La escasa luz de la habitación, que se concentraba encima del escritorio con una lámpara de sobremesa poco funcional, permitía distinguir en la penumbra a una mujer de mirada severa y rostro constreñido. Su cabellera castaña, algo descuidada y cuajada de rizos, le cubría la nuca y le caía levemente por la espalda.
El pasado invierno, cuando su mente la machacaba recordándole que no era nadie, la informática le abrió el camino de la esperanza. En un día lluvioso, sentada frente al ordenador, descubrió en la red el Foro Monarquías de Ayer y Hoy, que desde entonces llenaba sus horas de soledad. Allí proyectaba sus propios desengaños personales, su desazón y hasta sus enfermedades. Se ocultaba detrás de un avatar del hermoso retrato de Mª del Pilar, Teresa, Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, duquesa de Alba, pintada por Goya[1] en todo el esplendor de su belleza, y respondía al nombre de Cayetana, administradora del foro.
La duquesa, para sus posteos, manejaba una información limitada. Cuando se trataba de una monarquía actual la búsqueda provenía de Hola o de artículos de dudosa confianza colgados en Internet, y si pertenecía al pasado la revista Clío era la fuente de sus reseñas. Aquella noche entró en el chat y entabló conversación con un individuo errático, que guardaba su anonimato gracias a un cuadro de Carlos V pintado por Rubens[2]. Se hacia llamar Príncipe de Viana, y aparecía de repente para desaparecer en el momento más inesperado.
Cayetana pensaba, que como tantas otras veces, iban a discutir de temas relacionados con la Casa Imperial de Méjico, y en particular de las aventuras y desventuras del malogrado Maximiliano I, hermano del emperador austro-húngaro, que albergó la esperanza de fundar un imperio en el país azteca y Juárez[3] ordenó fusilarlo en Querétaro, y no se equivocaba. No es que fuera muy ducha en estas cuestiones, en realidad no lo era en nada, pero si algo no sabía ya se lo inventaría, porque a fin de cuentas había decidido que Viana le irritaba y no estaba dispuesta a ser condescendiente con él. Demasiado lo había sido con Julián, su ex marido, y mira por dónde el muy sinvergüenza le abandonó y se largó con la lagarta de Tatiana, veinte años más joven, con unos atributos que ella nunca había alcanzado a soñar y un esqueleto muy bien puesto. O con su hijo, Arturito, al que había cuidado como madre amorosa cuando de pequeño cogió la escarlatina. Y en contra de la voluntad de su ex lo había vestido de marinerito de luces el día de la Primera Comunión. A pesar de tantos desvelos, al cumplir los dieciocho huyó de casa diciéndole, a modo de despedida:
–Mamá, no hay quien te aguante.
Así las cosas, la discusión entre la duquesa y el príncipe de Viana, tenía unas perspectivas muy negras. Y mientras él se obstinaba en demostrar que el padre del soberano mejicano era el duque de Reischtadt[4], Tal argumentación topaba frontalmente con la forma de pensar de Cayetana, que no soportaba líos de faldas ni amantes, tanto en la vida real como en la virtual:
–Nadie debe dudar –escribía el príncipe–, que la archiduquesa Sofía[5] manifestó un brusco cambio de carácter a raíz de la muerte del Rey de Roma[6] , cosa extraña si solo se hubiese tratado de una amistad platónica.
Como ya es habitual –pensó Cayetana–, omite el rigor histórico con tal de asegurar, que los devaneos de Sofía con el hijo de Mª Luisa de Habsburgo, segunda esposa de Napoleón I, están más que probados, y el infortunado monarca descendía del mismísimo emperador de Francia.
El príncipe la sacaba de quicio, y ansiosa por estropear sus débiles argumentos, le soltó:
–No creo que la corte de Viena hubiese tolerado tal romance y aunque no me cabe duda de que el parque del Schömbrunn[7] en primavera debe ser de lo más romántico, me cuesta imaginar que una mujer tan estricta como Sofía pudiera entregarse a la pasión detrás de un seto.
–Mi querida Cayetana –insistía Viana–, a menudo el amor es culpable de conductas inexplicables.
Cierto, y nadie mejor que ella para comprenderlo. Toda la vida había querido con locura a Julián, su marido, y sufrió la humillación de tener que aguantar como le decía que ya no formaba parte de sus planes de futuro, y se disponía a solicitar el divorcio para emprender una nueva vida con el pendón verbenero de su secretaría. Claro que, de sobras sabía que los argumentos del forista discurrían por otros derroteros. Después de leer detenidamente sus intervenciones había llegado a la conclusión de que el príncipe, que escribía desde Méjico, se creía descendiente del desafortunado Maximiliano I, que no tuvo hijos con su esposa la emperatriz Carlota, pero según se dice, sus amoríos con la india Bonita, hija de un jardinero de Cuernavaca, le convirtieron en padre de un varón, que no era otro que el antecesor de Viana. Y si lograba convencer a los participantes de Monarquías de que el soberano mejicano era hijo del duque de Reichstadt, él resultaría ser, dentro del reino virtual de aquel foro, el heredero de la más noble estirpe de la Europa decimonónica, y en su persona coincidiría la sangre ancestral de los Habsburgo, mezclada con el linaje de los Napoleón.
Maximiliano debió de dejar su semilla esparcida por todo el país azteca –se dijo la duquesa de Alba– porque cada vez aparecen nuevos descendientes que nos visitan de lejanas tierras de ultramar a fin de contarnos su parentesco imperial. ¡Ay Señor! Se tiene que ser necio para creer semejantes bobadas
Por consiguiente, Tana, como familiarmente la llamaban sus compañeros foristas, tenía que rebatir con urgencia las afirmaciones de Viana:
–Su planteamiento, amigo mío, carece de precisión histórica. Nadie puede asegurar que el emperador tuviera una amante.
–Señora, hay evidencias que lo confirman.
–¿Cuáles? –quiso saber la duquesa de Alba– cuando los cronistas de la época, que creen que el emperador se enamoró de una indígena, no se ponen de acuerdo en si era la esposa o la hija del jardinero, y el resto de historiadores prefieren ignorar el episodio.
–¿Ah sí? ¿Y que me dice usted de Fernando del Paso[8] y su libro “Noticias del Imperio”? –preguntó Viana tratando de acorralar a Cayetana.
Entonces en la pantalla del ordenador de Tana cesó la actividad y únicamente permanecían escritas las últimas palabras del príncipe, que creía que la duquesa no tendría ni idea de quién era aquel autor. Pero la musa de Goya recordó que en el último número de la revista Clío publicaron un reportaje sobre el escritor, y aporreó el teclado para que pudiera leer:
–Fernando del Paso es un novelista, y tiene licencia para dar rienda suelta a su imaginación, y Noticias del Imperio no es más que una novela.
–Que muchas veces en Méjico –le aclaró Viana–, la emplean como libro de texto en clases de Historia..
–No voy a meterme en como se aplica la docencia en su país –le interrumpió Cayetana de mal talante–, pero por fin se ha desenmascarado usted, príncipe, y sus exposiciones no son otra cosa que delirios de grandeza.
–¡Duquesa! –Viana estaba indignado– como en ningún momento le he faltado al respeto, su comentario me parece impropio de una persona educada como usted, por ello le exijo explicaciones.
–¿Solo por qué digo las cosas por su nombre se enfada, príncipe?
–Bien, señora, me considero un caballero incapaz de ofender a una dama y me niego a seguir discutiendo. Hasta pronto.
El chat recobró el silencio y la palabra “Desconectado” asomó debajo del avatar del príncipe. Tana pegó un bufido y también dejó de chatear.
La duquesa, que al margen de la ilusión virtual del foro no era otra que Esperanza Hernández, dependienta de mercería, se levantó, fue hasta la cocina y se preparó un vaso de leche.
Regresó bebiéndoselo a pequeños sorbos, y entró de nuevo en Monarquías. Pero cuando dieron las doce, un pesado amodorramiento se apoderó de su mente, ya no podía leer, ni escribir, ni mucho menos pensar con claridad. Y aunque continuó sentada frente al ordenador, su cuerpo cedió a aquella extraña somnolencia y se proyectó ligeramente hacia delante, mientras que su cabeza obedecía a la ley de la gravedad y se desplomaba encima del teclado.
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Espe despertaba de su sueño a las siete de la mañana del día siguiente:
–¡Dios mío! –gritó atribulada–. ¡Ni siquiera me he acostado!
Y como todas las mañanas despotricó de su ex marido, al que después del divorcio consideraba culpable de todas sus desgracias:
–Si la vida no hubiera sido tan injusta conmigo, no tendría que verme así, y para colmo, no puedo dejar de quererle.
Se fue al baño, se metió en la ducha y continuó lamentándose:
–Aunque tú y yo volveremos a vernos las caras, guapito. El tiempo pasa y llegará el día en que la herencia de tus padres se acabará. ¡Si! ¡Si! Como todo lo bueno de este mundo. Claro que, solo tu adorada Tatiana será la culpable de tu banca rota, porque desde que te fuiste tras ella ha malgastado a manos llenas lo que yo ahorraba para comprar un chalecito en la sierra. Y de repente te habrás convertido en viejo y pobre. ¿Y a qué no sabes que hará la niña de tus ojos? ¡Largarse! Porque como es lógico y natural, y te lo repito alto y claro: ¡Lógico y natural! Preferirá la compañía de alguien de su edad. ¿Acaso te creías, miserable, que se había casado contigo por tus encantos? Seguro que sí, en especial por tu cojera.
Se enjabonó su cuerpo descuidado mientras proseguía con su perorata:
–Bueno, de casado nada, tu mujer ante Dios, juez supremo de la conducta humana, sigo siendo yo. Más bien amancebado y desde luego enchochado…pero llegará el día en que te arrastrarás como un gusano hasta mi puerta para suplicarme que te deje entrar, porque no tendrás donde caerte muerto. Y entonces… ¡Ay entonces! Será mi momento de gloria...¡No sabes cuanto he pensado en ello!
Esperanza miró el reloj, un Santos de Cartier que Julián le regaló el día que nació su hijo:
–¡Buf! ¡Ya son las siete y media! Otra vez volveré a llegar tarde.
Se enjuagó, se secó con el albornoz, se lavó la boca, y después de una toilette precipitada salió hacia el vestidor:
–Desde de que te fuiste de casa, no soy más que una esclava del tiempo. Por tu culpa, mal nacido, tengo que partirme la espalda trabajando. Si tuviera que vivir de tu generosidad ¡apañada estaría! Tu paga no me llega ni para papel higiénico. Pero la venganza está cerca...¡Y tan cerca!
Vestida de cualquier manera, se caló un sombrero hasta las cejas y salió a la calle.
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Espe regresó a casa tardísimo después de un día infernal en el que había tenido que aguantar las extravagancias de su jefe, que últimamente estaba muy impertinente debido a la crisis económica que sacudía al país y obligaba a todo el mundo a estrecharse el cinturón. Naturalmente, Don Cosme no era una excepción. Las Navidades estaban a la vuelta de la esquina y la venta no se animaba. La clientela no compraba, como todos los años, lazos y cintas para engalanar el árbol, es más la mayoría ni siquiera se permitía comprar un árbol, y los oscuros pronósticos que venían del extranjero no hacían presagiar buenos augurios para la economía nacional. Don Cosme actuaba con prudencia, la semana pasada le había dicho:
–Pida usted siete docenas de los botones de siempre.
Pero Esperanza no lo entendió bien y en lugar de siete docenas encargó siete cajas. Y cuando esta mañana llegó el pedido, Don Cosme se puso hecho una furia gritando que le desequilibraba el presupuesto:
–¡¿Acaso ha perdido usted el juicio?! ¡¿Cómo se le ocurre pedir semejante cantidad?! ¡¿Qué le ha hecho pensar que podía hacer un encargo tan grande, si ni en los mejores tiempos lo hacía?!
Y moviendo explícitamente la mano añadió:
–¡Vaya! ¡Vaya! ¡Arréglelo!
–Y ¿Qué quiere que haga, Don Cosme? –preguntó desconcertada.
–¡Pues devolverlos!
Espe llamó al proveedor y le contó lo ocurrido, pero el hombre no fue nada amable y le dijo con desdén que pasarían a recoger el excedente aunque los portes irían a cargo de “La Mallorquina. Hilos y Botones Selectos”. Cuando la duquesa se presentó en el cuartucho dónde Don Cosme llevaba los asuntos de su negocio, se sorprendió de que, contrariamente a lo que cabía esperar, no gritara como una fiera, y sin inmutarse le dijera con toda tranquilidad:
–Cuando se marche va usted a devolverlo y…
–¡Pero Don Cosme! –le interrumpió–, si no me voy hasta las tres…
–No se preocupe usted, los de “Abalorios y Pasamanerías Ferrer e hijos” trabajan hasta las seis.
–Si no lo digo por eso –respondió Esperanza levantando ligeramente la voz..
–¿Entonces?
–Están en el extrarradio, Don Cosme, emplearé dos horas entre ir y volver y llegaré a casa tardísimo.
–Se ha equivocado usted ¿verdad? –le replicó.
La duquesa virtual asintió discretamente:
–Pues haga lo que le digo y no me cuente patrañas.
A la hora de plegar un temporal de lluvia y viento azotaba la ciudad, pero las inclemencias meteorológicas no ablandaron el corazón de Don Cosme, y a Espe no le quedó otro remedio que salir de “La Mallorquina ” con las seis cajas de botones sobrantes e ir en busca del autobús que la llevaría hasta “Abalorios y Pasamanerías Ferrer e hijos”
Por si no había tenido suficientes contrariedades, de regreso a su casa decidió coger el metro para ganar tiempo, pero apenas recorrido un kilómetro, el convoy se paró dentro del túnel durante más de una hora sin que les dieran ningún tipo de explicación por la anomalía. Cuando el pasaje ya empezaba a alborotarse les remolcaron hasta la estación más próxima. Como Esperanza no tenía ni idea de donde se encontraba salió disparada al exterior, las luces navideñas que engalanaban las calles se reflejaban en las gotas de lluvia que atenazaba la noche y producían un efecto de nebulosa fosforescente que empezaba a marearle. Se decidió a coger un taxi, que tuvo que recorrer una distancia considerable y superar varios embotellamientos para dejarla en su casa cuando eran casi las nueve tras previo pago de 25 euros.
Pero, a fin de cuentas, la culpa de todas sus desdichas la tenía Julián. Si el muy crápula no se hubiera largado con aquella mocosa desvergonzada a cambio de ofrecerle una ridícula pensión compensatoria, ahora no tendría que matarse a trabajar en “La Mallorquina ”, vendiendo hilos y botones para poder llevar una vida decente. Ni tampoco viviría en aquel apartamento diminuto, donde el frío y la humedad se colaban por todas partes, si no que seguiría en el piso soleado del centro y tendría un chalecito en la sierra para pasar los fines de semana. Pero nada de esto era ya posible, su marido había preferido cambiarla, como si se tratara de una prenda de vestir de unos grandes almacenes, donde si no quedas satisfecho te devuelven el dinero, pero con la ventaja de que él había llegado con un artículo más bien otoñal y se había marchado con otro de primavera. Entonces se dijo a si misma:
–Todos los hombres son iguales, se aprovechan de una hasta sorberle la última gota de sangre y luego la abandonan en la primera esquina para correr detrás de un pimpollo. Se ve que no he tenido bastante con Julián, que ahora me toca aguantar a Don Cosme. ¡Y todo por un sueldo miserable!
Después de todos los despropósitos que acababan de sucederle, solo le quedaba Monarquías para relajarse. Apretó los labios y evitó soltar la palabrota que tenía en la punta de la lengua, se sentó frente a su escritorio y puso en marcha el ordenador.
Entró en el chat de Monarquías y apareció un forista nuevo que se ocultaba tras la reproducción de un óleo del pintor Agustín Esteve que representaba a Godoy[9], príncipe de la Paz, con uniforme de guardia de Corps y que, como no, respondía al nombre de Manuel y le preguntaba:
–¿Tú eres de las que creen que Maximiliano de Méjico no era hijo del duque de Reischtadt?
Manuel de Godoy, pintado por Agustín Esteve
Vaya –pensó Tana–, otro que viene de ultramar y sueña con ser hijo del difunto Emperador. Después de ciento cuarenta y tres años, hay que ver los adeptos que tiene
La verdad es que, como nadie hasta ahora, Cayetana no tenía ni idea de si dos siglos antes el hijo de Napoleón había seducido a la archiduquesa Sofía, aunque, de ser cierto, sus principios tampoco le hubieran permitido afirmar tal cosa. Desde cuando una mujer, buena esposa y perfecta madre, a la que su marido abandona por culpa de una relación ilícita, se dedica a fomentar la inmoralidad. Si había decidido aceptar ser administradora del foro, era para menospreciar a quienes se salieran del redil. Lástima que no pudiera eliminar de un plumazo de la historia de Francia a Madame de Pompadour,[10] porque lo habría hecho gustosa. Y cómo se creía que lo sabía todo y sin fundamento era capaz de jurar y perjurar que la archiduquesa Sofía fue una santa, o que el Zar de Todas las Rusias nunca tuvo amantes, Monarquías estaba cada vez menos concurrido. Así que hizo caso omiso de la pregunta de Godoy y cambió de tema:
–¿Es la primera vez que foreas aquí, verdad?
–Sí, aunque he entrado muchas veces y he leído algunas de vuestras aportaciones en la Casa Imperial de Méjico.
–Es un sitio entretenido, a menudo participan ignorantes que se creen descendientes del Emperador.
–En todos los foros de Internet surge un extraño fenómeno social que hace que cada uno de los participantes represente un rol determinado acorde con sus posteos o su avatar.
Godoy suspiró, no tenía ni idea de que lo que acababa de decir fuera cierto, pero escrito quedaba muy bien.
–Probablemente tenga usted razón –afirmó la duquesa, sin estar muy segura de haberle entendido.
Entonces, Don Manuel, decidió llevar las cosas por otros derroteros:
–Y así tú, además de ser Cayetana de Alba, que como decía el marqués de Langle[11], contemporáneo de tus andaduras castizas: No tienes un solo cabello que no inspire deseo. No hay nada más hermoso en el mundo que tú. Ni hecha por encargo habrías resultado mejor. Cuando pasas por la calle la gente se asoma a las ventanas, y hasta los niños dejan de jugar para mirarte. ¿Eres la administradora del foro?
Tana se ruborizó virtualmente al leerle, se sentía halagada con el cumplido, hacía muchos años que nadie le dedicaba la más mínima atención.
Y justo cuando terminó de afirmarlo en la pantalla del ordenador, el príncipe de la Paz ya se había desconectado del chat.
Se ha marchado sin despedirse –pensó la duquesa entristecida.
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Y así fue transcurriendo el tiempo, pasaron las Navidades, llegaron los fríos de enero y Espe de día seguía siendo una dependienta de mercería y de noche Mª del Pilar, Teresa, Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, duquesa de Alba.
Y como manda la Historia, la musa de Goya cada vez foreaba con más asiduidad con don Manuel de Godoy. Se hicieron grandes amigos, se intercambiaron e-mails, descubrieron que vivían en la misma ciudad, y el príncipe de la Paz le confesó que no era otro que Leopoldo Díaz del Castillo, antiguo juez de instrucción, alejado de la magistratura durante varios años por haber escogido la docencia cuando se fue a vivir a Estados Unidos, donde impartía clases de Derecho Penal en la Universidad de Columbia[12], y que había regresado a España hacía escasos meses para hacerse cargo de una plaza vacante en la Audiencia Nacional. Estaba muy ocupado y tenía poco tiempo para entrar en el foro.
Cayetana se ilusionó ¿Cómo era posible que llegara a tener un amigo de tal relumbrón intelectual cuando ya se había acostumbrado a que ni el portero le diera los buenos días? Si su relación iba a más, porque en su desquicio pensaba que aquello podía ser el inicio de un romance apasionado, se lo restregaría a Julián en las narices. Ya hacía tiempo que intuía que su venganza no tardaría en llegar. Por aquel entonces se acercaban los carnavales y Godoy se atrevió a invitarle a una fiesta de disfraces. La duquesa no sabía si debía de aceptar, pero mientras se lo pensaba recibió una llamada telefónica:
–Hola mamá.
Era Arturito, su hijo, y Esperanza se puso a la defensiva, porque últimamente con la excusa de que se había quedado en paro por culpa de la crisis, le sableaba siempre que podía:
–Como solo te acuerdas de que soy tu madre por cuestiones pecuniarias, vaya por delante que estoy sin blanca. Así que ya sabes, a pedir a tu padre, al menos no se lo llevará todo la fulana…
–Mamá, mamá –le interrumpió el muchacho–, que no quiero nada.
Al oírlo se sintió aliviada y el joven continuó:
–Verás mamá, como los tiempos andan muy achuchados, mi independencia cada día me cuesta más cara. Si no encuentro pronto trabajo el paro se me terminará, y ya sabes que cada vez es más difícil dar con un buen curro, por eso he decidido irme a vivir con papá.
Espe, muda de asombro, no atinaba a articular palabra, hasta que la rabia que guardaba en su corazón desde el día que su ex marido se marchó de casa, le dio fuerza suficiente para gritar:
–¡¿Con tu padre?!
–Sí, con papá. ¿Hay algún problema?
–Por supuesto que no. Ahora resultará que vais a ser la familia perfecta, tu padre, la pelandusca de su amante y el hijo pródigo que regresa a casa antes de la Cuaresma.
–¡Ay mamá! ¿Cómo eres? Tatiana no es mala chica.
–¡No, si encima voy a ser yo la culpable de que me robara el marido! ¡Lo que hay que oír!
–Tampoco es que hicieras gran cosa para conservarlo a tu lado.
–Escúchame bien, listillo, no vas a ser tú quien me recuerde lo que debía de haber hecho con Julián.
–Verás yo…
–¡No! –gritó exasperada–, ¡si solo falta que me digas que tu padre es un santo! Y que esa zorra con la que vive amancebado se dedica a la promoción de la virtud y a la prevención del vicio.
–Bueno mamá –concluyó Arturito al ver que la conversación iba a convertirse en un drama–, tengo que dejarte, me esperan para cenar. Un beso muy fuerte. Hasta pronto.
Y colgó el teléfono, dejando a Espe sin posibilidad de réplica.
¡Ay Señor! Como si no fuera una cruz suficiente pesada el no poder olvidar al depravado de su ex marido, o el aguantar las impertinencias de Don Cosme, para que ahora tuviera que llamarla su hijo y rematarla con semejantes desazones. Pero por otro lado bramó satisfecha en contra de Tatiana:
–Al fin se sabrá del pie que calzas, maldita hija de puta, porque tu madre puede que sea una santa pero tú… Julián, el muy memo, cree todas tus mentiras, aunque mi hijo…¡Ay mi hijo! Se parece a su madre ¿sabes? y es harina de otro costal. No te pienses que ha heredado la sensiblería ñona de su padre. Mucho antes de que abras la boca ya habrá adivinado que clase de embustes estás tramando.
Después de aquella llamada de Arturito, Espe tomó una decisión. Harta estaba de que la ningunearan, creyeran que era un cero a la izquierda, la cosieran a disgustos y no le tuvieran la más mínima consideración. Así que ya no dudaba en aceptar la invitación de Godoy. Y con los dinerillos que tenía ahorrados, se permitiría un buen tratamiento de belleza y el disfraz más sugerente de la ciudad.
La vestimenta para la ocasión fue, durante aquellos días, el único motivo de preocupación de Espe, hasta que el primer sábado que tuvo libre se plantó en el Museo del Prado en busca de la obra de Goya. Después de detenerse en los Fusilamientos del 3 de Mayo y la Familia de Carlos IV, dio con lo que buscaba, La Maja Desnuda y La Maja Vestida y
La vestimenta para la ocasión fue, durante aquellos días, el único motivo de preocupación de Espe, hasta que el primer sábado que tuvo libre se plantó en el Museo del Prado en busca de la obra de Goya. Después de detenerse en los Fusilamientos del 3 de Mayo y la Familia de Carlos IV, dio con lo que buscaba, La Maja Desnuda y La Maja Vestida y
solucionó todas sus dudas. Según había oído comentar, la modelo de aquel cuadro no era otra que la Duquesa de Alba, así que se dijo:
Si optara por la desnuda, sería económico aunque indecoroso, pero con la misma indumentaria que la vestida hasta puedo llegar a parecérmele, claro que yo no tengo los mismos arrestos que la duquesa
Esperanza parecía olvidar que si se encontraba a años luz de Cayetana, no era precisamente por una cuestión de bríos, sino también de anatomía. Y menos mal que se había decidido a imitarla en el retrato donde tapaba sus vergüenzas, la concurrencia se lo agradecería, ya que las de la duquesa virtual obedecían a los rigores de la ley de la gravedad y tenían una belleza más bien marchita.
Así las cosas, comenzaron los preparativos. En el salón de belleza de Carmen Torres se encargaron de rejuvenecerla. La sometieron a baños de chocolate para exfoliar y suavizar la piel del cuerpo, de parafina en pies y manos. Limpieza de cutis, mesoterapia facial con ácido hialurónico, y un tratamiento con caviar mimético para revitalizarle el pelo. La dejaron como nueva. En Menkes le confeccionaron el disfraz. Precioso, igualito al del traje de la pintura. Y para el gran día, la peinaron y la maquillaron como la dama del cuadro.
La fiesta empezaba a las nueve, y Espe salió de su casa a las ocho y media, cogió un taxi ya que, aunque solo fuera por unas horas, estaba dispuesta a olvidar las estrecheces. El taxista le miró como si viniera de otra galaxia, y Cayetana se apresuró a aclararle:
–Es que voy a una fiesta de disfraces.
–Pues, señora –le respondió sorprendido–, parece usted recién salida de un cuadro del Museo del Prado…ese de Goya que ahora no recuerdo como se llama…¡Ah sí! la Maja Desnu…bueno quiero decir Vestida.
–No sabe lo contenta que estoy de que me diga usted esto –añadió Esperanza–, he hecho un gran esfuerzo para parecérmele.
–Pues lo ha conseguido usted. ¡Vaya si lo ha conseguido!
El taxi se paró delante del número 29 de la Gran Vía, y cuando la duquesa de Alba descendió, envuelta en aquellas gasas, hizo volver la cabeza a más de un transeúnte. Se sentía majestuosa como un cisne, hermosa como una ave del paraíso… y entonces fue cuando le vio. El príncipe de la Paz, vestido con uniforme de guardia de Corps, le esperaba junto a la entrada de un bloque de apartamentos de la acera de enfrente. Era un hombre de cincuenta y pocos años, alto, de piel aceitunada, cabellos canosos y mirada afable. A Espe le pareció muy guapo y de lo más interesante. Sintió que le urgía estar cuanto antes a su lado, y con los ojos clavados en el rostro de Don Manuel de Godoy, se dispuso a cruzar la avenida. De repente un ruido chirriante le atenazó los oídos, la lanzó al firmamento y sus emociones cesaron abruptamente.
Godoy, al verla tendida en el suelo unos metros más allá, inconsciente y con el disfraz ensangrentado, supo que era ella, y corrió a socorrerla. El vehículo se detuvo y el conductor, blanco como la nieve, no atinaba a comprender lo sucedido. Pronto llegaron los del servicio de emergencias que la trasladaron al Hospital de la Paz.
Dos días más tarde Esperanza recuperó la consciencia, y cuando el médico le preguntó cómo se llamaba respondió:
–Mª del Pilar, Teresa, Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, duquesa de Alba.
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Diez años después de aquello, Espe continuaba ingresada en la clínica psiquiátrica López Ibor y seguía creyéndose la duquesa de Alba. Don Leopoldo Díaz del Castillo, juez de la Audiencia Nacional, acudía a visitarle algunas tardes y juntos paseaban por los alrededores.
MARÍA BASTITZ
[1] Francisco de Goya y Lucientes Fuendetodos (Zaragoza) 30 de marzo de 1746, Burdeos 15 de abril de 1828. Pintor español, que tras un minucioso aprendizaje en su tierra natal, viajó a Italia en 1770, tomó contacto con el recién estrenado neoclasicismo, y adoptó dicha corriente cuando se estableció en Madrid. En 1793 una grave enfermedad determinó su pintura, convirtiéndose en más creativa y original, además de expresar mayor realismo que los cuadros anteriores. Su obra refleja el convulso momento histórico que le tocó vivir, en especial la Guerra de la Independencia , y la serie de estampas titulada “Los Desastres de la Guerra ”, se puede considerar un reportaje moderno de las atrocidades cometidas, siendo las víctimas individuos de cualquier condición social. Gran predicamento alcanzó su “Maja Desnuda” favorecido por la polémica en torno a la identidad de la dama retratada. Pero su obra culminante sería la serie de pinturas conocidas como “Negras”, en las que Goya se anticipó a los movimientos de vanguardia que marcarían el siglo XX.
[2] Peter Paul Rubens, Siegen 1577-Amberes 1640. Pintor barroco y máximo exponente de la escuela flamenca
[3] Benito Pablo Juárez García, presidente de Méjico en diversas ocasiones entre los años 1858 y 1872
[4] Hijo de Napoleón I y de su segunda esposa la archiduquesa Mª Luisa de Habsburgo y Lorena.
[5] Madre de los emperadores Franz Josef de Austria-Hungría y Maximiliano de Méjico.
[6] Título con el que también se conocía al hijo de Napoleón I
[7] Palacio Imperial de Viena.
[8] Escritor mejicano, nacido en Ciudad de Méjico el 1 de abril de 1935, autor de Sonetos de lo Diario, José Trigo, Palinuro de México…En 1987 se publicó su obra Noticias del Imperio, novela que relata la vida en aquel país de los emperadores Maximiliano I y Carlota, y ofrece las distintas versiones de los acontecimientos que determinaron la existencia de sus protagonistas.
[9] Manuel de Godoy y Álvarez de Faria Sánchez Ríos Zarzosa (Badajoz 12 de mayo de 1767- París 4 de octubre de 1851) Primer Ministro de Carlos IV, que a lo largo de los años recibió del monarca toda clase honores. Príncipe de la Paz y de Basano, duque de Alcudia y de Sueca, Grande España…La historiografía tradicional atribuye el rápido ascenso de Godoy al favor de la reina Mª Luisa, que convenció a su marido de su agudeza política, y a la presunta relación amorosa entre ambos. Mientras que los historiadores modernos no reconocen que las aventuras de alcoba de la reina con Godoy fueran el desencadenante de tantos privilegios, sino que lo atribuyen a las repercusiones de la Revolución Francesa en el marco legislativo.
[10]Cortesana francesa, amante de Luis XV
[11] Jean Marie Jerome Fleuriot, Marqués de Langle, Dinam 13 de diciembre de 1749-París 1807. Autor de una amplia bibliografía de viajes de Suiza, Prusia y especialmente España. En 1784 se publicó su libro Viaje por España, donde se mostró partidario de la libertad de conciencia y el amor libre. Utilizó su periplo español para criticar duramente a las instituciones y estructuras sociales de Francia.
[12] Se encuentra en el estado de Nueva York, y es una de las instituciones académicas y centro de investigación de mayor prestigio en el mundo.
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