domingo, 21 de agosto de 2011

* * * * LA PAZ DE VERSALLES * * * *

Ironías  del  destino,  me  decía  el  martes  al  ver  en  televisión  como  Ángela  Merkel  y  Nicolás  Sarkozy  se  entrevistaban  en  París,  con  el  protocolo  propio  de  los  grandes  eventos, sin  aportar  soluciones  que  nos  permitan  ver  la  luz  al  final  del  túnel  de  la  crisis.  Y  solo  haciendo  referencia  a  hechos  obvios  adornados  con  frases  tan  profundas  como  estas:
Juntos  seremos  mucho  más  fuertes (Sarkozy) Los  compromisos  que  adoptemos  a  partir  de  ahora  debemos  cumplirlos (Merkel) Confío  plenamente  en  las  posibilidades  económicas  de  Europa (Sarkozy)  No  podemos  hacer  que  la  crisis  de  la  deuda  desaparezca  de  la  noche  a  la  mañana  (Merkel).
     Para  esto,  señores,  no  hacía  falta  ni  reunión, ni  periodistas,  ni  flashes,  ni  tantas  estupideces.  ¿Dónde  está  el  remedio  a  los  terremotos  financieros  que  nos  sacuden  cada  día? Debe  ser  que  nos  creen  idiotas,  porque  lo  que  hicieron  equivale  a  confirmar  que  se  reunieron  solo  para  decidir  cuándo  volverían  a  reunirse. Bien  mirado,  pensé,  es  un  buen  momento  para  publicar  en  el  blog  el  artículo  sobre  la  Paz  de  Versalles,  y  poder  comprender  mejor  los  posicionamientos  del  presidente  francés  y  la  canciller  alemana,  que  pretenden  hacernos  creer  que  el  pasado  no  ha  existido  y  el  futuro  todavía  está  por  llegar.  Claro  que  Sarkozy  no  es  Clemenceau  y  Merkel  está  lejos  de  parecerse  a  Erzberger  o  Brockdorff.
      Así  las  cosas,  damos  un  paso  hacia  atrás  en  el  tiempo  y  nos  situamos  a  11  de  noviembre  de  1918.  La mayor guerra de la historia,  con  nueve  millones  de  víctimas,  sin  contar  civiles, había terminado. La Entente y sus aliados resultaron  vencedores, y los imperios centroeuropeos los grandes derrotados. El coste había  sido  desorbitado para todos los países participantes. Devastó diez provincias del nordeste de Francia. Gran  Bretaña dejó de ser la nación más poderosa de  la  Tierra, y Londres, tuvo  que  compartir  el  protagonismo de capital económica mundial  con Nueva York y Paris. La guerra arruinó las finanzas alemanas, pero dejó intacta su  infraestructura industrial. Dio al traste con la unión económica de Austria-Hungría,  y  solo Estados Unidos y Japón sacaron provecho a la contienda.
      El  18  de  enero  de  1919,  los  delegados  de  los  gobiernos  aliados  se  reunieron  por  primera  vez  para  negociar  la  Paz,  y  comenzó  a  elaborarse  el Tratado  de  Versalles  pensando  únicamente en su enemigo supremo: Alemania, que tuvo que devolver  a  los  franceses  la Alsacia  y  la Lorena, y ceder el territorio que  más  tarde se conocería como Corredor Polaco, que  a  la  altura  de  Danzig proporcionaba al nuevo estado de Polonia una salida al Báltico . Los alemanes perdieron también la Alta Silesia  con sus minas de carbón. Y,  por  supuesto, todas sus colonias.  Se  les  prohibió  su  unión  con Austria.  También tuvieron  que entregar a los vencedores  artillería, vehículos blindados y aviones. Sus embarcaciones de superficie, que optaron por hundir. Una cuarta parte de la marina mercante y de la flota pesquera, y una proporción importante de sus máquinas  y  vagones ferroviarios.  En el artículo 231 del Tratado, se advertía, que Alemania asumía la responsabilidad de las pérdidas provocadas por la guerra y también tenía que costear las reparaciones. 

     A partir de entonces debían  construir buques para la Entente.  Durante  cinco  años  se  les  exigió  la cesión anual de 200.000 toneladas de nuevos barcos, además de la entrega  de 44 millones de toneladas de carbón, 371.000 cabezas de ganado, la mitad de su producción química y farmacéutica,  y  la totalidad de cables submarinos. Las condiciones  no podían ser más humillantes, sobre todo con las compensaciones de guerra que se fijaron  entre 1000 y 2500 millones de marcos anuales  a  pagar  en un plazo de cuarenta y dos años, cuya mitad iba a  parar  al  Estado  francés,  que  también  se  adueñó  de sus principales recursos mineros.  Francia fue el país aliado más beneficiado por las  sanciones  económicas.  Se les  requirió el pago inmediato de 132.000 millones de marcos-oro, suma  a  la  que no podían hacer  frente puesto que doblaba sus reservas internacionales, y que posteriormente  aumentaría hasta rondar los 300.000 millones de marcos oro.  
                                  "Pongamos  fin  a  Versalles", dice una de las pancartas.

Para afrontar los pagos, la República de Weimar se endeudó de  manera  increíble y  comenzó la  inflación que daría  paso al hambre y a la desesperanza:
       La hiperinflación de 1923 llegó  a unos extremos insostenibles para el pueblo alemán. Un dólar pasó a valer 4.200 millones de marcos. El litro de leche, la barra de pan o un paquete de tabaco podían  costar billones. Además, los precios cambiaban constantemente a lo largo de  las  horas.  Cuando los trabajadores recibían su sueldo tenían que llevárselo a casa en carretilla e ir comprando  por el camino porque sabían, que al día siguiente, todo aquel dinero no serviría para gran cosa
       Millones de alemanes quedaron arruinados y el  pesimismo se apoderó de la  población, llevándoles en muchos casos al suicidio, mientras Francia presionaba para seguir cobrando,  llegando a invadir la cuenca del Ruhr, a  fin  de  garantizar los envíos de carbón–, explicaba  la  historiadora  Heldried  Spitra  a  el  diario  El  Mundo.
     
       Estas reparaciones  de  guerra  constituyeron un factor fundamental en los desequilibrios de la economía del  continente  y  originaron  un  caldo de cultivo  favorable  a  la  venganza.
      Si  para  Alemania  los  acuerdos  del  Tratado  representaron  una  degradación  sin  precedentes,  para  Austria-Hungría  supusieron  su  aniquilación. Contribuyó  a  su  hundimiento el  reparto  de  buena  parte  del  territorio  magiar  y  la  excesiva balcanización del Imperio,  puesto  que  desde  Viena  siempre  se  había  temido  al  fortalecimiento  de  los  países  balcánicos  libres,     frecuentemente  deseados  por  países  más  poderosos.
      Los  Aliados respetaron los principios de autodeterminación   de  los  pueblos  del  antiguo  imperio,  llegando  a  disponer  que  ciertas  zonas  fronterizas  decidieran  su  futuro  mediante  un  plebiscito,  aunque  en  muchos casos  solo suponía el reconocimiento de hechos   ya  acontecidos,  si  se  tiene  en  cuenta  que  Polonia,  Checoslovaquia  y  las  regiones  yugoslavas  de  Austria-Hungría,  unidas  a  un corpúsculo de la vieja Serbia,  existían como naciones antes de reunirse la Conferencia de  Paz. Por lo que  a   finales de 1918, el  antiguo  Imperio Austrohúngaro  ya  estaba  totalmente  desintegrado  y  los Habsburgo,  que  se  habían  mantenido  en  el  trono  durante  setecientos  años, barridos  del  poder.

                                         Situación  de la península Balcánica después de 1918
             
         El  29  de abril  de  1919, los franceses trasladaron  a la delegación alemana,  encabezada  por  Mathias  Erzberger,  a  Versalles, en un tren que recorrió con extrema lentitud las regiones desoladas del frente occidental, y al llegar los confinaron en un recinto alambrado. El día 7 de mayo, Clemenceau[1] les presentó el tratado, al que solo pudieron responder por escrito, y el 16 de junio los aliados les dieron la última oportunidad de firmarlo, si no querían que se reanudaran las hostilidades,  por  lo  que  se  vieron obligados  a  dar   su conformidad el día 23  de  junio. Y tanto  vencedores  como  vencidos firmaron el documento el 29 de junio de 1919, en la Sala de los Espejos del Palacio de Versalles, donde en 1871 Alemania había proclamado su Imperio,  sin  que  los  Aliados  pudieran  evitar  que  Brocdorff-Rantzau  le  dijera  a  Clemenceau:
       Sentimos el odio cuando entramos en esta sala. Esperan que aceptemos todas las culpas de la guerra. Si esta afirmación saliera de mi boca sería una mentira. Alemania y el pueblo alemán  todavía están firmemente convencidos de que hicieron una guerra defensiva y  me niego a que  carguen con toda la culpabilidad. Cuando empezaron  a hablar de compensaciones, les pedí que recordaran que tardaron seis semanas en entregarnos su armisticio y otros seis meses  para formular la  paz. Mientras  tanto, cientos de miles de ciudadanos  alemanes inocentes, en  su  mayoría mujeres y niños, han muerto  a  causa  del  hambre,  porque desde el 11 de noviembre de 1918 continúa el bloqueo. Por  tanto  les pido que piensen en ellos cuando hablen de conceptos como el de culpa  y  el  de castigo.
       Y  resulta  que  ahora  que  los  alemanes  están  siendo  el  motor  económico  de  Europa,  el  pasado  otoño,  gracias  a  la  prensa,   van  y  se  enteran  de  que  seguían  pagando  las  sanciones  de  guerra  impuestas  por  el  Tratado  de  Versalles  en  1919,  y  que  el  último  pago  de  69,9  millones  de  euros,  quedaría  saldado  el  domingo  3  de  octubre  de  2010.  No es cierto que no fuera información pública, sencillamente es un asunto que se ha llevado con la debida discreción, justificaba un funcionario del Bundesbank en la televisión. Mientras  que  la  noticia  causaba  indignación  a  una  audiencia  asombrada.
       Los ciudadanos manifestaban  la amargura que  les quedó por la imposición de reparaciones  de  guerra percibidas  como injustas y que, a juzgar por sus reacciones, les  han dejado huella hasta hoy.
       Claro  que desde  que  Otto  von  Bismarck,  consiguiera  la  unificación  alemana, los  sucesivos  gobiernos  del  kaiser   habían  provocado  varios  conflictos  diplomáticos  y  estallidos  bélicos  de  los  que,  hasta  entonces,  resultaron  vencedores  y  exaltaron  las  iras  del  resto  de  países  en  conflicto.  Pero   Clemenceau  había  sabido  jugar  bien  sus  cartas  y  los  objetivos  conseguidos  eran  más  parecidos  a  una  extorsión  que  a  una  indemnización  de  guerra.
       De  momento,  Sarkozy  solo  le  ha  sacado  promesas  vacías  de  contenido  a  la  canciller  alemana,  tal  vez  la  Sra.  Merkel  crea  que  ha  llegado  el  momento  de  la  venganza  y  se  pregunte  ¿Qué  han  hecho  los  franceses  con  el  dinero  de  sus  vecinos  durante  92  años?  Y  que  esa  experiencia histórica  explique el rigor  que Alemania impone a la UE  para  que  favorezca  políticas que mantengan la inflación a raya. Quizá  los  franceses  todavía  no  saben  que,  como  decía  Churchill: El  precio  de  la  grandeza  es  la  responsabilidad. 
    Señores,  les  invito  a  la  reflexión.  Buenas  tardes.


      María  Bastitz


Nota  de  autora: Toda  la  información  aparecida en este artículo, ha sido extraída de  la  siguiente  bibliografía: Els Balcans  de  Igor Bogdanovic. La  Primera  Guerra  Mundial  de Michael  Howard. La  Gran  Guerra  de  John H. Morrow jr.  y  Requiem  por  un  Imperio  Difunto  de  François Fejtö.  De  la  hemeroteca  del  diario  El  Mundo,  y  de  la  prensa  en  general











[1]  Médico,  periodista  y  político  francés  Fue uno de los artífices  y  negociadores de la  Paz de  Versalles,  y formó parte de  quienes  apostaban por castigar severamente a Alemania.

2 comentarios:

  1. me han enseñado eso en mi cuaderno de historia :)

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  2. No. La historia la escriben siempre los vencedores, y la manejan a su manera.
    Saludos cordiales

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