro que te sujetaba y te caerías al suelo. Pero la impresionante visión de las murallas de la fortaleza, cada vez más cercanas, y la hermosa perspectiva del lago Maotha
cuando se miraba hacia abajo, te aliviaban de los efectos negativos del paseo.
La sensación de ir a lomos de aquella bestia era extraña, y se acompañaba de balanceos laterales y de alguna que otra sacudida que te hacía pensar que en el momento más inesperado te escurrirías por debajo del hierro que te sujetaba y te caerías al suelo. Pero la impresionante visión de las murallas de la fortaleza, cada vez más cercanas, y la hermosa perspectiva del lago Maotha
cuando se miraba hacia abajo, te aliviaban de los efectos negativos del paseo.
Al entrar en el fuerte, los paquidermos se acercaron a un muro para que los viajeros pudieran descender con comodidad.
Entonces nos encontramos con un gran número de monos[1], que jugaban en las tapias del patio que daba acceso a la entrada principal del Jaigarh, cuya fachada, decorada con bajorrelieves y motivos florales, así como con una imagen del dios elefante Ganesh, y varias celosías, que al igual que en el Palacio de los Vientos, las damas de la corte, podían utilizar para ver sin ser vistas, ya nos anunciaban lo que nos encontraríamos en el interior: Un palacio de una belleza extraordinaria, con pasillos cuyas paredes estaban decoradas con incrustaciones de pequeños espejos.
El guía nos contó que cuando la familia real vivía en el lugar, y de noche debía atravesar el corredor, solo precisaba de una vela para su iluminación ya que la complicada disposición de los espejos facilitaba que así se iluminara toda la habitación.
Entonces nos encontramos con un gran número de monos[1], que jugaban en las tapias del patio que daba acceso a la entrada principal del Jaigarh, cuya fachada, decorada con bajorrelieves y motivos florales, así como con una imagen del dios elefante Ganesh, y varias celosías, que al igual que en el Palacio de los Vientos, las damas de la corte, podían utilizar para ver sin ser vistas, ya nos anunciaban lo que nos encontraríamos en el interior: Un palacio de una belleza extraordinaria, con pasillos cuyas paredes estaban decoradas con incrustaciones de pequeños espejos.
El guía nos contó que cuando la familia real vivía en el lugar, y de noche debía atravesar el corredor, solo precisaba de una vela para su iluminación ya que la complicada disposición de los espejos facilitaba que así se iluminara toda la habitación.
Cuando me encontraba junto a mi padre, que esta vez no disfrutaba de la adhesión de Mariola, que había preferido sustituirlo por Alberto, escuchando a Ram en sus explicaciones, pude observar que Paloma evidenciaba en su rostro el dolor que le producía ver a aquella furcia coqueteando con su marido, que parecía feliz de gozar de su compañía.
En un momento en que paseaba por el corredor de los espejos, junto a Martínez, pudimos oír como Alberto le decía:
–Espero que esta noche, en la cena de Fin de Año, lo pasemos lo mejor posible.
–Ten por seguro que sí. Además ya hace días que presiento que el Nuevo Año cambiará para siempre mi vida.
Entonces, Arístides metió baza en la conversación y añadió:
–Yo también estoy convencido, querida amiga, de que va a ser un año muy especial para ti. Seguro que debes de merecértelo.
Continuará…
[1] En el Rajastán son frecuentes los monos en estado salvaje, pero en el Fort Amber han sido colocados para disfrute de los turistas
Estamos esperando más capítulos para leer!!!! Y felicitaciones por este magnífico blog espero poder ir leyendo en mis tiempos libres
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