En estos tiempos que corren, en que una tiene la sensación de que nada volverá a ser como antes, que el asunto del tratado de Maastricht fue una utopía; si se tiene en cuenta que desde que Carlomagno liberó al Papa de los lombardos, Europa es Centroeuropa, y por muy europeos que nos sintamos los españoles debemos atenernos a los criterios impuestos por Merkel y Sarkozy, transmitidos oportunamente desde Bruselas al Gobierno de Rodriguez Zapatero, porque a fin de cuentas quien paga manda; y que representarán para muchos una suspensión de lo que antes fueron sus prerrogativas legítimas. El paro y la precariedad laboral crecerán todavía más en los años venideros. Y las arcas públicas, que son el patrimonio de los que lo han perdido todo, seguirán vacías. Así las cosas, solo cabe pensar que los acontecimientos futuros nos precipitarán hacia otra era, quizá la del capitalismo refundado, como decía el Presidente francés o, tal vez la de la pobreza extrema.
Si a lo largo de los siglos se ponía fin a una crisis económica a través de las guerras, hoy son los mercados financieros los que al parecer se encargan de colocar las cosas en su sitio. Juegan a acentuar la desconfianza entre los inversores aprovechando la debilidad de la zona euro, desamparada por falta de la unión política y económica de Europa, que tarde o temprano podría acabar con la moneda única.
Muchos se quejan de la falta de escrúpulos de las agencias de rating que son capaces de obtener ganancias millonarias a costa del empobrecimiento de las haciendas más débiles de la unión. Pero su criterio es cambiante, y mientras estos días vemos que aumenta la prima de riesgo de la deuda de Estados Unidos, le siguen otorgando la calificación de triple A. En el 2008, fue de dominio público que Moody’s, que conocía el desastre que se avecinaba, debía de predecir que Lehman Brothers, quebraría incumpliendo todos sus compromisos, pero continuaba dándole la máxima solvencia.
Muchos se quejan de la falta de escrúpulos de las agencias de rating que son capaces de obtener ganancias millonarias a costa del empobrecimiento de las haciendas más débiles de la unión. Pero su criterio es cambiante, y mientras estos días vemos que aumenta la prima de riesgo de la deuda de Estados Unidos, le siguen otorgando la calificación de triple A. En el 2008, fue de dominio público que Moody’s, que conocía el desastre que se avecinaba, debía de predecir que Lehman Brothers, quebraría incumpliendo todos sus compromisos, pero continuaba dándole la máxima solvencia.
Por un lado, son capaces de condenar a Europa al infierno, pero si el traspiés viene de Washington se muestran mucho más tolerantes. Aunque este fin de semana Standard & Poor's se haya atrevido a rebajar la calificación de su deuda. Tendremos que ver los pronósticos de las agencias chinas en relación a la prima de riesgo norteamericana, ya que la mitad de la Reserva Federal de U.S.A está en manos del Gobierno de Pekín, que ya se atreve a dar lecciones de economía al Ejecutivo de Obama. Bruselas pone el grito en el cielo, cada vez que estos tiburones de las finanzas se ensañan con el euro, pero los de la Comunidad parece que han olvidado que “donde hay patrón no manda marinero”, y que las agencias de rating también obedecen a los intereses de quién les ha contratado, y no se arriesgarán a perder a un cliente por una cuestión numérica asociada a la vocal A. Aunque si los Estados Unidos exigieron a Europa que aunara esfuerzos para resolver la crisis que originó el conflicto de la deuda griega, en Bruselas deberían reclamarle lo mismo al Gobierno americano.
Y ustedes se preguntarán: ¿Qué tiene que ver todo esto con la Primera Guerra Mundial y la Caída del Imperio Austrohúngaro? Ya verán como en este punto la Historia también se repite.
Antes de la Gran Guerra, Europa cedía a convulsiones internas que ponían en peligro su estructura política. Se agudizaba el mal estar general, la insatisfacción social, las protestas y las luchas cruentas, que acababan en disturbios y enfrentamientos con las fuerzas del orden público. Los obreros reivindicaban la reducción de la jornada laboral, el derecho a la huelga y se manifestaban para exigir de sus gobiernos el sufragio universal. Y la oratoria pacifista recibía el apoyo de las masas socialistas, democráticas y anarquistas.
Mientras tanto, en el Parlamento de Viena, las rivalidades entre los diputados de las diferentes identidades nacionales anexionadas al Imperio, eran cada vez más encarnizadas, y amenazaban con romper sus costuras. Nos hemos convertido en el hazmerreír del mundo decía Su Majestad. Y numerosos observadores políticos estaban convencidos de que el imperio Austrohúngaro no tardaría en hundirse. Pero ¿quién les iba a decir que la triste suerte de Franz Ferdinand, entonces kronprinz de Austria-Hungría y su esposa, asesinados en Sarajevo el 28 de junio de 1914,
precipitaría la guerra? Por extraño que pueda parecer, su muerte dejó al imperio indiferente, y como sucedió en el Día del Derby[1], no causó el impacto necesario ni para silenciar a las orquestas de los kioscos del Prater, concurridísimos, en aquella veraniega tarde dominical.
precipitaría la guerra? Por extraño que pueda parecer, su muerte dejó al imperio indiferente, y como sucedió en el Día del Derby[1], no causó el impacto necesario ni para silenciar a las orquestas de los kioscos del Prater, concurridísimos, en aquella veraniega tarde dominical.
Los vieneses que aseguraban, que como emperador, el archiduque difunto, habría supuesto una catástrofe peor de la que significó su muerte, se sentían satisfechos del desinterés general por la tragedia, y los que le acusaban de escasa talla intelectual, de mezquindad en asuntos económicos y de suspicacias hacia sus colaboradores, también parecían complacidos con aquel desafecto. Y es que el heredero era un individuo displicente, al que nunca se le veía distendido y afable, no se le conocía la sonrisa, carecía de sentido del humor y, a excepción de la caza, no manifestaba afición alguna. El emperador le odiaba con toda su alma, porque no se molestaba en disimular su impaciencia por subir al trono. Su esposa tampoco poseía ningún encanto personal, y en sus ojos se palpaba la misma frialdad que en los de su marido. Su asesinato no despertó el sentir del pueblo.
Tras el magnicidio de Sarajevo el conde Berchtold, ministro de Asuntos Exteriores de Austria-Hungría desde 1912, al que siempre se le ha criticado por no haber gestionado debidamente la crisis previa a la Primera Guerra Mundial, se mostró prudente debido a la actitud conciliadora del Gobierno serbio, y a las gravísimas consecuencias que podrían tener lugar si se iniciaba un conflicto bélico con el país balcánico, pero recibía constantes presiones de Alemania. Los mandos del ejército de Wilhem II, tal como lo expresó el general Fiedrich Bernhardi, pensaban: “Tenemos que conseguir, a través de la movilización general del genio alemán en el mundo entero, la estima que nos merecemos y nos es negada”. Lo que convertía la guerra en una necesidad biológica. Las naciones progresaban o declinaban, y Alemania debía escoger entre ser una potencia mundial o la caída.
Mientras tanto, desde su despacho en Bad Ischl, el emperador sabía que con la muerte de su sobrino Franz Ferdinand se pretendía dañar la corona, y si hasta entonces había abogado por la moderación, creía que era necesaria una reacción proporcional a la gravedad de la agresión. En una carta dirigida a Wilhelm II intentaba convencerle de la responsabilidad del gobierno Serbio en el magnicidio,
Franz Josef le decía:
El atentado es la consecuencia directa de la agitación llevada a cabo por los paneslavistas rusos y serbios, con él único fin de debilitar la Triple Alianza[2] y destruir Mi Imperio.
Los hijos del complot están en Belgrado, y aunque sea prácticamente imposible probar la complicidad del gobierno serbio, no se puede dudar de que su política, que tiende a agrupar a todos los Eslavos del Sur bajo su bandera, propicia tales crímenes, así como la perpetuación de este estado de cosas que constituye una amenaza para Mi Casa y Mis Pueblos…
Después de los detestables acontecimientos que acaban de suceder en Sarajevo, te convencerás de que ya no se puede pensar en arreglar el conflicto que nos opone a Serbia, por medio de un acuerdo, y que la política de paz establecida por los monarcas europeos, se verá amenazada largo tiempo, si el hogar de estos agitadores criminales queda intacto. El 30 de junio de 1914 el embajador de la corte de Berlín en Viena, Heinrich von Tschirschky, visitó a Berchtold y le pidió en nombre de su Gobierno, que se tomaran medidas contundentes contra Serbia, y el 6 de julio Wilhelm II y su ministro de Asuntos Exteriores, le ofrecieron su apoyo en caso de que Rusia interviniera en favor de los serbios.
El 19 de julio, se discutió en el Consejo de Ministros, presionar al Gobierno serbio con un ultimátum. Todos se mostraron favorables a imponerle medidas severas, y se apresuraron a someterlo a criterio de Franz Josef. Berchtold cuenta en sus Memorias, la impresión que su soberano le dejó de aquella situación crucial: El emperador era plenamente consciente de la profunda gravedad, diría que de la tragedia de éste momento histórico. Le era difícil tomar una decisión, ya que no dudaba de que sus consecuencias podían ser terribles, pero la tomó digno y sereno, y dio la orden de ejecución…
El ultimátum era notificado al Gobierno serbio el 23 de julio a las seis de la tarde; y este disponía de 48 horas para comunicar su respuesta al embajador de la doble monarquía en Belgrado.
Mientras tanto, desde su despacho en Bad Ischl, el emperador sabía que con la muerte de su sobrino Franz Ferdinand se pretendía dañar la corona, y si hasta entonces había abogado por la moderación, creía que era necesaria una reacción proporcional a la gravedad de la agresión. En una carta dirigida a Wilhelm II intentaba convencerle de la responsabilidad del gobierno Serbio en el magnicidio,
Franz Josef le decía:
El atentado es la consecuencia directa de la agitación llevada a cabo por los paneslavistas rusos y serbios, con él único fin de debilitar la Triple Alianza[2] y destruir Mi Imperio.
Los hijos del complot están en Belgrado, y aunque sea prácticamente imposible probar la complicidad del gobierno serbio, no se puede dudar de que su política, que tiende a agrupar a todos los Eslavos del Sur bajo su bandera, propicia tales crímenes, así como la perpetuación de este estado de cosas que constituye una amenaza para Mi Casa y Mis Pueblos…
Después de los detestables acontecimientos que acaban de suceder en Sarajevo, te convencerás de que ya no se puede pensar en arreglar el conflicto que nos opone a Serbia, por medio de un acuerdo, y que la política de paz establecida por los monarcas europeos, se verá amenazada largo tiempo, si el hogar de estos agitadores criminales queda intacto. El 30 de junio de 1914 el embajador de la corte de Berlín en Viena, Heinrich von Tschirschky, visitó a Berchtold y le pidió en nombre de su Gobierno, que se tomaran medidas contundentes contra Serbia, y el 6 de julio Wilhelm II y su ministro de Asuntos Exteriores, le ofrecieron su apoyo en caso de que Rusia interviniera en favor de los serbios.
El 19 de julio, se discutió en el Consejo de Ministros, presionar al Gobierno serbio con un ultimátum. Todos se mostraron favorables a imponerle medidas severas, y se apresuraron a someterlo a criterio de Franz Josef. Berchtold cuenta en sus Memorias, la impresión que su soberano le dejó de aquella situación crucial: El emperador era plenamente consciente de la profunda gravedad, diría que de la tragedia de éste momento histórico. Le era difícil tomar una decisión, ya que no dudaba de que sus consecuencias podían ser terribles, pero la tomó digno y sereno, y dio la orden de ejecución…
El ultimátum era notificado al Gobierno serbio el 23 de julio a las seis de la tarde; y este disponía de 48 horas para comunicar su respuesta al embajador de la doble monarquía en Belgrado.
Cumplido el plazo, el Ejecutivo de Su Majestad consideró la respuesta serbia como una aceptación parcial e insuficiente del documento, y el 28 de julio le declaró la guerra, que antes de convertirse en un conflicto bélico mundial, la prensa la denominó Guerra Austro-Serbia. El Ejército Imperial estaba dispuesto a aplastar a los serbios, y confiaba en que sus aliados alemanes mantendrían a Rusia bajo control. Pero, en función de los pactos establecidos entre las potencias europeas en la segunda mitad del siglo XIX, el 30 de julio el Zar Nicolás II ordenó la movilización general de sus tropas, lo que le situaba en pie de guerra con el imperio Alemán y Austrohúngaro. Pero en Berlín lo preferían de esta forma mientras su ejército estuviera en el apogeo de su fuerza, en vez de esperar a que el equilibrio militar se inclinase inexorablemente a favor de sus adversarios. Apoyando a los austríacos, los alemanes sabían que se arriesgaban a una guerra europea que, evidentemente, pensaban ganar. Mientras tanto el general Pétain organizaba los recursos militares necesarios para defender a Francia contra una posible invasión alemana desde Bélgica. El 3 de agosto, Alemania declaraba la guerra a la República francesa, y lanzaba un ultimátum a los belgas
para poder cruzar su territorio e invadir el país galo. Así las cosas, el 4 de agosto Gran Bretaña se manifestaba en contra de Alemania por haber violado el territorio belga. En realidad, con este gesto, el Gobierno de Su Graciosa Majestad pretendía mantener su status de potencia mundial.
para poder cruzar su territorio e invadir el país galo. Así las cosas, el 4 de agosto Gran Bretaña se manifestaba en contra de Alemania por haber violado el territorio belga. En realidad, con este gesto, el Gobierno de Su Graciosa Majestad pretendía mantener su status de potencia mundial.
Francia, Rusia y Gran Bretaña, formaron la Triple Entente, se les unió Italia, que después de desertar de su alianza con los imperios centrales, debido a sus pretensiones en el mar Adriático en detrimento de Croacia, se sumó a los aliados, junto con Escandinavia, y en abril de 1917, Estados Unidos entraría en conflicto con el bloque alemán. Mientras que Rumania, a cambio de Transilvania, Bucovina y el Banato, decidió traicionar a las tropas centroeuropeas, y a pesar de luchar en su mismo bando, estaba dispuesta a dejarles en la estacada en el momento oportuno.
Desde finales de 1914, se hizo evidente que el Ejército alemán había sido condenado a mantenerse a la defensiva, lo que dio lugar a una guerra de desgaste. Y contrariamente a lo que muchos pensaban, Austria-Hungría, demostró una cohesión inesperada. El año 1915 estuvo marcado por espectaculares victorias del Ejército alemán, y los aliados recelaron de la confianza que habían depositado en las tropas del Zar, pero la defección de Italia significó un duro golpe para las potencias centrales. Según V. Tapié: “El ejército austrohúngaro combatía con una energía constante, y fuera el que fuese su origen étnico, el soldado, unido por un juramento personal de fidelidad que no hacia a la ligera, dio pruebas de resistencia y de valor. El mando militar de Austria-Hungría no fue inferior al de los otros países beligerantes”.
El 21 de noviembre de 1916, moría en Viena el emperador Franz Josef I, y su deceso dejó al imperio, incluso a los que criticaban su política, sumido en el más profundo de los duelos. Solo él era el símbolo de la cohesión y la perennidad del Estado multinacional. Su sucesor, Karl, accedió al trono en las peores circunstancias, sabía que sus países estaban al borde del agotamiento, pero desgraciadamente se dejaba influenciar por las ideas peregrinas de su mujer , la emperatriz Zita, hija del duque de Parma, que como era de esperar no gozaba de las simpatías del emperador alemán Wilhelm II.
Y en 1917, las penurias de la población civil y la conciencia de que la guerra tardaría en concluir, extendieron el desánimo en los países participantes, que en 1916 ya se manifestaron con una oleada de huelgas en Gran Bretaña. En 1917 hubo motines en el ejército francés, así como aumento de las demandas nacionalistas en Austria-Hungría...y los dirigentes de la Entente, manipularon la opinión occidental en favor de desmembrar la doble monarquía. Sin embargo, dos acontecimientos clave decidieron el desarrollo de la guerra: La Revolución Soviética y, cómo no, la entrada de Estados Unidos en el conflicto.
Y es en este punto cuando lo que les he expuesto al principio empieza a tener relación con lo que les voy a contar ahora. Wilson, entonces Presidente de la nación americana, escribía a su consejero el coronel House: Inglaterra y Francia no tienen las mismas opiniones que nosotros en lo que concierne a la paz. Cuando la guerra se haya terminado podremos imponerles nuestra manera de ver las cosas. Y creó, bajo la dirección de House, un comité conocido como Inquiry, encargado de definir los principios que los norteamericanos propondrían después de la guerra, para la reorganización de Europa, que garantizaría una paz duradera, y de paso justificaría la inversión, dado que con la caída de los imperios centrales desaparecería una zona de libre cambio, que a base de desbaratar la economía europea beneficiaría los intereses del dólar americano.
La mayor tragedia que la humanidad había vivido hasta entonces, la guerra que tenía que poner fin a todas las guerras, como se decía, finalizó el 11 de noviembre de 1918. Luego vino el Tratado de Versalles con la desintegración de los imperios y el reparto del botín. La Segunda Guerra Mundial y el Plan Marshall. Y Estados Unidos se convirtió en la superpotencia soñada.
¡Fíjense que coincidencia! Aquello fue un conflicto de trincheras, de gases y de muertes. Hoy en día se trata de un problema de agencias de rating, primas de riesgo, bonos basura…etc…etc para luchar contra el euro, que ensombrece a la moneda americana ¿Cómo se atreven los europeos a semejante desafío? Hay que hundir a Europa a cualquier precio, y para desconsuelo del general Bernhardi, desde el otro lado del Atlántico piensan que Centroeuropa no se merece el respeto que él abogaba.
Dios proteja a los Estados Unidos de América, y a los europeos, que por culpa de la ceguera crónica de nuestros intelectuales y políticos, que otorgan a Obama el Nobel de la Paz a cambio de nada, le agradeceremos que nos dé la resistencia necesaria para soportar las ínfulas de poder de la superpotencia con la mayor deuda pública de la Historia.
Señores, les invito a la reflexión. Buenas noches.
Nota de Autora: La información aparecida en este artículo ha sido extraída de la siguiente bibliografía:
“François Joseph” de Jean Paul Bled. “El Genio Austrohúngaro” de William H. Johnston. “El Mundo de Ayer” de Stefan Zweig. “La Gran Guerra” de John H. Morrow Jr. “La Primera Guerra Mundial” de Michael Howard. “La Torre del Orgullo” de Bárbara W. Tuchman y “Requiem por un Imperio Difunto” de François Fetjö.
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ResponderEliminartitz titz titz ¬w¬
ResponderEliminarHay un fallo enorme, después también de otros que he visto... Pero bueno, es normal que como siempre se le ve a Alemania y Austro-Hungría como los "villanos", pero no, no es así. Fue Francia quien declaró la guerra a Alemania, es así la historia y como pasó, no intenten cambiarla a su antojo lo sucedido. Todo fue por intereses propios y querer revancha desde la Guerra Franco-Prusiana 1870/71. Y otro detalle fue el gas mostaza los primeros en usarla fueron los franceses. Francia, Gran Bretaña ni Rusia tenían que haberse metido en ese conflicto, todo eso es parte del complot de hundir los Imperios como hicieron antes con España y destruir el nacionalismo, como hicieron más tarde con el Imperio Otomano, que tuvo que dar tierras a Gran Bretaña y a Francia para callar bocas... Hoy en día vivimos engañados en un sistema capitalista, controlados por un sistema e ideologías, que ya se vieron que apretaron fuerte en la Guerra Civil Española, para hacernos caer mas y destruirnos
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