Últimamente, algunos editores dicen que en la era de la digitalización los autores debemos de transformarnos en una especie de trovadores, capaces de divulgar nuestros relatos por los cuatro Puntos Cardinales de la Tierra, a través de la tecnología más avanzada, a quienes se presten a leerlos y a escucharlos.
Pues bien, si ahora resulta que he de convertirme en un trovador moderno, no tengo inconveniente. Mis antepasados provenían de Occitania que es tierra de juglares.
Cuenta la Historia, que allá por los siglos XII y XIII, los trovadores eran poetas de procedencia social diversa. Unos pertenecían a la nobleza y otros a las clases más humildes, pero todos contribuyeron a propagar el legado cultural y político de la Edad Media.
En nuestros días, y en el campo de la Literatura, las cosas funcionan más o menos de la misma manera, existen escritores consagrados, cortesanos de la industria editorial más importante del momento, que desde siempre ha negado cualquier oportunidad a escritores nobeles que tengan algo que contar. Y otros como yo, que no soy conocida, y que tampoco he podido aprovechar el tirón mediático de mi nombre, porque no lo tengo, para que publicaran mi novela. Como es el caso de muchos, cuyas obras ocupan las estanterías de las librerías más importantes del país, y que nunca han sabido contar relatos, pero por presentar un programa de radio matinal o de “tele basura” en la sobremesa, se creen con derecho a obsequiarnos con un libro de epitafios tremendistas sobre la crisis económica, o con una biografía salpicada de escándalos que a menudo parece de ciencia ficción. Los medios de comunicación deben de considerarme una trovadora de baja estirpe que ni se molestan en publicitar. Simplemente soy María Bastitz, que un día tuve la suerte de dar con una historia fascinante que disfruté mientras la escribía y Ediciones Áltera me la publicó. Y como los trovadores de las clases más humildes, que muchas veces dirigían su obra a la esposa del señor feudal para acceder a su protección y mecenazgo, yo dependo de mis habilidades para prosperar en la creación literaria. Pero tengo la gran fortuna de poseer un pequeño espacio en la Red, donde mis lectores, a los que estoy profundamente agradecida, acuden con frecuencia para leer lo que escribo.
Y como no me faltan agallas y el apoyo de todos ustedes me anima a seguir adelante, estoy dispuesta a convertirme en la Condesa de Día, una mujer trovadora de aquella época, que de haber vivido en la corte imperial de la Viena del siglo XIX, se habría rendido a los encantos de Rudolf de Habsburgo. Y ahora voy a cambiar el laúd por el e-book, para hablarles de Jaque al Emperador:
Erase una vez un príncipe, único hijo varón de un apuesto monarca de la dinastía de los Habsburgo, el emperador Franz Josef, y de su deslumbrante esposa la emperatriz Elisabeth, que un día soleado de agosto del año del Señor de 1858, le dio la vida en el castillo de Laxemburg, al que llamaron Rudolf, y se convirtió en el heredero del trono. Desdichado en el amor, enredado en el placer y fenecido en la tragedia. Después de aquel drama, decía Su Majestad: "La desgracia en mi Imperio no conoce el ocaso".
Y si una vez leído éste pequeño relato trovadoresco, todavía desean saber la verdad del secreto de Mayerling, en Jaque al Emperador encontrarán la respuesta.
Acabo de terminar "Jaque al emperador". Lo sucedido de Mayerling ha sido un tema que siempre me ha interesado. El libro da una nueva vision de algo que no llegaremos a conocer nunca. Su lectura me ha tenido interesado de principio a fin. Lo recomiendo vivamente.
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