Ironías del destino, me decía el martes al ver en televisión como Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy se entrevistaban en París, con el protocolo propio de los grandes eventos, sin aportar soluciones que nos permitan ver la luz al final del túnel de la crisis. Y solo haciendo referencia a hechos obvios adornados con frases tan profundas como estas:
Juntos seremos mucho más fuertes (Sarkozy) Los compromisos que adoptemos a partir de ahora debemos cumplirlos (Merkel) Confío plenamente en las posibilidades económicas de Europa (Sarkozy) No podemos hacer que la crisis de la deuda desaparezca de la noche a la mañana (Merkel).
Para esto, señores, no hacía falta ni reunión, ni periodistas, ni flashes, ni tantas estupideces. ¿Dónde está el remedio a los terremotos financieros que nos sacuden cada día? Debe ser que nos creen idiotas, porque lo que hicieron equivale a confirmar que se reunieron solo para decidir cuándo volverían a reunirse. Bien mirado, pensé, es un buen momento para publicar en el blog el artículo sobre la Paz de Versalles, y poder comprender mejor los posicionamientos del presidente francés y la canciller alemana, que pretenden hacernos creer que el pasado no ha existido y el futuro todavía está por llegar. Claro que Sarkozy no es Clemenceau y Merkel está lejos de parecerse a Erzberger o Brockdorff.
Así las cosas, damos un paso hacia atrás en el tiempo y nos situamos a 11 de noviembre de 1918. La mayor guerra de la historia, con nueve millones de víctimas, sin contar civiles, había terminado. La Entente y sus aliados resultaron vencedores, y los imperios centroeuropeos los grandes derrotados. El coste había sido desorbitado para todos los países participantes. Devastó diez provincias del nordeste de Francia. Gran Bretaña dejó de ser la nación más poderosa de la Tierra, y Londres, tuvo que compartir el protagonismo de capital económica mundial con Nueva York y Paris. La guerra arruinó las finanzas alemanas, pero dejó intacta su infraestructura industrial. Dio al traste con la unión económica de Austria-Hungría, y solo Estados Unidos y Japón sacaron provecho a la contienda.
El 18 de enero de 1919, los delegados de los gobiernos aliados se reunieron por primera vez para negociar la Paz, y comenzó a elaborarse el Tratado de Versalles pensando únicamente en su enemigo supremo: Alemania, que tuvo que devolver a los franceses la Alsacia y la Lorena, y ceder el territorio que más tarde se conocería como Corredor Polaco, que a la altura de Danzig proporcionaba al nuevo estado de Polonia una salida al Báltico . Los alemanes perdieron también la Alta Silesia con sus minas de carbón. Y, por supuesto, todas sus colonias. Se les prohibió su unión con Austria. También tuvieron que entregar a los vencedores artillería, vehículos blindados y aviones. Sus embarcaciones de superficie, que optaron por hundir. Una cuarta parte de la marina mercante y de la flota pesquera, y una proporción importante de sus máquinas y vagones ferroviarios. En el artículo 231 del Tratado, se advertía, que Alemania asumía la responsabilidad de las pérdidas provocadas por la guerra y también tenía que costear las reparaciones.
A partir de entonces debían construir buques para la Entente. Durante cinco años se les exigió la cesión anual de 200.000 toneladas de nuevos barcos, además de la entrega de 44 millones de toneladas de carbón, 371.000 cabezas de ganado, la mitad de su producción química y farmacéutica, y la totalidad de cables submarinos. Las condiciones no podían ser más humillantes, sobre todo con las compensaciones de guerra que se fijaron entre 1000 y 2500 millones de marcos anuales a pagar en un plazo de cuarenta y dos años, cuya mitad iba a parar al Estado francés, que también se adueñó de sus principales recursos mineros. Francia fue el país aliado más beneficiado por las sanciones económicas. Se les requirió el pago inmediato de 132.000 millones de marcos-oro, suma a la que no podían hacer frente puesto que doblaba sus reservas internacionales, y que posteriormente aumentaría hasta rondar los 300.000 millones de marcos oro.
"Pongamos fin a Versalles", dice una de las pancartas.
Para afrontar los pagos, la República de Weimar se endeudó de manera increíble y comenzó la inflación que daría paso al hambre y a la desesperanza:
La hiperinflación de 1923 llegó a unos extremos insostenibles para el pueblo alemán. Un dólar pasó a valer 4.200 millones de marcos. El litro de leche, la barra de pan o un paquete de tabaco podían costar billones. Además, los precios cambiaban constantemente a lo largo de las horas. Cuando los trabajadores recibían su sueldo tenían que llevárselo a casa en carretilla e ir comprando por el camino porque sabían, que al día siguiente, todo aquel dinero no serviría para gran cosa
Millones de alemanes quedaron arruinados y el pesimismo se apoderó de la población, llevándoles en muchos casos al suicidio, mientras Francia presionaba para seguir cobrando, llegando a invadir la cuenca del Ruhr, a fin de garantizar los envíos de carbón–, explicaba la historiadora Heldried Spitra a el diario El Mundo.
Estas reparaciones de guerra constituyeron un factor fundamental en los desequilibrios de la economía del continente y originaron un caldo de cultivo favorable a la venganza.
La hiperinflación de 1923 llegó a unos extremos insostenibles para el pueblo alemán. Un dólar pasó a valer 4.200 millones de marcos. El litro de leche, la barra de pan o un paquete de tabaco podían costar billones. Además, los precios cambiaban constantemente a lo largo de las horas. Cuando los trabajadores recibían su sueldo tenían que llevárselo a casa en carretilla e ir comprando por el camino porque sabían, que al día siguiente, todo aquel dinero no serviría para gran cosa
Millones de alemanes quedaron arruinados y el pesimismo se apoderó de la población, llevándoles en muchos casos al suicidio, mientras Francia presionaba para seguir cobrando, llegando a invadir la cuenca del Ruhr, a fin de garantizar los envíos de carbón–, explicaba la historiadora Heldried Spitra a el diario El Mundo.
Estas reparaciones de guerra constituyeron un factor fundamental en los desequilibrios de la economía del continente y originaron un caldo de cultivo favorable a la venganza.
Si para Alemania los acuerdos del Tratado representaron una degradación sin precedentes, para Austria-Hungría supusieron su aniquilación. Contribuyó a su hundimiento el reparto de buena parte del territorio magiar y la excesiva balcanización del Imperio, puesto que desde Viena siempre se había temido al fortalecimiento de los países balcánicos libres, frecuentemente deseados por países más poderosos.
Los Aliados respetaron los principios de autodeterminación de los pueblos del antiguo imperio, llegando a disponer que ciertas zonas fronterizas decidieran su futuro mediante un plebiscito, aunque en muchos casos solo suponía el reconocimiento de hechos ya acontecidos, si se tiene en cuenta que Polonia, Checoslovaquia y las regiones yugoslavas de Austria-Hungría, unidas a un corpúsculo de la vieja Serbia, existían como naciones antes de reunirse la Conferencia de Paz. Por lo que a finales de 1918, el antiguo Imperio Austrohúngaro ya estaba totalmente desintegrado y los Habsburgo, que se habían mantenido en el trono durante setecientos años, barridos del poder.
El 29 de abril de 1919, los franceses trasladaron a la delegación alemana, encabezada por Mathias Erzberger, a Versalles, en un tren que recorrió con extrema lentitud las regiones desoladas del frente occidental, y al llegar los confinaron en un recinto alambrado. El día 7 de mayo, Clemenceau[1] les presentó el tratado, al que solo pudieron responder por escrito, y el 16 de junio los aliados les dieron la última oportunidad de firmarlo, si no querían que se reanudaran las hostilidades, por lo que se vieron obligados a dar su conformidad el día 23 de junio. Y tanto vencedores como vencidos firmaron el documento el 29 de junio de 1919, en la Sala de los Espejos del Palacio de Versalles, donde en 1871 Alemania había proclamado su Imperio, sin que los Aliados pudieran evitar que Brocdorff-Rantzau le dijera a Clemenceau:
Sentimos el odio cuando entramos en esta sala. Esperan que aceptemos todas las culpas de la guerra. Si esta afirmación saliera de mi boca sería una mentira. Alemania y el pueblo alemán todavía están firmemente convencidos de que hicieron una guerra defensiva y me niego a que carguen con toda la culpabilidad. Cuando empezaron a hablar de compensaciones, les pedí que recordaran que tardaron seis semanas en entregarnos su armisticio y otros seis meses para formular la paz. Mientras tanto, cientos de miles de ciudadanos alemanes inocentes, en su mayoría mujeres y niños, han muerto a causa del hambre, porque desde el 11 de noviembre de 1918 continúa el bloqueo. Por tanto les pido que piensen en ellos cuando hablen de conceptos como el de culpa y el de castigo.
Y resulta que ahora que los alemanes están siendo el motor económico de Europa, el pasado otoño, gracias a la prensa, van y se enteran de que seguían pagando las sanciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles en 1919, y que el último pago de 69,9 millones de euros, quedaría saldado el domingo 3 de octubre de 2010. No es cierto que no fuera información pública, sencillamente es un asunto que se ha llevado con la debida discreción, justificaba un funcionario del Bundesbank en la televisión. Mientras que la noticia causaba indignación a una audiencia asombrada.
Y resulta que ahora que los alemanes están siendo el motor económico de Europa, el pasado otoño, gracias a la prensa, van y se enteran de que seguían pagando las sanciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles en 1919, y que el último pago de 69,9 millones de euros, quedaría saldado el domingo 3 de octubre de 2010. No es cierto que no fuera información pública, sencillamente es un asunto que se ha llevado con la debida discreción, justificaba un funcionario del Bundesbank en la televisión. Mientras que la noticia causaba indignación a una audiencia asombrada.
Los ciudadanos manifestaban la amargura que les quedó por la imposición de reparaciones de guerra percibidas como injustas y que, a juzgar por sus reacciones, les han dejado huella hasta hoy.
Claro que desde que Otto von Bismarck, consiguiera la unificación alemana, los sucesivos gobiernos del kaiser habían provocado varios conflictos diplomáticos y estallidos bélicos de los que, hasta entonces, resultaron vencedores y exaltaron las iras del resto de países en conflicto. Pero Clemenceau había sabido jugar bien sus cartas y los objetivos conseguidos eran más parecidos a una extorsión que a una indemnización de guerra.
De momento, Sarkozy solo le ha sacado promesas vacías de contenido a la canciller alemana, tal vez la Sra. Merkel crea que ha llegado el momento de la venganza y se pregunte ¿Qué han hecho los franceses con el dinero de sus vecinos durante 92 años? Y que esa experiencia histórica explique el rigor que Alemania impone a la UE para que favorezca políticas que mantengan la inflación a raya. Quizá los franceses todavía no saben que, como decía Churchill: El precio de la grandeza es la responsabilidad.
Señores, les invito a la reflexión. Buenas tardes.
Señores, les invito a la reflexión. Buenas tardes.
María Bastitz
Nota de autora: Toda la información aparecida en este artículo, ha sido extraída de la siguiente bibliografía: Els Balcans de Igor Bogdanovic. La Primera Guerra Mundial de Michael Howard. La Gran Guerra de John H. Morrow jr. y Requiem por un Imperio Difunto de François Fejtö. De la hemeroteca del diario El Mundo, y de la prensa en general
[1] Médico, periodista y político francés Fue uno de los artífices y negociadores de la Paz de Versalles, y formó parte de quienes apostaban por castigar severamente a Alemania.
me han enseñado eso en mi cuaderno de historia :)
ResponderEliminarNo. La historia la escriben siempre los vencedores, y la manejan a su manera.
ResponderEliminarSaludos cordiales