Amigos lectores:
Sé que llevo
tiempo en silencio,
sin contarles nada,
y aunque después
de mi viaje
por Oriente quería
hablarles de la
monarquía hachemita, he
topado de bruces
con una noticia
vergonzosa que me
ha llevado por
otros derroteros.
Hasta hace
unos días, Locura
de Amor, era
una película que
relataba la historia
de pasión y
celos de Juana I (la
loca), Reina de España,
y su marido
Felipe de Habsburgo
(el hermoso), que murió
prematuramente y la
dejó completamente desolada.
Dirigida en 1948
por Juan de
Orduña y basada
en la obra
que Manuel Tamayo y
Baus escribió en
1885, la cinta hizo
las delicias de
una España depauperada
por los estragos
de la guerra
civil y la
mala política económica
del franquismo.
Pero ahora
resulta que, con
el paso de
los siglos la
situación se repite
de nuevo, y los
cimientos de la
monarquía se han
resquebrajado a causa
del ignominioso caso Nóos, pues en
el seno de
la familia real
española, compuesta de
especímenes demasiado estrafalarios
para representar la
dignidad de la
corona, tenemos a
una infanta que,
por amor, ha
perdido la cordura.
Cristina, hija menor
del rey, hace
años que se
casó con un
jugador de balonmano llamado
Iñaki Urdangarin, y
mientras su trabajo
era tirar bien
la pelota, el
chico sintió una
extraña atracción por
las finanzas, y
la infanta creyó
que había dado con el
Mago de la
Oz. Quinientos mil euros
por aquí, palacete
en Pedralbes por
allá, 436.700 euros para
el acondicionamiento de
su nuevo hogar… en
fin una vida
regalada. El dinero
caía del cielo,
la chica no
preguntaba y firmaba
cualquier papel que su marido
le ponía delante,
creyendo que era
el seguro del
coche.
Pero parece
ser que el
mangoneo se ha
acabado y, por
obra y gracia
del juez Castro,
va a ser
citada a declarar
por segunda vez,
como imputada ante
la Justicia, la
primera en abril
del año pasado
se suspendió gracias
a un recurso
presentado por la
fiscalía, pero ahora el
sainete se ha
acabado y deberá
responder a la
acusación de presuntos
delitos de fraude
fiscal y blanqueo
de capitales Su
abogado, Jesús Silva,
afirmó que su imputación se
debe a su fe
en el matrimonio
y al amor a
su marido. El juez –añadió–, no puede
pretender que se
exija a las
mujeres, cuando sus
maridos les den
algún documento a
firmar, que antes
de hacerlo llamen
primero a un
notario y luego a
tres abogados.
Señores
letrados, se han
pasado de frenada
o ¿han olvidado
que estamos en
el siglo XXI? El amor
es travieso, si. Puede hacer
perder la razón
a más de
uno y llevarlo
por senderos equivocados,
pero maquinar una
trama para meter
mano impunemente en las arcas del Estado,
no es una
cuestión de amor
sino de latrocinio.
Los
abogados de la hija del rey siguen sosteniendo que el juez tomó la decisión de
imputarla por ser quien es, y que la infanta está entre extrañada y dolida. ¡Pues,
claro! debió de
pensar que, en
su posición, se
encontraba por encima
del bien y
del mal. Si
Su Alteza está
dolida, que apechugue
con el mochuelo
que le va
a caer encima
y sus abogados
se dejen de
enredos amorosos. Creía
que el bufete
del Sr. Roca Junyent
sería más eficaz
a la hora
de explicarnos las
razones que llevaron
a su cliente
a meterse en
este berenjenal, que
a mi modo
de ver solo
responden a una
insaciable avaricia, pues
Charles Perrault o
los hermanos Grimm,
señores letrados, ya
hace tiempo que
murieron y no
podrán escribir ningún
cuento de la
ceguera amorosa de
Cristinita.
Señores, como
siempre, les invito
a la reflexión.
Buenas noches.
MARÍA BASTITZ