Estimados lectores y amigos:
Si nunca sentí admiración por ninguno de los monarcas de la Casa Romanov, a excepción de Pedro el Grande, que a pesar de su desmesurada tiranía fue un buen gobernante, que transformó el país en uno de los más importantes poderes europeos de la época, después de lo que les voy a contar entenderán que considere que el legado más patético de esta dinastía sea el del Zar Nikolai II, o Nikolai Alexandrovich Romanov, o tras su canonización por la Iglesia Ortodoxa, San Nikolai II de Rusia, como ustedes prefieran. Él y su familia, acompañados por una aura de misticismo que dura hasta nuestros días y que no impedía a Su Majestad escarceos amorosos con la Bella Otero[1], hacían suya la frase de Speranski[2]: Para el porvenir ningún deseo; para lo pasado ni un pesar.
La Bella Otero
Como ya he explicado en otras ocasiones, el 28 de junio de 1914 el archiduque Franz Ferdinand, heredero del trono Austrohúngaro, era asesinado en Sarajevo junto a su esposa Sophie Chotek de Chotkowa. El 23 de julio el Gobierno del emperador Franz Josef I animado, más que por la pérdida del heredero, por sus aliados alemanes, lanzaba un ultimátum a Serbia, que esta consideraría inaceptable. El 28 de julio Austria-Hungría declaraba la guerra a Serbia. El 1 de agosto Alemania entraba en conflicto con Rusia. El día 3 del mismo mes, Alemania declaraba la guerra a Francia e invadía Bélgica, con lo que obligaba a Gran Bretaña a tomar parte en el conflicto bélico.
Así las cosas y según la información recogida por diversos historiadores, en vísperas de los inicios de la Gran Guerra, el ex ministro del Interior ruso Pyort Nikolayevich Durnovo mandó una carta al Zar donde le explicaba que un posible estado de beligerancia con Alemania, no daría la victoria a ninguno de los dos imperios, sino que destruiría los principios monárquicos de Europa. El político sabía que su Emperador era fácilmente manipulable, tanto por su esposa la zarina Alexandra Fedorovna como por sus consejeros. Pero ignorando las conclusiones de quienes le advertían del desastre que podía avecinarse, y después de penosas vacilaciones, el 17 de julio de 1914, Nikolai II ordenó comenzar la movilización parcial de sus tropas, y mandó un telegrama al káiser Wilhelm II donde le decía: Estamos lejos de desear la guerra. Mientras duren las negociaciones entre Austria y Serbia, mi Ejército no va a emprender ninguna acción. Te doy mi palabra. Pero tras la notificación del ultimátum de Austria a Serbia, algunos cuerpos de la Armada rusa se movilizaron en territorios próximos a la frontera austriaca.
Kaiser Wilhelm II de Alemania
Y ahora me limito a transcribir la crónica de Franz Bilar, desde Viena, para el diario ABC fechada en agosto de 1914, que cuando la leí me dejó estupefacta. Siempre había creído, ingenua de mí, que la intervención del Ejército Zarista en la Gran Guerra solo obedecía a una clara defensa de sus intereses en los Balcanes, que tenían como objetivo reunir a todas las naciones eslavas bajo el dominio de San Petersburgo. y del honor de Rusia frente a la agresión germana. Pero, por lo visto, también estaba equivocada. Decía el periodista: De todos es sabido que, cuando un Estado moviliza sus tropas en las fronteras de otro es considerado un acto de amenaza y provocación. Este hecho indujo al káiser a dirigir un telegrama al Zar el 28 de julio, en el que le hacía notar su profunda preocupación por las gravísimas consecuencias que podrían tener las medidas adoptadas por Rusia. La correspondencia, por parte del monarca alemán no se interrumpió y hubo otros telegramas en los que el káiser Wilhelm II insistía en hacer notar al Zar, que la movilización de sus tropas hacía difícil, sino imposible toda tentativa de arreglo y mediación por su parte. Y bien claro indicó el káiser que no sería suya, por esta causa, la responsabilidad de la guerra. Contestó Nikolai II que deseaba vivamente la mediación del Emperador alemán y que no adoptaría ninguna medida hostil durante la misma. Y mientras los telegramas iban y venían, la movilización parcial rusa se convirtió en general. Todavía siguió Wilhelm II negociando, a pesar de que Rusia extendió sus medidas militares a la frontera alemana, y dirigió el káiser un nuevo telegrama al Zar diciéndole que nadie amenazaba el honor de Rusia, que le era sagrada la amistad que para el Zar y para su país había jurado junto al lecho de muerte de su abuelo el Emperador Wilhelm I, y que Nikolai II tenía en la mano la paz de Europa si suspendía la movilización. Y de este telegrama fechado a 30 de julio, no obtuvo contestación alguna…
Y ahora me limito a transcribir la crónica de Franz Bilar, desde Viena, para el diario ABC fechada en agosto de 1914, que cuando la leí me dejó estupefacta. Siempre había creído, ingenua de mí, que la intervención del Ejército Zarista en la Gran Guerra solo obedecía a una clara defensa de sus intereses en los Balcanes, que tenían como objetivo reunir a todas las naciones eslavas bajo el dominio de San Petersburgo. y del honor de Rusia frente a la agresión germana. Pero, por lo visto, también estaba equivocada. Decía el periodista: De todos es sabido que, cuando un Estado moviliza sus tropas en las fronteras de otro es considerado un acto de amenaza y provocación. Este hecho indujo al káiser a dirigir un telegrama al Zar el 28 de julio, en el que le hacía notar su profunda preocupación por las gravísimas consecuencias que podrían tener las medidas adoptadas por Rusia. La correspondencia, por parte del monarca alemán no se interrumpió y hubo otros telegramas en los que el káiser Wilhelm II insistía en hacer notar al Zar, que la movilización de sus tropas hacía difícil, sino imposible toda tentativa de arreglo y mediación por su parte. Y bien claro indicó el káiser que no sería suya, por esta causa, la responsabilidad de la guerra. Contestó Nikolai II que deseaba vivamente la mediación del Emperador alemán y que no adoptaría ninguna medida hostil durante la misma. Y mientras los telegramas iban y venían, la movilización parcial rusa se convirtió en general. Todavía siguió Wilhelm II negociando, a pesar de que Rusia extendió sus medidas militares a la frontera alemana, y dirigió el káiser un nuevo telegrama al Zar diciéndole que nadie amenazaba el honor de Rusia, que le era sagrada la amistad que para el Zar y para su país había jurado junto al lecho de muerte de su abuelo el Emperador Wilhelm I, y que Nikolai II tenía en la mano la paz de Europa si suspendía la movilización. Y de este telegrama fechado a 30 de julio, no obtuvo contestación alguna…
De todo esto es fácil deducir que si Rusia hubiese querido la paz, no la hubiera roto, así como también se ve clara la mala fe que supone el seguir una movilización y extenderla durante el intercambio de telegramas. Se comprenderá el deplorable efecto que, no solo al Emperador Wilhelm II, sino al pueblo alemán produjo este hecho, pues vieron en él una gravísima falta de lealtad.
Vemos pues que Rusia quería ponerse al lado de Serbia y que ni la responsabilidad de una guerra europea le arredraba. Por su conducta se erigió en protectora del Estado Soberano de Serbia, fueren cuales fueren los actos que los serbios hubieren cometido, como son las agresiones a Austria y los asesinatos a príncipes. Pero no se debe creer que esta protección sea sincera, y que tenga origen, como dice, en los deberes paneslavistas de los rusos. Un paneslavismo en el sentido de solidaridad fraternal de todas las naciones eslavas, no existe.
Por tanto cuando el embajador alemán en San Petersburgo, conde de Pourtales, visitó al ministro de Asuntos Exteriores D. Sazónov para conocer el posicionamiento del Gobierno del Zar y obtuvo como respuesta, que Su Majestad no iniciaría las hostilidades cuando ya tenía a todo el Ejército movilizado, se vio obligado a entregarle la declaración de Guerra. ¡¿Quién podía prever que tenga que abandonar San Petersburgo en estas circunstancias?! –decía el conde
En cambio, Nikolai II debió de sentir alivio al tomar tan difícil decisión según se deduce de sus declaraciones a Maurice Paléologue[3]: Sentí que todo se había terminado para siempre entre Wilhelm y yo. Aquella noche dormí muy bien. Cuando me desperté a mi hora habitual me había liberado de un gran peso. Mi responsabilidad delante de Dios y mi pueblo era enorme, pero sabía lo que tenía que hacer. Lo que el Emperador parecía ignorar era que económica y militarmente Rusia estaba muy mal preparada, su industria no podía abastecer una guerra, en las cantidades que se le exigirían, tanto de armas como de todo tipo de pertrechos.
El 26 de julio de 1914, el Consejo de Estado y las dos cámaras legislativas aprobaron declarar la guerra al Imperio alemán, sin valorar demasiado los riesgos, y el que Alemania fuera la primera en anunciar el inicio de las hostilidades, provocó el crecimiento de un fuerte sentimiento anti germánico y llevó a una muchedumbre exaltada a quemar el edificio de la Embajada Alemana en la plaza de San Isaak. Y en las ciudades más importantes del país, las masas se manifestaban bajo el lema: Hacia Berlín.
En aquellos días, la capital empezó a llamarse Petrogrado en lugar de San Petersburgo y la vida se militarizó. Nikolai II deseaba dirigir sus Ejércitos, pero la mayoría de políticos del Imperio se pronunciaron en contra. Rusia, después de Pedro el Grande, no había tenido ningún otro adalid entre los autócratas, y para el cargo de Jefe Supremo de la Armada se designó a un tío segundo del Emperador el gran príncipe Nikolai Nikolaevich, que gozaba de gran predicamento en los círculos militares.
Pero la realidad se encargó de destruir rápidamente las esperanzas de los primeros días de la guerra, y cuando solo se deseaban continuas victorias, no llegaban más que derrotas. En agosto de 1914 el ataque a Prusia Oriental terminó con el cerco del Ejército ruso y su consecuente fracaso, mientras que el general Samsónov, que era quién lo comandaba, se suicidó. En 1915 cuando Alemania atacó el frente ruso obligándole a retroceder, la situación se hizo insostenible. Fruto de los continuos fracasos militares, el patriotismo se vino abajo y dio paso a la desesperanza, mientras que todos los estamentos de la sociedad se manifestaban hostiles a la figura del Zar.
En contra de la opinión general, el 23 de agosto de 1915 Nikolai II relevó al gran duque Nikolai Nikolaevich y asumió el mando del Ejército, cometiendo así dos graves errores, primero no calculó que siendo el jefe de unas tropas que retrocedían frente a los ataques enemigos, sin que se divisara ningún cambio positivo, se hacía responsable del desastre que estaba por llegar, y segundo que al instalarse en el cuartel de Moguilev, entre sus generales y solo pendiente de los conflictos militares, se alejaba de la política del país, dejando la regencia en manos de su esposa Alexandra Fedorovna, que el pueblo odiaba por su origen alemán y por su estrecha relación con Rasputín[4]; además su particular concepto del mundo le impedía ver el peligro que se aproximaba.
En 1916, después de una serie de designaciones ministeriales rápidas y fracasadas la crisis de desconfianza a la autoridad se hizo patente en todo el país. Y a partir de enero de 1917 el gobierno monárquico empezó a desintegrarse. En febrero de aquel mismo año, la Duma[5] y todas las organizaciones legales y clandestinas de la mejor sociedad rusa, clubs aristocráticos, salones de nobleza, agrupaciones de francmasones y comités sociales se quejaban de la gestión del Gobierno: El poder actual –decían–, no solo es incapaz de superar el caos sino que forma parte de él, tampoco es capaz de conducir a Rusia hacia la victoria en esta guerra, por eso se deja convencer con la paz por separado y una capitulación humillante ante Alemania . Los fracasos en el frente oriental, el descontento popular a causa de la duración de la guerra y la escasez de víveres, desencadenaron una serie de disturbios que darían paso a los hechos de la Revolución de febrero de 1917, el día 23 de aquel mes empezaron las primeras manifestaciones en las calles de Petrogrado, a causa de despidos indebidos e irregularidades en el suministro del pan. Pasaron tres días sin que las autoridades militares se consideraran hábiles para dominar la situación, ya que las tropas confraternizaron con los manifestantes. El 27 de febrero, varios cuerpos del Ejército se unieron a los revolucionarios y fundaron el Comité Ejecutivo Provisional del Consejo Obrero. La Duma Estatal intentó asumir el papel de mediadora promoviendo la formación de un gobierno responsable que buscara la transición hacia una monarquía parlamentaria. A primeros de marzo de 1917 la situación interna espoleada por el curso desfavorable de la guerra, la insurrección militar y las desafortunadas intervenciones políticas de la Emperatriz hicieron que la cuarta Duma, creyera que únicamente con la abdicación de Nikolai II la monarquía rusa tenía posibilidades de salvarse. Y el Zar abdicó en favor de su hermano el gran príncipe Mikhail Alexandrovich que dos días después rechazó el ofrecimiento, poniendo fin a la dinastía Romanov. Entonces se formó un Gobierno provisional liderado por el príncipe Lvov[6], que fue aceptado por todos los estamentos sociales y militares, incluido el Estado Mayor. Ya nada podía acallar los gritos de Revolución.
Nikolai II, que volvía del frente se dejó detener sin ofrecer resistencia, y fue recluido junto con su esposa e hijos en el palacio Tsárskoye Seló en las afueras de San Petersburgo, conservando algunos privilegios domésticos.
A muchos les asombró la extraña tranquilidad con la que el Emperador renunció al poder supremo que había asumido casi un cuarto de siglo antes. Unos lo atribuyeron a un exagerado autocontrol de sus emociones y otros a una profunda indiferencia por los destinos del país.
En abril de 1917 Lenin regresó a Rusia desde Suiza en un tren en el que ocupaba un vagón blindado, gracias al apoyo del Ministerio del Exterior alemán y con el consentimiento del alto mando del Ejército, e hizo públicas las Tesis de Abril donde pedía la Revolución Socialista, la
formación de una República de Soviets, la nacionalización de la banca y de la propiedad privada. Pero, gracias a la intervención del Ejército, el golpe bolchevique fracasó en Petrogrado. Lenin huyó a Finlandia y el 27 de julio Kérenski, revolucionario moderado, era nombrado Primer Ministro.
formación de una República de Soviets, la nacionalización de la banca y de la propiedad privada. Pero, gracias a la intervención del Ejército, el golpe bolchevique fracasó en Petrogrado. Lenin huyó a Finlandia y el 27 de julio Kérenski, revolucionario moderado, era nombrado Primer Ministro.
En agosto de 1917, el nuevo jefe del Ejecutivo temió un inminente asesinato del Zar y de su familia en manos de los revolucionarios y llevó a los Romanov hasta Tobolsk, en Siberia. Antes de que partieran advirtió a Nikolai II: "Los sóviets desean mi cabeza, después vendrán por usted y su familia". El Gobierno provisional intentó buscar, al depuesto Zar de todas las Rusias, exilio en el extranjero, pero el Comité Ejecutivo del Consejo Obrero de Petrogrado se opuso. A todo esto, el primer ministro británico Georges Lloyd, a quien se había solicitado asilo para el ex Emperador, declinó la propuesta, lo mismo hicieron los franceses, alegando no querer agravar la compleja situación política de Europa.
Así las cosas, el empeño en continuar la guerra, la negativa a distribuir las tierras y el aplazamiento de las elecciones para la Asamblea Constituyente, facilitaron la caída del Gobierno provisional, sus miembros fueron detenidos y Kérenski huyó. Entonces, el Consejo de Comisarios del Pueblo se constituyó como órgano gubernativo. El Soviet Central quedó a cargo de Yákov Sverdlov, perteneciente al círculo más próximo a Lenin, y sería quien se ocuparía del destino del Zar. Primero ordenó su traslado a Moscú; pero luego se decidió que la familia imperial se instalara en Ekaterinenburg. Entonces dejaron Tobolsk, donde el ex Emperador y su familia habían disfrutado de cierta libertad, en dirección a la Perla de los Urales, tal como era apodada su nueva ciudad de residencia. A su llegada los trasladaron a la casa Ipatiev[7].
El 4 de julio de 1918, ante los progresos de la Legión Checoslovaca[8] en la región de los Urales, y su avance victorioso hacia Ekaterinenburg se temió que pudieran liberar a la familia Imperial e instaurar de nuevo el régimen zarista. Filipp Isaevich Goloshchekin, que presidía el Soviet de la zona, se presentó en Moscú y planteó el asunto de su aniquilación. Sverdlov consultó a la cúpula del Soviet Central, que no tardó en dar la orden.
A media noche del día 16 de julio de 1918, se encargó a los guardias que custodiaban a los prisioneros de la casa Ipatiev que les despertaran, con el pretexto de trasladarles a las habitaciones de la planta baja, ya que su presencia en el piso superior sería peligrosa durante los desórdenes que podían estallar en la ciudad. Cuarenta minutos más tarde se les condujo a través de la escalera de servicio y el patio a una habitación del centro del piso inferior, todos entraron en aquella sala que reemplazaba el cadalso. Entonces Yákov Yurovski, quien debía ejecutar al Zar, ordenó traer tres sillas, la ex Emperatriz se sentó cerca de la pared de la fachada y sus tres hijas detrás. Nikolai II y su hijo se colocaron el uno al lado del otro, casi en el centro del aposento. Detrás de ellos el doctor Botkin. La Gran duquesa Anastasia y la camarera Ana Demidova se apoyaron en la jamba izquierda de la puerta que conducía a un cuarto cerrado, y con ellas dos miembros más de su servicio que les siguieron hasta el final. De repente Yurovski, que se había ausentado durante cinco minutos, volvió con dos de sus ayudantes, y con voz recia, pero poco segura, dijo mirando al ex Emperador:
–Nicolai Alexandrovitch, los vuestros han querido salvaros y no lo han conseguido…por ello debemos fusilaros a todos.
–¿Cómo?...¿Qué dice? –preguntó el depuesto Zar.
–¡Ved conmigo!
Y brilló un revolver Nagan en su mano. Avanzó un paso, apuntó al ex Emperador, y de un solo tiro le hirió mortalmente en la carótida. Entonces empezó una serie ininterrumpida de disparos donde las víctimas caían unas después de otras. No habían transcurrido ni dos minutos y ninguno de los once prisioneros se mantenía en pie. Alexandra Feodorovna cayó silenciosamente de espaldas entre su marido y su hijo. Unas manchas de sangre espesa y roja cubrían sus cabellos grises.
Después de haber leído este artículo, convendrán conmigo que la verdad es rica en matices y que el poder no respeta la vida humana. Esperemos que las protestas que hoy en día sacuden Europa, y al mundo en general, no conduzcan a los desmanes de aquellos tiempos. Señores les invito a la reflexión. Buenas noches
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Nota de autora: Toda la información que se da en este artículo ha sido obtenida de la siguiente bibliografía: Atlas Histórico Mundial II de Hermann Kinder y Werner Hilgemann. Todo lo que hay que saber sobre La Primera Guerra Mundial de Jesús Hernandez. La Noche Roja de V. Speranski, Nikolai II Páginas de la Vida de Liki Rossii y la hemeroteca del diario ABC, cuya información ha sido contrastada con las noticias aparecidas en La Vanguardia de Barcelona y en el Diario de Mataró, que se manifiestaban en el mismo sentido.
[1] Actriz, bailarina y cortesana de origen español afincada en Francia, y uno de los personajes más destacados de la Belle Époque francesa.
[2]Valentín Speranski, escritor, autor de la Noche Roja el Trágico fin de Nicolás II y su Familia profesor de la Universidad de San Petersburgo y decano electo de la facultad fundamental del Instituto Psiconeurológico. Cargos que debió abandonar con la llegada del comunismo a la Rusia de los Zares.
[3] Embajador de Francia en Rusia desde 1914 a 1917.
[4] Grigori Yefimovich Rasputín, místico ruso que influenció en las decisiones de Nikolai II en el último periodo de su reinado
[5] Tanto en el Imperio Zarista como en la Federación Rusa es el nombre que recibe la cámara baja del Parlamento.
[6] Gueorgui Evguénievich de Lvov, estadista ruso que presidió el primer Gobierno provisional, surgido a raíz de la Revolución de febrero de 1917.
[7] Antigua residencia del ingeniero Nikolai Nikolaievitch Ipatiev
[8] Al hablar del avance de la Legión Checoslovaca, nos estamos refiriendo a la Guerra Civil rusa ( 1917- 1925) que tuvo lugar después de la salida de Rusia de la Gran Guerra, entre el Ejército Rojo del nuevo Gobierno Bolchevique y los militares del depuesto Ejército Zarista y opositores al bolchevismo agrupados en el denominado Movimiento Blanco.
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